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Prólogo de Fernando Sánchez Dragó
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Scorsese: «Hice la película para poder
conocer mejor a Jesús»
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10 millones de dólares por el negativo
Como ilustración de un momento tan decisivo
para la historia de la humanidad como el nacimiento
del cristianismo, a través precisamente de la
vida de Cristo, la película de Scorsese resulta
por una parte sorprendente y al mismo tiempo extremadamente
coherente, porque, sin lugar a dudas, La última
tentación de Cristo, es a la vez mucho más
libre y también mucho más rigurosa desde
un punto de vista cristiano, que la mayoría de
los clásicos del género que han surgido
gracias a la maquinaria pesada de la industria de Hollywood,
desde las incursiones bíblicas de la época
muda hasta las superproducciones de Samuel Bronston,
sin olvidar en un extremo y en otro las grandiosas propuestas
de Cecil B. DeMille.
Y es que el cineasta Martin Scorsese habla en La última
tentación de Cristo de una manera explícita
y concreta de muchos temas que flotan y se materializan
en todas y cada una de sus películas, hasta el
punto de que se puede asegurar, sin caer en la exageración,
que la religión y muchas de sus obsesiones colaterales
encarnan la materia esencial de títulos como
Taxi driver o Malas calles de su etapa inicial y de
casi todo el grueso de su filmografía.
La película de Scorsese se inspira en la novela
homónima de Nikos Kazanzakis, escrita al parecer
en un místico retiro espiritual en el monte Athos
en los primeros años 50. Para la adaptación
a la pantalla, Scorsese contó con la colaboración
de su guionista habitual en la época Paul Schrader,
otro cineasta profundamente tocado por inquietudes religiosas,
de manera que a la perspectiva ortodoxa del escritor
se sumaron las convicciones calvinistas del guionista
y el catolicismo exacerbado del director estadounidense
para indagar sobre los aspectos más mundanos,
cercanos y compartibles de la figura de Jesucristo,
especulando con una razonable huida ante su destino
trágico.
Scorsese plantea un relato casi intimista, modesto
en cuanto a las dimensiones industriales de su propuesta,
que ilustra la humanidad del personaje a través
de una duda permanente sobre su identidad, sin acabar
de asumir en ningún momento su naturaleza divina,
hasta sugerir la perspectiva de un visionario pasado
de vueltas, como en las sucesivas tentaciones que afronta
desde un círculo iniciático en el desierto
o esa imagen surreal de estirparse el corazón
con las manos para ofrecerlo simbólica y físicamente
a los demás.
Martin Scorsese hecha mano para la ocasión de
un reparto de su confianza, con Willem Dafoe en el papel
de Jesús, habituales como Harvey Keitel en el
de Judas, y una larga lista que pasa por Barbara Hersey,
protagonista de uno de los primeros y menos conocidos
largometrajes del cineasta, encarnando a María
Magadalena o el cantante David Bowie como Poncio Pilatos.
La presentación de la película en el
prestigioso Festival de Venecia despertó en su
momento una viva y agria polémica, encrespando
en mayor medida a los sectores fundamentalistas del
cristianismo oficial, que en muchos casos emitieron
y airearon sus acusaciones, incluso antes de tener la
oportunidad de examinar las imágenes de tan discutido
largometraje. / A.B.
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