Frank
Darabont, que ya había adaptado brillantemente
otra novela de Stephen King, Cadena perpetua, realizó
con la productora Castle Rock (a la que se deben las
mejores versiones de obras del célebre autor
de libros de suspense) una película muy ambiciosa.
Como en Un saco de huesos, en La milla verde King desarrolló
una intriga con mucho de terrorífica pero fundamentalmente
mágica y poética.
La acción se sitúa en un contexto muy
determinado, Louisiana, 1935, una sociedad racista (también
en denunciar el racismo coincide con Un saco de huesos),
pero ya el hecho de que su protagonista, ahora un anciano,
rememore su experiencia en un larguísimo flashback
revela la intención de Darabont de dar un tono
melancólico y evocador que trascienda ese marco
histórico (aunque la reconstrucción de
época es muy esmerada y forma parte del espectáculo)
para llegar incluso a ser sobrenatural.
La milla verde (un pasillo con linóleo de ese
color) es el nombre que los funcionarios de una prisión
dan a lo que hoy suele llamarse "el corredor de
la muerte"; el protagonista, Paul Edgecomb (interpretado
por Tom Hanks), es el principal de esos funcionarios,
un hombre compasivo y muy profesional que no tiembla
en las ejecuciones pero que procura que éstas
sean lo más rápidas posibles.
A la milla verde llega John Coffey (Michael Clarke
Duncan), un gigante negro, condenado por el asesinato
de dos niñas blancas, que resulta ser, más
que bondadoso, un santo capaz de obrar milagros. Y a
ese mismo escenario es destinado, a petición
propia, Percy Wetmore (Doug Hutchinson), un joven blanco
y sádico./ F. M.
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