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Bush y Kerry, durante el primer debate electoral. (AP) | | Por
VIRGINIA HERNÁNDEZ La obsesión de los padres de la
patria por que el proceso para elegir presidente fuera lo más abierto
y democrático posible dejó en herencia una campaña
electoral de 11 meses de duración. Un 'maratón' que comienza
en el mes de enero y concluye el primer martes después del primer lunes
del mes de noviembre, el día en que los estadounidenses sólo
los que se han registrado como votantes están llamados a las urnas. En
EEUU, los partidos no eligen directamente a su candidato como ocurre en la mayoría
de los países. El nombre se decide en primarias (votación
directa y secreta) o caucus (reuniones en las que se decide
un nombre sin que haya una votación). Tras estos encuentros, cada candidato
anota en su lista un determinado número de delegados con
cuyo apoyo contará en la convención nacional de su partido.
Ahí, en las fiestas donde posiblemente se vean más banderas y confeti
del mundo, se proclama el nombre del que será el representante de cada
formación. La persona que aspire a la presidencia reunirá,
además de mucho dinero que gastar en la campaña, recaudado entre
sus simpatizantes, unas características inexcusables: tiene que ser mayor
de 35 años, ciudadano de EEUU, nacido
en el país y que haya vivido allí
durante, al menos, los últimos 14 años.
Él será el encargado de nombrar al que se convertirá en vicepresidente
en caso de victoria, el que antes le acompañará en los carteles
electorales. Cuando las convenciones cierran sus puertas, se pone en marcha
la campaña en sí. Debates televisivos sin espacio
para la sorpresa y mítines llenos de consignas con la
vista muy fija en los estados con más poder electoral,
los conocidos como 'estados llave'. Estos son los que cuentan con mayor población
y, por tanto, los que aportarán más delegados al llamado Colegio
Electoral, el órgano que definitivamente proclamará el
nombre del vencedor, dos meses después de celebrarse comicios. Esta
institución resulta muy llamativa para quien está acostumbrado a
saber pocas horas después del cierre de los colegios electorales quién
va a ser su próximo presidente. Los resultados en las elecciones estadounidenses
se conocen estado por estado. Cada territorio, dependiendo de
su población, aporta un determinado número de compromisarios al
Colegio Electoral, delegados que excepto los de Nebraska y Maine, que escogen
proporcionalmente votarán por el candidato que haya resultado vencedor
en su estado. Este organismo está compuesto por 538 personas,
el mismo número de diputados que integra el Congreso. El candidato ganador
necesita al menos 270 votos para convertirse en presidente.
Que ocupe la Casa Blanca no le garantiza el control del Congreso, formado
por la Cámara de Representantes y el
Senado. Los diputados son elegidos en otras elecciones
las legislativas que se celebran cada dos años.
Unos comicios son casi tan cruciales como los otros ya que, al respetarse
escrupulosamente la separación de poderes, el ejecutivo no tiene
ninguna influencia sobre el legislativo, que controla políticas tan importantes
como la exterior o la económica. Además, es habitual que los diputados,
que luchan individualmente por volver a ser elegidos, no tengan disciplina
de partido y, por tanto, voten en contra de propuestas de su propia formación
con las que no estén de acuerdo. |