El sótano plano

7 de febrero.- 'La tierra es plana' (mr ediciones), de Thomas Friedman -el archifamoso corresponsal para asuntos extranjeros de The New York Times, tres veces premio Pulitzer, ya ves- viene a decirnos, en primer lugar, que la globalización no era una broma y, en segundo, que va a toda pastilla. Es decir, el sistema económico inherente se ha extendido a lo largo del planeta de manera efectiva (de Silicon Valley a Bangalore), y la marcha que ha cogido el invento está haciendo crujir estructuras sociales y políticas con consecuencias que nadie está en condiciones de calibrar.

Desde el punto de vista del progreso económico mundial y de la igualdad también mundial de oportunidades, Friedman es optimista. "Cuando uno se para a pensar que la Tierra es plana, un montón de cosas cobran un sentido diferente. (...) Porque quiere decir que actualmente estamos conectando todos los centros de conocimiento del planeta para crear una única red global, una red que (siempre que la política y el terrorismo no se interpongan) podría dar lugar a una asombrosa era de prosperidad y de innovación".

Pero la inquietud proviene de la velocidad de crucero del artefacto. La revolución actual se está produciendo "a velocidad de curvatura y afecta a muchas más personas a la vez. Cuanto más rápida y más amplia sea esta transición a la nueva era, más perturbadora y menos ordenada será la transferencia de poder de los antiguos vencedores a los nuevos". (Lo de velocidad de curvatura nos ha complacido para tirarnos el folio en futuras ocasiones).

Total, que los inventos están muy bien, pero que los inventos crujen. Veríamos si el islamismo no es -más que uno de los crujidos- el padre de todos los crujidos. O más bien un crujido de colisión de dos velocidades muy altas sólo que yendo en sentido contrario. La alianza de civilizaciones podría terminar como el antiguo castigo de despedazamiento: dos caballos en dirección opuesta tirando de un solo cuerpo. Dado que la tierra es plana, también se supone que presentará menos obstáculos a la propagación de meteoros y desastres. Por si fuera poco, Moisés Naim, el director de la prestigiosa Foreign Policy, dice en su último libro, 'Illicit', que el 25% del PIB mundial procede de la economía sumergida, en la que despuntan el tráfico de drogas y el de personas. Aunque según Naim, el verdadero problema es que el sistema económico mundial lo fomenta, con grave amenaza para el tejido social. O sea, plana, pero con sótano y roedores.

De modo que lo único que cabe decir por el momento es lo que escribió Dickens en 'Historia de dos ciudades' (Alba) y recuerda Paul Kennedy: "Era la mejor y la peor de las épocas, el siglo de la locura y de la razón, de la fe y de la incredulidad; era un periodo de luz y de tinieblas en el que se iba en línea recta al cielo y por el camino más corto al infierno".

Lo que demuestra, por otro lado, que los tiempos no cambian tanto y que no hay motivo —o al menos motivos nuevos- para acogotarse (valen sinónimos).