La Esfera



Género:   NARRATIVA / ENTREVISTA  
Título:   Cansados de estar muertos
Autor:   Juan Bonilla
Editorial:   Espasa . Madrid . 1998
Páginas:   269
Precio:   2.300


Juan Bonilla. «La mayoria de la gente que conozco esta muerta»

Uno de los mejores escritores de la última hornada camina contra corriente con una novela original y ambiciosa / En «Cansados de estar muertos» se rebela contra el vivir programado y rutinario de la sociedad occidental

LEANDRO PEREZ MIGUEL

Los muertos rodean a Juan Bonilla (Jerez de la Frontera, 1966) y también a Fausto, el protagonista de su segunda novela. Tanto el escritor —un escritor que desde la poesía, el relato y la novela está edificando una sólida, moderna y brillante obra literaria— como su personaje (un hombre que vela a una ciudad llamada Zugzwang en la cantina de un tanatorio junto con otros bohemios y la hija del amor de su vida) se encuentran Cansados de estar muertos (Espasa).

Pregunta. ¿Pero es posible cansarse de estar muerto?

Respuesta. Vamos a ver: el título es una de esas paradojas que me gustan especialmente, en la que la expresión dice todo lo contrario de lo que parece. Se parte de la premisa de que estamos muertos, de que, en fin, una vida tan programada, en la que todo está dicho de antemano, es ni más ni menos que la muerte. Por eso cansados de estar muertos significa tener ansias de vivir.

P. ¿Hay muchos muertos en vida? R. Hay miles de muertos. La mayoría de la gente que conozco está muerta, pero muerta y no enterrada: entrando a las nueve en su trabajo, saliendo a la una a comer con prisa y dedicando los fines de semana a entretenerse, mediante un entretenimiento totalmente programado.

P. ¿Escribió la novela con una idea clara de su final?

R. Ha sido un parto muy especial. Llegué a tener 300 páginas y las tiré cuando vi que era necesario utilizar la tercera persona. Y al ir reescribiéndola iba dinamitando todo el proyecto anterior. Antes era una novela de mucha más acción y ahora es mucho más reflexiva.

P. ¿A qué obecede ese cambio?

R. Vi que no me interesaba para nada ninguna intriga, que me interesaba hacer una novela de personajes, no una de acción y desde luego en ningún momento una novela de mero entretenimiento.

P. ¿Es que hay demasiadas novelas sólo entretenidas?

R. Evidentemente, hoy casi todas las novelas son de entretenimiento, fáciles, porque eso es lo que exige el mercado. Y me da cierta angustia que suceda eso porque me parece que la novela es un género grande, y conformarse con el mero entretenimiento me parece algo menor.

P. Habrá poca acción, pero esa acción suele ser truculenta; por ejemplo, un celador viola cadáveres. ¿Pretendía provocar?

R. No, aunque el argumento, tomado desde otro punto de vista, podría haber dado un gore, y no hay nada de gore. Otro personaje trata de entender al celador y dice que los filólogos hacen lo mismo con los poetas. Hasta la llaman introducción. Y eso de follarse a los cadáveres también lo hacen los políticos, lo hacemos todos. Yo, escribiendo necrológicas para EL MUNDO, por encargo.

P. ¿Pero no cree que a muchos lectores les costará leer Cansados de estar muertos?

R. Sé que es una novela difícil, no es un paseo, que ciertas personas pueden rechazarla. Pero no pienso en esas cosas, no pienso si mi vecino, que no lee novelas, va a leer ésta. Me da igual. No voy a pensar en alguien que no busca en las novelas lo que yo trato de poner en ellas. Porque yo no quiero ganar lectores para la literatura, quiero conservar los lectores que saben que la novela es un artefacto hecho para reflexionar, para contar historias que nos hagan reflexionar. Siempre lo digo: para mí la novela es un convento, un lugar sagrado, cuidado por pocos y que recibe pocas visitas; sin embargo, querer convertirla en un supermercado donde miles de personas sacian todos los días su sed de consumo, pues me parece muy bien, pero los supermercados duran poco, ninguno procede del siglo XII, y muchos conventos sí.

P. ¿Ha escrito entonces una novela para leídos, con muchas «puertas dimensionales» —como dice en un capítulo— que no todos pueden traspasar?

R. Evidentemente, la novela está llena de puertas; unos a lo mejor pueden meterse y otros se las saltan. Nadie conoce a nadie, mi primera novela, también estaba concebida así: con muchos lugares donde detenerse un rato. Los autores que me gustan, por ejemplo Nabokov o Martin Amis, tampoco cuentan una sola cosa, arrojan en un libro fragmentos de vida.

P. ¿Y quién es el narrador que arroja esos fragmentos?

R. Eso no ha quedado muy claro porque no he querido que quedara claro, pero en la última frase se da la posibilidad de que la novela sea una carta extraña, porque creo que las novelas son cartas que enviamos a desconocidos sin esperar respuesta.

P. Pero usted tendrá respuestas: las de la crítica. ¿Qué espera?

R. No voy a echar piedras sobre mi tejado; me gustaría que los críticos reflexionaran sobre lo que me he propuesto, una novela ambiciosa, y lo que he conseguido, que puede no ser un resultado feliz para ellos. Eso lo aceptaría. Lo que me molesta de la crítica es que se convierta en mera propaganda. Un ejemplo del cine: todos los críticos dicen que la película de Paul Auster es una obra maestra; basta ir al cine para ver que es una tontería, una auténtica paja. Nos dicen de muchos libros que son obras maestras, te acercas y no hay nada. Parece que los escritores aspiran a que sólo sea obra maestra aquella que sale con la foto más grande en los suplementos culturales; se convierte la literatura en una carrera de caballos.

P. ¿Y no siente que para mucha gente es ya un caballo que puede soportar apuestas fuertes?

R. Para nada. Eso no me afecta. Y no sé en otros casos, aunque sí veo que hay mucha impaciencia y una prisa que no es buena. Se publica sin un mínimo de reflexión.

P. Una pregunta ingenua. ¿Por qué se drogan sus personajes?

R. Por lo que nos drogamos todos, por estar cansados de estar muertos, y por encontrar otros lugares.

P. Para seguir queriendo vivir, Fausto necesita una coartada. ¿Cuál es la suya?

R. Bueno, tengo mis coartadas vitales y literarias. Una de ellas es no contar nada de mi vida. No hago autobiografía. Me siento un poco como el bardo de los antiguos: alguien que sabe historias y se propone contarlas a los demás.

     

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