EL ESTADO DE LA UNION
Peligran los matrimonios 'gays'
Las elecciones son un referéndum 'de facto' que amenaza una ley aprobada en Vermont, uno de los estados más liberales de la Unión

JULIO A. PARRADO| BURLINGTON (VERMONT)

Para Joe Haller, que gane George Bush o Al Gore es secundario. Su matrimonio es lo que está en juego en estas elecciones. Y hace tan sólo cuatro meses que luce su anillo dorado en el dedo.

«Supongo que sería el primer divorcio por plebiscito de la historia de este país», dice. Este granjero de 32 años conoció a su pareja hace 12 en la universidad. La típica historia de amor a primera vista y convivencia inmediata nunca fue bendecida por las autoridades civiles hasta el pasado 1 de julio. «Nada más entrar en vigor la nueva ley de uniones civiles, agarré a Eric del brazo y nos casamos en el Ayuntamiento en la hora del almuerzo», explica.

«Lo nuestro no era una lucha reivindicativa. Fueron puras razones prácticas: seguro de salud, herencia, decisiones médicas». Joe y Eric Berta, de 31 años, fueron una de las primeras 200 parejas homosexuales que vieron reconocidos sus derechos civiles locales por su estado, uno de los más liberales de la Unión Americana.

La Ley de Uniones Civiles de Vermont, aprobada a principios de año por el Congreso local, se transformó en seguida en un referente para la comunidad gay de todo EEUU. Una vez conquistado este derecho en un estado, la batalla para lograr reconocimiento por los restantes 49 y por el Gobierno federal parecía fácil, dictaba la lógica. Pero no fue así. La agresiva contienda electoral ha obligado a Joe y Eric a remangarse y lanzarse de lleno en la contienda política, y a asistir a mítines como el que esta tarde tiene lugar frente al mismo ayuntamiento donde intercambiaron anillos este verano.

El medio millar de personas unidas bajo el lema Adelanta a Vermont (Take Vermont Forward) trata de evitar que los matrimonios gays se conviertan en el derecho más efímero en la historia norteamericana. El Adelanta a Vermont es la respuesta al Recupera Vermont (Take Back Vermont) que proclaman 10.000 carteles repartidos por las carreteras de este estado rural. Es el lema de la cruzada emprendida por la mitad del medio millón de vermonteses.

Reducto de 'hippies'

El estado, reducto de hippies, socialistas y movimientos anarquistas en EEUU, puede acabar en manos del Partido Republicano. Comunidades agrícolas y poblaciones pequeñas -el corazón del Vermont antiguo- han formado causa común con varias iglesias protestantes y la jerarquía de la Iglesia Católica contra la ley de parejas de hecho.

«Nos han traicionado. El Congreso tomó una decisión sin nuestro consentimiento. Nos quieren hacer creer que esto es una cuestión de derechos civiles, cuando todo el mundo sabe que los gays no pueden estar amparados por el mismo criterio que las minorías: no tienen muestras externas que los hagan diferentes, ganan más dinero, tienen un nivel educativo superior. Es la sanción de una inmoralidad», explica Michelle Cummings, líder de los recuperadores vermonteses.

«Si conquistan una mayoría durante dos legislaturas en el Congreso, redactarán una enmienda para convocar un referéndum sobre la materia. La ley está seriamente amenazada», explica Mary Robinson, una de las dos abogadas que ganó el pulso al Tribunal Supremo de Vermont en diciembre pasado.

Desde que se aprobó la norma, 800 parejas han pasado por las oficinas estatales para sellar su matrimonio. 600 de ellas son habitantes de otros estados. «Estos forasteros son la semilla del cambio en EEUU que está liderando Vermont», asegura Robinson.

Posiblemente, algunas de estas parejas se atreverán a abrir demandas judiciales contra sus estados para que se les reconozcan los derechos adquiridos en Vermont. «Tomará años antes de que veamos a los tribunales supremos estatales pronunciarse, pero también se ha tardado tres décadas en derribar la prohibición de los matrimonios entre razas».

