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JORNADA 6. VIERNES 22 DE JUNIO. COTOPAXI.

La avenida de los volcanes

PEDRO CACERES
Enviado especial

El atardecer es especialmente impresionante cuando cae sobre el Cotopaxi. (JOSE LUIS CUESTA)

Rumiñahui, Sincholagua, Corazón, Illiniza, Yaunaurou, Pujacata, Carihuairazo, Chimborazo, Igualata, Tungurahua, Puyol, Altar, Chanlor, Yuracrumi, Cotopaxi...la Avenida de los Volcanes corre en dirección norte sur todo lo largo de Ecuador, separando el Oriente amazónico de la costa del Pacífico. La carretera Panamericana, la Pana, como se la conoce aquí, se abre paso por el corredor que dejan las dos cordilleras paralelas plagadas de cráteres.

Es un tobogán que sube a los 3.500 metros de altitud y donde hasta los autobuses echan de menos oxígeno para quemar combustible. Por este tobogán de la Pana han bajado los expedicionarios tras dejar la Hacienda Pinsaquí, suficientemente cargados de energía tras el
baño ritual de la noche anterior. La mañana, inusualmente despejada, ha mostrado siempre al fondo el destino de la jornada, la cumbre rotunda, perfecta, cargada de nieve del Cotopaxi (5.897 metros), el volcán en activo más alto del continente americano.

De nuevo la caravana cruza la línea del Ecuador, esta vez hacia el sur, y deja a la derecha el volcán Corazón, con su penacho de humo a media ladera. Tierras verdes, cultivadas en meticulosas parcelas que suben hasta donde el volcán lo permite, un paisaje más verde y feraz aún que las tierras de Otavalo. Y un país rural, de pintorescos indígenas, vestidos siempre como para la foto de una agencia de viajes. Hay que visitar Ecuador, este país dormido, para entender la odisea de esos cientos de miles arrojados a la emigración.. Entre plantaciones de eucaliptos y pinos de Monterrey, las mismas especies que han asolado el norte peninsular, se llega hasta las faldas del Cotopaxi. Imponente. Estamos a 3.100 metros de altura y el tiempo es frío.

Los expedicionarios se alojan en las instalaciones militares cedidas por la Brigada Patria, el cuerpo de operaciones especiales de Ecuador, con el volcán como telón de fondo. Y lo harán en camas, por primera vez desde que empezó la Ruta, lo que es la noticia más comentada de la jornada. Un mural ya desteñido recuerda la guerra con Perú del 95, cuyo acuerdo de paz celebra la expedición de este año. Los anfitriones hacen alguna demostración de sus habilidades: defensa personal, adiestramiento de perros... explosivos. Les invitan a simular un salto en paracaídas. Parece un poco fuera de lugar esta demostración castrense, pero todo lo suaviza la cálida acogida y la amabilidad de los comandos. Hombres duros que no dudan en mezclarse con los chicos, hacer preguntas o dar unas patadas al balón.

Tras el rancho, arroz, pollo, dulces, el más elogiado de estos días, los jóvenes se acercan a la Hacienda la Ciénaga, un palacio de 400 años de historia, donde los aguarda José Bono. El presidente de Castilla-La Mancha les hablará sobre el medio ambiente y la protección de la biodiversidad, suscitando un animado debate después, donde se habla del orden económico mundial y la globalización. Miguel de la Quadra recuerda que la Junta de Castilla-La Mancha colabora desde hace años con la Ruta Quetzal-BBVA, que ha invitado al presidente a la visita.
La llegada de José Bono, el día anterior a Otavalo, acabó en bautizo. Una indígena del lugar pidió a una monitora que fuera la madrina de su hija. Así se hizo, y Bono, recién llegado, fue invitado a ser el padrino. La fiesta acabó con música andina y brindis por la salud de la niña. Se llama Josefina.

Mañana, ascensión a la laguna de Limpiopungo, en las faldas del Cotopaxi. Corre el rumor en el campamento de que se intentará tocar la nieve, pero está demasiado arriba. Conformémonos con ver de cerca de las alpacas, más allá de la cota de los 4.000 metros.
Al fin y al cabo, casi todos llevan ya alguna prenda tejida con su lana.

Dejemos que sea Alexander von Humboldt, uno de los temas del programa, quien despida el día: “El Cotopaxi tiene la forma más bella y la más regular de todos los picos colosales de los elevados Andes. Es como un perfecto cono cubierto de un manto grueso de nieve que resplandece con tal brillantez al atardecer que parecería desprenderse del azul del cielo”,
(1802).

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