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# 121 Viernes 30 de marzo de 2001
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MODA

Minifaldas a go-gó

Rafa Rodríguez
La prenda fetiche del pop regresa con ganas de dar guerra. Los diseñadores se han aliado para rescatarla de un destierro que ya duraba demasiado y ahora, igual que hace 35 años, se presenta como antídoto contra la represión del chic neoburgués. Ochenteras, tecnológicas, vaqueras, ingenuas, lujosas, micro, las nuevas propuestas se adaptan a todos los estilos y ayudan a calentar el ambiente. Una revancha por piernas.

Lo bueno si breve ... «Alargue esa falda, es una moda que no puede durar porque es antiestética», cuentan que le dijo Buñuel a Catherine Deneuve. El tiempo y sus circunstancias han demostrado que el genio de Calanda podía tener mucho ojo para el cine, pero ninguno para los trapos: treinta y pico años después de semejante consejo, la falda sigue triunfando en su más mínima expresión. Y su victoria es especialmente sintomática en un momento en que la plana mayor de los diseñadores se ha conjurado para cambiar, de forma radical, la percepción que teníamos de la moda y la manera en que la sentíamos desde finales de la pasada década.

Moraleja: preparémonos para el regreso de la mujer pantera. The bitch is back! Adiós, mi querida y neoburguesa señorita; hola, depredador sexy. En su provocativa silueta se adivina una poderosa consciencia sexual y se puede leer el mensaje indumentario más revolucionario de los últimos lustros: yo soy dueña de mi cuerpo (advertencia igualmente implícita en el otro gran look de la temporada, el butch chic, la tendencia marimacho que ejerce como antítesis de la bitch, que la costura también necesita su yin/yang para equilibrarse). Como la desnudez todavía no posee rango convencional de prêt-à-porter, la minifalda vuelve así a reposicionarse como principal argu- mento en un debate abierto desde que el mundo es mundo y que apela a una única causa: la libertad.

Después de arrastrar los bajos por el suelo y de represiones seudochic a la altura de la rodilla, la mini viene a redimir a la mujer instaurando su reino escueto y carnal. Claro que no deja de ser muy irónico que, a través de ella, al final sea la moda, tan tirana, castradora, frívola y hasta machista la que tenga que actuar en su defensa. «¿Es que hay algo de malo en ser sexy? ¡Basta ya de tanto vestido viejo de ladylike! Estamos en el año 2001, es hora de moverse!», clamaba Helmut Lang, diseñador nada sospechoso de sexismo y misoginia —pecados capitales de muchos de sus colegas masculinos—, al término del desfile que presentaba su colección para esta primavera/verano, plagada de faldas escurridas y minivestidos, por supuesto.

PIERNA CRECIENTE, FALDA MENGUANTE. Lo cierto es que no hay otra prenda con tanta carga simbólica y social. Los sucesivos siglos en que las damas mostraron desnudos sus brazos, sus hombros, sus cuellos y hasta sus pechos, fueron también siglos de piernas ocultas. Pies, tobillos y pantorrillas caían bajo el tabú de descubrirse en público. En tales condiciones, el mero apunte de un pinrel femenino inducía a los hombres a adivinar la pierna y, a partir de ahí, a elucubrar todo tipo de lúbricas ensoñaciones. La minifalda acabó con todo eso. Y más: rompió las autocráticas reglas de las sacrosantas casas de moda parisinas, puso nerviosa a la generación de los mayores, dio a las mujeres una desconocida sensación de libertad y se reveló sexy más allá de las salvajes fantasías masculinas. O sea, una revolución en toda regla que sacudió hasta los cimientos del Vaticano.

La Historia ha acabado culpando de todo esto a la inglesa Mary Quant, inventora de la prenda para los anales de la moda y para desesperación del visionario francés André Courrèges (que siempre ha reclamado la paternidad de la prenda como suya y ha tenido que conformarse con el honor de ser su introductor en la alta costura), quizá porque fue a la vista de una sus breves creaciones cuando se empleó por primera vez el término. Aunque, en realidad, los largos de las faldas habían comenzado a acortarse desde los años 20 con las descocadas flappers hasta alcanzar dimensiones «moralmente preocupantes» (según calificación de las fuerzas religiosas) a principios de la década de los 60. Australia aún recuerda aquel 5 de noviembre de 1965, cuando la modelo británica Jean La Gamba Shrimpton apareció en las carreras de Melbourne luciendo un vestido cuya bastilla se recogía ¡10 centímetros por encima de las rodillas!

