Habría
que arrodillarse ante él. Genial, creativo e innovador.
No se somete a nada ni a nadie. Y menos ahora que sus 90 años
le otorgan el privilegio de expresar sus filias y fobias sin
reparos. Tampoco los tuvo cuando abandonó el Opus tras
20 años y reveló el lado oscuro de Escrivá
con un coste de tres lustros en paro. La demolición de
La Pagoda le ha devuelto una popularidad que culmina con el
Premio Nacional de Arquitectura. Coherente, original, y precursor
defiende el riesgo y la integridad como valores del arquitecto.
POR ENRIQUE DOMÍNGUEZ UCETA |