El «muro de la vergüenza» TERESA
GUERRERO Hace ahora 40 años, el 13 de agosto de 1961,
las autoridades soviéticas y de Alemania Oriental decidieron aislar la
parte oriental de Berlín para detener el éxodo de ciudadanos hacia
Occidente y ordenaron la colocación de las primeras alambradas. La construcción
del muro comenzó unos días después, el 18 de agosto. Para
entonces, muchos habían huido ya, y muchos otros siguieron intentándolo
a pesar de la mole de hormigón. Alrededor de 250 personas pagaron con la
vida su "osadía" de pasar "al otro lado". Para Occidente
era el «muro de la vergüenza». Para el Este, su barrera contra
el fascismo. Su caída el 9 de noviembre de 1989, 28
años después de su construcción, fue el comienzo del fin
de los regímenes comunistas en Europa Oriental. Pero
el muro de Berlín no cayó en un día ni en un otoño,
como escribía Gorvachov en su libro «Cómo fue. La reunificación
alemana». Y es que el empeño de los berlineses en recuperar su libertad
hizo posible que el Telón de Acero que había dividido en dos al
mundo pasase a formar parte del pasado. Objetivo: Occidente
El deseo de libertad fue para muchos más grande que
la altura del muro. 75.000 personas fueron arrestadas por intentar escapar, 200
resultaron heridas de bala y cerca de 250 fueron asesinadas. Además, miles
de ciudadanos fueron juzgados por ayudar a otros en su huida. El
primero en formar parte de la lista negra fue Günther Liltin, de 24 años,
que fue abatido a tiros cuando trataba de cruzar nadando el río Spree. Sin
embargo, muchos sí lo consiguieron. Más de 40.000 personas lograron
escapar. En los últimos años la cifra se disparó. En el verano
de 1989 se produjo el mayor éxodo de alemanes orientales hacia la República
Federal desde la construcción del muro. Muchos huían aprovechando
las vacaciones estivales. Desde Hungría, vía Austria, lograban salir. El
vopo (policía de fronteras) Conrad Schumann, de 19 años, considerado
un soldado leal al régimen comunista, fue uno de los primeros en huir a
las pocas horas de que se levantara el muro. Quince vopos
murieron durante estos 28 años. Uno de ellos fue asesinado por los soldados
occidentales que evitaron así la muerte de un joven de 15 años que
intentaba huir. Los berlineses agudizaron su ingenio para
intentar escapar: un hombre cruzó el mar Báltico con un minisubmarino
y consiguió llegar a Dinamarca; un vehículo Isseta fue empleado
18 veces para transportar a fugitivos, que se escondían en el hueco de
la calefacción y en la batería; un coche consiguió pasar
por debajo de la barra fronteriza gracias a su pequeño tamaño; una
familia utilizó un cable tendido sobre el muro por el que se deslizaron
y otros huyeron con un globo aerostático. Una cadena
de televisión norteamericana financió a cambio de la exclusiva la
espectacular fuga de 29 personas bajo tierra. Otros tuvieron
menos suerte. Las imágenes del joven Peter Fechter agonizando tras ser
alcanzado por los disparos de la policía impresionaron al mundo occidental.
Otro caso significativo fue el de Klaus Brüske, que
herido por una bala, aguantó al volante de su furgoneta hasta llegar al
otro lado del Muro para poder salvar a sus compañeros. La
última víctima fue Chris Geoffrey, que murió nueve meses
antes del derribo. Los berlineses que consiguieron llegar
a la RFA tuvieron una muy buena acogida por parte de sus paisanos occidentales
y el Gobierno les dio todo tipo de facilidades. Los medios de comunicación
también contribuyeron creando un clima favorable a la integración. Familias
separadas El Muro de Berlín dividió
también el corazón de cientos de familias y amigos que vieron cómo
una mole de hormigón les separaba de sus seres queridos. Alemania
hoy Alemania es desde hace más de una década
un país política y económicamente unido pero en algunos aspectos
el Muro sigue dividiendo a los alemanes. «Pensaba
que la integración del este con el oeste llevaría una década,
pero ahora creo que harán falta 40 años», declaraba a la NBC
Edmund Stoiber, jefe de Gobierno de Baviera, durante la celebración del
décimo aniversario de la caída del Muro. La
llegada de mano de obra joven y cualificada procedente de Berlín Oriental
fue una buena noticia para empresarios y Gobierno, a pesar de los dos millones
de desempleados que había en la República Federal en 1989. Un alto
porcentaje de los nuevos contratos que se hicieron, sobre todo en los primeros
años, han sido para los berlineses orientales, lo que ha provocado malestar
en un segmento de la población, que acusa a sus paisanos de robarles sus
empleos. Además, las empresas no tienen más incentivos fiscales
desde que desaparició la frontera y algunas se han ido a otra parte. Alemania
sigue siendo la primera potencia europea y la que más contribuye a las
arcas de la UE, pero la última cifra oficial de desempleados roza los 3,5
millones y no deja de aumentar. Según un informe del Gobierno presentado
en abril de 2001, Alemania no ha logrado repartir bien su riqueza y las desigualdades
sociales han aumentado de manera notable en los últimos 20 años.
La brecha entre ricos y pobres se ha incrementado al tiempo que se evidencia la
diferencia de rentas entre el este y el oeste. Algunos germano
occidentales se quejan también de la subida de impuestos propiciada por
la reunificación. Por su parte, los berlineses del
este se han tenido que acostumbrar al paro, un problema que no tenían con
los comunistas. Y tampoco ha sido fácil adaptarse a la economía
de mercado. Otras heridas continúan abiertas. Los poscomunistas
alemanes, herederos del Partido del Socialismo Unificado (SED), favorable a la
separación de las dos Alemanias, admiten que el muro no fue una solución,
pero no han llegado a pedir perdón a las víctimas de manera colectiva. |