Hay
algo extraordinario en las películas de juicios:
aunque es un género terriblemente sencillo, provoca
con precisión matemática una total fascinación.
En una buena película de abogados, y Veredicto
final no es en absoluto uno de esos productos facilones
que han encontrado su modus vivendi en la hora del café,
el abogado es un perdedor que lucha con sus humildes
fuerzas por restablecer una justicia para la que no
parece quedar esperanza.
Paul Newman, colosal, rebusca donde nadie se atrevería
a hacerlo y convierte la figura del odiado "picaplietos"
en un moderno investigador privado, un borracho sin
ética ni ideales que se viste por última
vez el traje de titán salvador del pueblo y de
la justicia. David y Goliat; pecado y redención;
delito y justicia... Es un clásico.
Se trata probablemente de la última gran película
de Sidney Lumet (Filadefia, 1924), un director que ha
tocado numerosos palos con desigual fortuna, pero que
siempre ha mantenido el gusto realista por hurgar en
las sombras de la sociedad estadounidense. Su excepcional
guión atesora, además, todas las armas
que han hecho famoso a David Mamet, cirujano diseccionando
personajes y perturbador estratega al elaborar las tramas.
Y entre el humo recargado por las frustraciones, las
caóticas montañas de papeles y el rumor
de los vasos vacíos, redondean esta gran película
cuatro actores maduros en la cumbre de sus carreras:
el citado Paul Newman, Jack Warden haciendo de su ayudante/amigo/confidente,
James Mason como el abogado de la otra parte (un importante
hospital católico que ha cometido una terrible
negligencia), y Charlotte Rampling como la inevitable
chica sin pasado. / P. G.
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