EL CORTE POP. Máximo icono del Swinging London (término acuñado en el 64 por la revista americana Times para describir la permisiva agitación sociocultural de la capital británica), la fresca imagen de la Shrimpton no hacía sino revelar la atmósfera casual de pequeñas boutiques como Biba y, sobre todo, Bazaar, el cuartel general de Mary Quant en Knightsbridge (exitosa sucursal de su seminal tienda en Kings Road) donde, según ha reconocido, escuchaba a las jóvenes y aprendía a descifrar lo que querían: «Lo único que hago es ver cómo se visten las chicas. Luego lo formalizo, le doy algo que podríamos llamar mi toque y, quizás, eso hace que se convierta en moda». Así, al hilo de este discurso, la minifalda se conecta con el otro hito de la moda que surgía en la década prodigiosa: el streetwear. Por fin, el diseñador no lidera, sigue la corriente de la calle. ¿No estamos hablando de pop?

En la cultura de masas, la minifalda se sitúa al lado del pantalón vaquero y la t-shirt sin complejo de inferioridad, aun cuando en Estados Unidos nunca alcanzara la escasez de tejido que llegó a exhibir en Europa. Una vez que el bajo frenó su caída por encima de las rodillas, las chicas sólo se preocuparon de que subiera más y más arriba. Con Twiggy para endiosar la imagen de la eterna juventud, adorada desde entonces como el becerro de oro de la moda, les resultó muy fácil. Pero cuando, en 1968, la mini llegó a su máximo, cortada a límites casi pornográficos, los popes de la costura francesa se sintieron amenazados y lanzaron su contraofensiva: Coco Chanel aún tuvo tiempo de condenarla antes de morir y hasta el fotógrafo Cecil Beaton aseguró encontrarla insultante («Nunca tan poca tela había revelado la necesidad de tapar tanto»). Aquí, aparte de Massiel y su eurovisivo Courréges, la prenda dio para hacer chistes en el cine del desarrollismo (La tía de Carlos en minifalda), coplillas a mayor gloria del macho carpetovetónico (Manolo Escobar cantando aquello de «No me gusta que a los toros te pongas la minifarda») y bastantes recalentones.

Hoy que Mary Quant es una venerable sesentona al frente de un emporio multimillonario, en realidad cimentado sobre sus líneas de maquillaje y medias (los panties de todos los colores resultaron el complemento inseparable de la mini), la moda le rinde por fin homenaje e incluso se permite guiños cómplices, como el de la firma italiana Gentry Portofino, en cuya publicidad puede verse el salón de la casa de la diseñadora británica.

MENOS ES MÁS.
La otra buena noticia es que, además, la nueva mini (en sí misma o como vestido brevísimo) se adapta a cualquier tendencia de la temporada. Chanel las tiene ochentonas, vaqueras y agitanadas; Moschino las llena de graffitis y rayas bicolores (ganan en blanco y negro); las de Sonia Rykiel y Junya Watanabe vienen en todas las combinaciones de color posibles bajo el sol; como Gaultier, Galliano las prefiere punkarras, incluso cuando las firma para Dior; Marjan Pejowski, comiqueras; Lacroix, asimétricas y geométricas; Celine, como cinturones de cuero; Alexander McQueen, tan dramáticas como peludas; Oliver Theyskens y Jean Colonna, románticamente emocionales (el toque belga); Marc Jacobs, en plan baby doll. Pero hay más: ¿que las quieres en onda Gladiator? Elige Clements Ribeiro y, sobre todo, Helmut Lang. ¿Tipo diosa caída del Olimpo? Indispensables Daryl K, Antonio Berardi, Fendi, Balenciaga y Callaghan. ¿Tecnológicas? Prueba las de Exté y Paco Rabanne. Las más cortas, para el caso, son obra de Óscar de la Renta y del tándem Dolce & Gabbana, sus auténticos precursores desde hace un par de años.

Sea como fuere, lo único que no hay que olvidar es que, cuanto más escuetas, más baggy (holgado) ha de ser el top a combinar, que esta temporada la moda también se ha propuesto reinventar el juego de las proporciones. Ah, y lucirlas con una sonrisa pop en los labios.

MINI HASTA ARRIBA (reportaje fotográfico)


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