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OSAMA BIN LADEN. Fanático integrista wahabi

NOEMI RAMIREZ

El currículo de Bin Laden no admite ni un mérito más: Bill Clinton se refirió a él como el enemigo público de América número uno; su nombre figura en la lista de los 10 criminales más buscados por el FBI, y el Departamento de Estado de Estados Unidos le acusa de financiar las actividades terroristas de los grupos islámicos más radicales.

El decimoséptimo vástago de los 52 hijos de Mohamed Bakr Bin Laden, un acaudalado magnate de la construcción, nació en la ciudad saudí de Jijddah en 1957. Quienes le conocieron en sus primeros años afirman que era un joven normal, que comenzó a dar muestras de un exagerado fervor religioso al observar las obras de reconstrucción de las antiguas mezquitas de Medina y de La Meca, llevadas a cabo por la empresa familiar.

En 1979, a los 22 años y tras licenciarse con matrícula de honor en Económicas por la Universidad Rey Abdul Aziz, Bin Laden entró en contacto con la Hermandad Musulmana Palestina y con Mufaz al Hawi, uno de los cerebros intelectuales de los muyahidin afganos. Fruto de su colaboración fue la puesta en marcha de una organización internacional cuyo objetivo era reclutar a guerrilleros islámicos para combatir a los soviéticos en Afganistán.

Durante la guerra, Bin Laden empleó su dinero en la excavación de túneles, búnkeres e, incluso, en el trazado de una carretera a través de las montañas que acababa a sólo 24 kilómetros de Kabul. Se convirtió en un héroe y no solamente para los árabes; Occidente elogiaba la valentía de los soldados que Bin Laden llevó a Afganistán -alrededor de unos 9.000- a los que, como recuerda Robert Fisk, un periodista que le ha entrevistado en varias ocasiones, The New York Times llamaba «luchadores por la libertad.»

Paradójicamente, EEUU, el país que hoy persigue a Bin Laden, contribuyó a la resistencia afgana con tres billones de dólares (3.281 millones de euros, unos 546.000 millones de pesetas) distribuidos a través de la CIA. La agencia estadounidense intentó igualmente un acercamiento a Bin Laden e incluso le prometió una ayuda económica que nunca llegó debido a las presiones de Arabia Saudí a la Casa Blanca. El monarca saudí Fadh temía las consecuencias de una guerrilla islámica radical, con potentes recursos técnicos y humanos, cerca de su territorio. Esta traición y, sobre todo, la clausura de los campos de entrenamiento, radicalizó el rechazo de Bin Laden a la familia real saudí y su animadversión, o más bien, odio descarado, al Gobierno estadounidense.

En los estertores del conflicto afgano, Bin Laden creó Al-Qaeda (La Base), una organización cuya meta en palabras de su propio líder es «la guerra santa islámica contra los judíos y los cruzados, en referencia a Israel y al Occidente de cultura cristiana». La retirada del último tanque soviético de Afganistán en 1989 significó el regreso a su hogar en Arabia Saudí. Allí permaneció hasta 1991, cuando el Gobierno ordenó su expulsión del país tras pronunciar un discurso en una mezquita en el que denunciaba la secularización de la familia real y su falta de observancia de los preceptos del Corán.

Inició así su periplo de terrorista exiliado a cualquier país islámico que quisiera alojarlo. Su primer destino fue Sudán, desde donde continuó defendiendo el uso de la violencia y su apoyo a acciones terroristas y de donde, a petición de Estados Unidos, fue expulsado en 1996. A pesar de mantener una importante red de negocios en Sudán, Bin Laden buscó refugio en Afganistán. En la actualidad se encuentra en paradero desconocido.

El terrorista Osama bin Laden ostenta el dudoso honor de ser el cerebro de los brutales atentados contra las embajadas de Estados Unidos en Kenia y Tanzania el 7 de agosto de 1998, que se saldaron con 258 muertos y miles de heridos.

En 1995 la CIA denunció su implicación en un complot para asesinar al presidente egipcio, Hosni Mubarak, que fue desarticulado antes de que se llevara a cabo. Asimismo, se sospecha su participación en la bomba que estalló en el World Trade Center en febrero de 1993, en operaciones fallidas para asesinar al presidente Bill Clinton y al Papa, y en ataques contra las fuerzas norteamericanas desplegadas en Arabia Saudí y Somalia.

Su fortuna personal, calculada en más de 300 millones de dólares (328 millones deeuros, unos 55.000 millones de pesetas), ha servido para financiar campos de entrenamiento para terroristas en Sudán, Filipinas y Afganistán y, según el Departamento de Estado americano, para enviar tropas de guerreros fundamentalistas al Norte de Africa, Chechenia, Tayikistán e, incluso, Bosnia.

 

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