Gilipollas en conserva

30 de enero.- 

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La propaganda contemporánea del trabajo en el mundo global viene a decirnos que se necesita urgentemente talento, flexibilidad, iniciativa, creatividad (vean el tema de Davos de este año). Curiosamente, todas esas cualidades tienen un marcado carácter individual de independencia y crecimiento personal. Sin embargo, la realidad laboral del presente es disciplinaria, jerarquizada, arbitraria y vigorosamente dominada por el interés a cortísimo plazo y por una autoridad que, aunque variable y difusa, se hace sentir durante cada minuto de actividad. En la novela de los letones Alexander Garros y Alexei Evdokimov, 'Headcrusher' (Mondadori), se dice que una persona inteligente se siente como “un gilipollas en conserva” dentro del nuevo orden del trabajo.

La publicidad más importante del capitalismo actual no va dirigida al consumo, sino a la aceptación de las nuevas condiciones que regulan el mercado laboral. Cuando parece que te están vendiendo un coche o un paquete de vacaciones en realidad te están vendiendo esas cualidades —libertad, energía, posibilidad- mediante las que te integras en un espacio mercantil de servidumbre. O sea, lo que se vende es ideología productiva, el consumo es lo de menos, aunque su inevitable consecuencia.

Dice el narrador de 'Headcrusher': "El ideal de la democracia totalitaria llevada a cabo por el genio del diseño de oficinas: cada unidad de servicio se halla bajo un control cruzado, pero no se trata de un control autocrático y malvado, sino universal, recíproco y mutuamente ventajoso. Su objetivo consiste en negar a tus despojos imperfectos, deteriorados, la oportunidad de desconectar del metabolismo perfecto...".

No hay más que echar un vistazo alrededor para darse cuenta de que una de las claves está en esa conexión permanente que mantenemos con todo..., y para nada. Claro que nos sentimos más inteligentes, y más libres y más exhaustos de posibilidades. Únicamente a condición de no serlo. Gilipollas en conserva.

Vibrante novela sobre un tema que debería ocuparnos más a menudo y más allá de reivindicaciones sindicales. La segunda parte es algo loca, pero la mirada vale la pena.