Escribía Quevedo: «Más decentes son, en los oídos de los reyes, lamentos
que alabanzas». Y he ahí, seguramente, una de las claves del buen
articulista, desde Larra a Umbral pasando por Cándido, Losantos, Sánchez
Dragó, Martín Prieto, Campmany, Albiac o Márquez Reviriego. Antonio Burgos
está, seguro, en esa lista de notables. Así, leerle es siempre un placer
(atención, no hablo de lecturas ideológicas, que de tal cosa no es menester
hablando de literatura y de gran y honesto entretenimiento).
Notable acierto, pues, reunir en este volumen, Mirando al..., una
recopilación de artículos publicados en EL MUNDO de Andalucía, y donde se
recrean fastos y recuerdos de las generaciones de posguerra.
Ahora que generaciones de cuatro décadas parece que hubieran vivido
siempre en los Campos Elíseos y sus madres nunca hubieran visitado Sepu o
sus padres comprado café de estraperlo es muy conveniente cuidar la memoria
histórica (no vaya a ser que, entre citar maltas y viajes a Santo Domingo,
se nos vayan a olvidar los parientes del pueblo) y escribir memorables
artículos construidos admirablemente sobre los pequeños hechos cotidianos,
acaso, mucho más significativos que las grandes palabras. A citar así, por
ejemplo, el artículo de Antonio Burgos Aquellas carreteras de macadán,
donde la humildad del macadán (piedra machacada con la que se hacían las
carreteras en la posguerra) y de sus servidores (los denominados peones
carreteros, cuyas casetas -hoy abandonadas- todavía se pueden ver a la vera
de las autovías) quizá nos trae -como en las rememoraciones de Proust-, y
mejor que muchos enjundiosos estudios de verdadero recuerdo de un tiempo
ido, y así también de nosotros mismos en una época que se nos aparece
-quizá también como nosotros- detrás de los visillos de la Historia
saludándonos desde lejos, y, como aquellos pequeños y desconocidos huertos
de los guardagujas, hablándonos de una realidad que no fue más sueño o
pesadilla que nuestra moderna y actual vida.
libro, en esa presentación oscilante de personajes (Gloria, Iván, Arzola,
los Halloway, Mónica, Emilio, María, Amelia), por la que se construye el
gran personaje del quetzal, símbolo, más que del hombre, del desconcierto
de los seres vivos ante su propia existencia, que se renueva como una