El
maestro del western, John Ford, muestra dramáticamente
cómo el hombre cívico desplaza a los héroes
que conquistaron el Oeste.
De vuelta al pequeño pueblo de Shinbone para
asistir al entierro de su viejo amigo, Tom Doniphon
(interpretado por John Wayne), el senador Ransom Stoddard
(al que da vida otra estrella, James Stewart) rememora
para un periodista su anterior llegada a ese lugar:
era un joven e idealista abogado del Este que, al ser
asaltada la diligencia en que viajaba y desvalijado,
tuvo que trabajar como camarero y friegaplatos en la
fonda del pueblo, donde las fuerzas dominantes eran
Doniphon, un poderoso ranchero, y Liberty Valance (Lee
Marvin), pistolero que con sus dos secuaces atemoriza
a los pacíficos ciudadanos, que no a Doniphon.
El abogado trata de imponer una cultura de paz y derecho
y eso le pone en el punto de mira de Valance, obligándole
a comportarse como un héroe al enfrentarse al
bandido, lo que le acaba convirtiendo en un héroe
y llevándole a lo más alto de la política.
Con este argumento John Ford hizo una obra maestra
sobre los temas recurrentes en su filmografía:
la oposición de la verdad y la leyenda y el conflicto
del hombre de acción con el de reflexión.
Lo que da amargura a la película es que Ford
reconoce que el civilizador Stewart tiene la razón,
pero sus simpatías están con el pionero
Wayne.
Esta oposición y el reconocimiento de la derrota
del héroe primitivo, capaz de hacer justicia
con su propia fuerza y no con la de la ley, se enriquece
al mostrar crudamente la faceta criminal de ese primitivismo,
la de Lee Marvin y sus esbirros asilvestrados, Strother
Martin y Lee Van Cleef (un trío que obviamente
inspiró a muchos personajes de Sam Peckinpah),
y al rivalizar Wayne y Stewart por la misma mujer (Vera
Miles).
Un western crepuscular y estilizado que no disimula
estar rodado en estudio y fotografiado en blanco y negro,
tiene escenas memorables, como la imagen de Wayne contemplando
el incendio de sus ilusiones, el amago de pelea a muerte
entre él y Marvin por haber puesto éste
una zancadilla al camarero Stewart, o el brote de sadismo
de Marvin contra el periodista que intenta denunciar
sus desmanes.
Incluso en una tragedia como ésta, Ford sacó
a relucir una vez más su sentido del humor socarrón
y convocó a sus secundarios habituales para darle
un ambiente a ratos de comedia doméstica y costumbrista.
Wayne, prepotente, irónico, escéptico,
amargado, se impone sobre todos. / F. M.
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