Los
principios de disciplina y jerarquía, y el más
vago del honor, inherentes a la institución del
Ejército, son cuestionados en un típico
melodrama procesal que no renuncia al factor épico
porque es el que justifica esa institución.
En la base estadounidense de Guantánamo, en
el este de Cuba, es decir, territorio ocupado a un país
declarado hostil (tras haber sido colonia de forma más
o menos encubierta durante más de medio siglo),
se denuncia el homicidio de un marine por parte de dos
de sus camaradas. Confiando en que resuelva el consejo
de guerra como un trámite, la Armada encomienda
la defensa a un teniente jurídico (Tom Cruise),
rico, inteligente e indolente, cuyos ayudantes (Demi
Moore y Kevin Pollack) sí se toman el caso muy
en serio.
Cuando estos abogados empiezan a sospechar que la muerte
puede haberse debido a la aplicación de un cuasisecreto
código de honor de los marines, topan con la
hostilidad del comandante de la base (Jack Nicholson);
hostilidad contraproducente porque entonces el teniente
pone todo su empeño en llegar al fondo del asunto.
Obviamente, la situación de la base en territorio
enemigo es un factor fundamental en el suceso (y de
hecho constituye la justificación del comandante)
pero la película va más allá de
ese contexto histórico para, de forma algo ambigua,
denunciar la perversión del concepto del honor
castrense y al tiempo concluir que gracias a ese sentido
del honor prevalece la justicia.
Este largometraje fue candidato a los Oscar de Película,
Montaje, Sonido y Actor Secundario, un Nicholson narcisista
pero magnífico. / F. M.
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