París no arde, de momento

11 de enero.- Y ya que estamos en París , los sociólogos franceses no paran de darle vueltas a la piromanía social de los últimos tiempos. Junto a eso, el paisaje parisino en particular es como si la marabunta estuviera avanzando desde el extrarradio (la imagen tiene pretensiones puramente visuales). Es una marea parda de grietas y desconchados que asciende por los edificios y por las caras . Lo que se mantiene intacto -y sin la certeza de que las termitas de una nueva cultura lo estén ya trabajando por dentro- aún dispone de su pose napoleónica, sus tullerías morales y sus estilóbatos académicos. Riberas del Bois de Boulogne o Champs Elysées arriba (con parada y flipe en la sede de Louis Vuitton y obras de Turrell , Tim White y Olafur Eliasson , a ver para cuándo una tienda así en estos lares) y el París de la memoria que se confunde con el del deseo se presenta sin mayores dificultades. Pero no hay que irse muy lejos (te llegas hasta la Place de Clichy , por ejemplo) para sentir la presión de este mundo dividido, la turbia invasión de lo otro, caracterizado por que ni siquiera los otros saben definir lo otro, o sea, lo suyo.

Leo en una entrevista que se le hace en España al sociólogo Michel Maffesoli, un ente peculiar a la vez que completamente típico de la Escuela de París, que el problema está en la asepsia de nuestra sociedad, que no sabe ritualizar la violencia: de ahí que luego las ollas exploten. Quitando que cada vez que escucho a algunos sociólogos me transporto directamente a un ambiente de rebotica, de ésos en los que se dicen obviedades como puños que te dejan ciego y se expone todo tan clara y linealmente que la realidad parece un traje recién planchado, lo que pasa es que lleva cien años en el armario y huele a naftalina que tira para atrás y que, en resumidas cuentas, no te lo puedes poner como no sea para tu propio entierro, lo cierto es que Maffesoli tendría mucha razón si su argumento se aplicara a cualquier otro asunto. A las reuniones de departamento, por poner un caso.

Para ritualizar la violencia, y para ritualizar lo que sea, hay primero que compartir la cultura. Por supuesto, la cultura no se comparte poniéndonos primero de acuerdo en los ritos, sino poniéndonos primero de acuerdo en la cultura (constitución y derechos civiles, para empezar y a lo mejor para terminar). Lo que se está viviendo en la vieja Europa es precisamente la insuficiencia de ese acuerdo, más la imposibilidad de saber lo que quiere cada uno por su lado. Hay una simetría perversa en la falta de horizonte de los actores. Y ya se sabe lo que pasa con las familias que no se llevan bien y en las que ninguno quiere irse de casa.

Quizá por ello, Maffesoli advierte de que los tiempos del pacto social han pasado a mejor vida. Ya nos lo temíamos, ya.