Sin embargo, el éxito de Robinson contra el Supremo de Vermont puede quedarse como un hito aislado. Ni siquiera la ultraliberal Hawai logró en 1998 reconocer estos matrimonios. Los homosexuales estadounidenses, en su día líderes en la adquisición de derechos civiles, quedan rezagados frente a los avances logrados en Europa occidental.

Dieciocho estados aún tipifican como delito el comportamiento homosexual. Una opresora ley del silencio opera en el Ejército, donde los abusos verbales y la violencia contra homosexuales siguen siendo ocultados.

Alterados por el sendero abierto en Vermont, 33 estados y el Gobierno federal han creado una especie de escudo antigay en los cinco últimos años. Se trata de leyes de dudosa constitucionalidad que prohíben explícitamente el reconocimiento de las normas sobre parejas de hecho promulgadas en otros estados.

Cuatro estados del país votarán este martes nuevas iniciativas contra los derechos de gays y lesbianas. En Nebraska, a 3.000 kilómetros de la antes apacible Vermont, se aprobará en plebiscito una de las leyes más restrictivas del país. «Tenemos que protegernos de lo que ha sucedido en Vermont. Si no, finalmente, ¿podrá casarse un hombre y un perro? ¿Y un padre y su hija?, manifestaba recientemente el ultraconservador fiscal general de Nebraska.

Clérigos homosexuales

«Las leyes de parejas de hecho están siendo el pretexto para la unión de los grupos religiosos ultraderechistas. Están regresando con más fuerza que nunca», asegura Adrian Carr. Esta mujer, reverendo de la Iglesia Unida de Cristo en Burlington, es uno de los pastores protestantes más activos en la causa gay. Desde hace 15 años, su iglesia -con unas 6.000 congregaciones por todo el país- permite la ordenación de clérigos homosexuales. Su parroquia, a pocos metros del Ayuntamiento, es de las pocas donde se están oficiando también matrimonios entre personas del mismo sexo.

«Además de la sanción civil, muchos desean la bendición de Dios. Creo que nuestra misión es dársela». La Iglesia Unida de Cristo es la única de las grandes denominaciones -millón y medio de fieles- con una postura abierta sobre las uniones homosexuales.

La jerarquía de baptistas y católicos -las dos principales confesiones-, con un gran peso político a nivel nacional, mantienen una férrea oposición. «Quiero combatir a los que quieren convencer al Creador que su Plan para la Vida es una violación de los derechos civiles. Hay que recordarles que George Washington dijo que es imposible gobernar bien sin Dios y la Biblia», escribe esta semana el obispo católico de Burlington, Kenneth A. Angell.

Muchos de sus fieles, incluidos algunos párrocos, disienten abiertamente con la jerarquía. Varios diputados votaron a favor de la ley. Algunos pidieron perdón a Angell tras ser condenados al infierno del olvido electoral por sus párrocos y parroquianos.

Pero, la homilía ¿Por quién votaría Cristo? es, sobre todo, un recordatorio de que en EEUU, la cuestión matrimonial pone en duda la separación entre Iglesia y Estado. «Este es el único país donde un matrimonio sancionado por un representante de cualquier iglesia tiene validez civil. ¿Por qué no oficiamos también divorcios?», se cuestiona la reverendo Carr. «No se trata de una batalla religiosa», desmiente la portavoz de Recupera Vermont. La aprobación de las uniones civiles por el Congreso es considerada un atropello político. «Si pidiéramos convocar un referéndum sobre la posesión de armas de fuego, nos dirían entonces que no», le responde la abogada Robinson.

Joe y Eric se niegan a pensar en el peor de los escenarios. Eric confía en que, de ser derribada la ley, «los que estamos casados recibamos una amnistía». Joe es más pesimista y piensa en el futuro, porque quiere adoptar un hijo.

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