A principios del siglo XIX, Napoleón gobernaba
gran parte de Europa y su gloria, a la par que sus tropas,
se acercaba a Rusia. Por entonces, aquel vasto país
vivía tal y como lo retratara León Tolstoi
en Guerra y paz, una inmensa novela que King Vidor (director
de la preciosa Historias de Filadelfia) convirtió
en material cinematográfico.
Aunque en las más de tres horas que dura la
película no pudo encerrar todo lo que escondían
aquellas páginas, Vidor dirigió una grandiosa
producción con unos actores de lujo, una escenografía
que no escatimaba en gastos y un vestuario impecable.
Por esos años, entre las clases altas, se sucedían
los desfiles militares, las fiestas rebosantes de alcohol,
los bailes en salones majestuosos, las visitas a la
óperaé pero también había
tiempo para el amor. Porque si algo queda en pie después
de tantas batallas en Guerra y paz es el amor, ese sentimiento
que provoca más de un disgusto cuando se confunde
con el placer, que hace a los hombres batirse en duelo
o aislarse del mundo como ermitaños.
El resto de personajes se alejan hacia el frío
de la guerra contra los soldados napoleónicos
o se acercan al calor que desprende la tan optimista
y unida familia protagonista, una familia que sirve
de esqueleto central para el largometraje y es un edulcorado
microcosmos que refleja la vida de la aristocracia rusa;
sus carruajes, sus enormes bales, sus mansiones
en el campo...
Una vez más, Audrey Hepburn está espléndida
y Henry Fonda brilla en su papel de hombre de actitud
solidaria y coherente en sus actos. En el reparto también
destacan Mel Ferrer y Vittorio Gassman. / GORKA ELORRIETA
|