El mito de Frankenstein ha sido uno de los temas recurrentes
a lo largo de la Historia del cine, tanto para proponer
un simple entretenimiento para públicos impresionables,
como para sumergirse en profundas reflexiones sobre
la naturaleza humana y demás cuestiones metafísicas.
Así debió entenderlo el británico
Kenneth Branagh, un experto en adaptaciones curtido
en el arduo trabajo de llevar a la pantalla dramas y
comedias de William Shakespeare, que decidió
volver a las fuentes y proponer una reinterpretación
en toda regla de la novela de Mary Shelley, tal como
sugiere el título.
La versión de Branagh quiere ser más
realista y más imaginativa que las clásicas,
en especial que la inigualable joya que es la versión
de James Whale con Boris Karloff como protagonista.
Así la simple elección del reparto se
presenta como una verdadera declaración de principios.
Robert de Niro, enterrado bajo una exuberante manta
de maquillaje, reducido al poder de sugerencia de sus
ojos reconocibles, encarna a la criatura, mientras que
el propio Branagh se reserva el papel del doctor Victor
Frankenstein y se convierte así en el verdadero
centro del espectáculo.
Acompañándolos, destaca la presencia
de Helena Bonham Carter, Tom Hulce o John Cleese en
los papeles secundarios de esta revisión del
mito que no oculta su voluntad de reinventar lo gótico,
aunque por momentos caiga en planteamientos decididamente
barrocos.
La película se beneficia de una producción
excelente que no repara en gastos a la hora de hacer
creíbles los rostros sanguinolentos y las vísceras
de esta siempre estimulante pesadilla que nació
de la razón./ A. B. pmvw
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