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JORNADA 2. LUNES 18 DE JUNIO. QUITO

Maratón quiteño

PEDRO CACERES
Enviado especial

Los expedicionarios no dudan en relacionarse con la gente del lugar. (JOSE LUIS CUESTA)

En Quito amanece temprano, temprano y fresco, pese a estar prácticamente en la línea del Ecuador. A las 5.30 ya se empieza a adivinar el paisaje si la niebla lo permite. Porque aquí, a 2.800 metros de altitud, no amanece encapotado, sino que la ciudad aparece metida en una nube, hasta que el sol empieza a calentar. Las brumas bajan de los Andes hasta los cerros de Quito y dejan adivinar, en un rincón, el casco antiguo; más allá, la mole —ahora en reposo— del Guagua Pichincha; de pronto, los montes cubiertos de árboles por donde en 1542 se lanzó Francisco de Orellana camino del Amazonas y del Atlántico.

Cosas que ocurren. Como que esta ciudad andina, tan cercana al Pacífico, se enorgullezca de un descubrimiento que la llevó hacia el otro lado, a miles de kilómetros de distancia. Una placa en la fachada de la catedral, en la Plaza de la Independencia, recuerda este hecho: «El descubrimiento del Amazonas es gloria de la ciudad de Quito». También un mosaico de Oswaldo Guayasamín, el gran pintor ecuatoriano, en el Palacio Presidencial: «Origen de nuestro destino la epopeya de Francisco de Orellana».

Grandes murales, glorias del arte local: también México tienen sus frescos de Ribera en el Palacio del Zócalo. Y ambos reivindican el indigenismo, como Guayasamín, que recuerda la muerte de 3.000 nativos en aquella aventura. No es el pasado, sino el presente de este país dolarizado, donde todo vale un dólar y el sueldo medio no llega a los 150 dólares. En el mercado: «Oferta, 25 huevos, un dólar». «12 manzanas un dólar». «Dos bragas de oferta, un dólar». Los precios son occidentales, pero los sueldos ecuatorianos. Y en el país sigue habiendo un 30% de indígenas, con difícil acceso a la economía y que protagonizan periódicas revueltas.

Hay otro mármol en la fachada de la catedral que recuerda la que sacó al presidente Bucharam del poder en febrero de 1997. «...el pueblo desterró la soberbia, el despotismo, la corrupción y la incapacidad de un Gobierno que accedió al poder engañando... los ecuatorianos estamos vigilantes y sabemos castigar». La placa cuelga junto a la puerta de la catedral («Entrada, 1 dólar») , a la vista de todos, y es un símbolo de este pueblo que lo saca todo a la calle, que vive en la calle, trabaja en la calle y llena la ciudad de actividad.

Si el domingo por la tarde Quito estaba desierta, el lunes parecía que sus dos millones de habitantes hubieran salido a las plazas. Entre ellos se mezclaron los 300 jóvenes de la Ruta Quetzal para tener su primera jornada de ruta, una jornada maratoniana. Resulta difícil de entender cómo se pueden mover de un lado a otro de la ciudad tantos autobuses cargados de 'ruteros' y llegar a tiempo. Pero se logra.

Llegaron puntuales a la recepción que por la mañana les ofreció el presidente del país, Gustavo Novoa, en el palacio presidencial. Un magnífico edificio colonial que alberga en los bajos que dan a la plaza una barbería a navaja, una mercería y varia tiendas de sombreros panamá y camisas de algodón. 'Que lo pasen requetebién, disfruten, canten y bailen y luchen para hacer una sociedad mejor', les dijo. Antes, les había hablado de la importancia de la globalización y les conminó a no quedarse descolgados de la tecnología digital. La Ruta entregó al presidente una moneda conmemorativa y una estupenda edición de los trabajos botánicos de José Celestino Mutis. El científico español recopiló en el siglo XVIII miles de especies del entonces reino de Nueva Granada. Fueron artistas quiteños quienes realizaron las maravillosas acuarelas. Ahora, una copia de las láminas están en Ecuador. Historias de ida y vuelta.

La municipalidad de Quito, que los recibió por la tarde, y la fiesta nocturna, con bailes típicos en la Casa Museo Guayasamín, fueron más agasajos del día. Pero sólo una parte de la actividad frenética de la jornada, por medio de una ciudad bulliciosa, alegre y de economía maltrecha. Visita a la catedral, al convento de San Francisco —el Escorial de los Andes— y la joya barroca de la Iglesia de los Jesuitas. Contacto con las culturas precolombinas, que más adelante descubrirán en los yacimientos originales, en el Museo Antropológico del Banco Central de Ecuador. Alberga joyas de orfebrería como las de la cultura de la Tolita, que ya en el primer milenio trabajaba el platino, un metal que en Europa no se dominó hasta el siglo XVIII.

La exposición antológica dedicada a Alexander von Humboldt se llevó buena parte de la tarde. El personaje lo merece. El científico alemán, un precursor de la ecología como ciencia, recorrió el continente durante años realizando todo tipo de mediciones y experimentos, también en Ecuador. Un viajero ilustrado, un ejemplo para la Ruta Quetzal-BBVA y su programa.

Por la noche, en la Embajada española en Quito, Miguel de la Quadra resumía muy bien lo que el viaje pretende: «La primera aventura nunca se olvida, y si es ilustrada, mejor». Pedro Calvo Sotelo, responsable de la legación en ausencia temporal del embajador, recibió a una representación de la Ruta. Entre ellos, cinco expedicionarios que ofrecieron un concierto de violín. No es extraño, han ganado su plaza con un trabajo musical y durante el viaje seguirán recibiendo clases. ¿Me creerán si les digo que la expedición transporta un piano que espera hacer sonar en el Parque Nacional Podocarpus, en la Amazonia? No lo duden. El viaje es ilustrado... y sorprendente.

El martes, camino de Otavalo, cruzando la línea ecuatorial. Este cronista tratará de tenerles informados.

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