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# 136 Viernes 13 de julio de 2001
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CINE

El pecado de la carne

Pedro Calleja
Elodie Bouchez es la actriz más morbosa del nuevo cine galo. Experta en despertar libidos atrofiadas, en su último filme se desnuda en cuerpo y alma para enseñarnos su abecedario del sexo.

Ojos saltones. dientes de ratón. Sonrisa panorámica. Pocos kilos. Una docena de curvas. Mucho genio. Fotogenia salvaje. Intuición. Talento. Locura. Son sólo palabras, etiquetas, coletillas que le hemos ido colgando los periodistas a Elodie Bouchez a lo largo de los años y las películas. Por eso ella nos odia. Se niega a hablar con nosotros. Cuando no le queda más remedio que hacerlo, en festivales de cine y certámenes parecidos, simula estar hecha polvo. «Mañana tengo que

Madrugar. ¿Te importa quedar otro día?». Y se escabulle entre dos preguntas. Luego, te la encuentras en la fiesta que se celebra esa misma noche, escondida en un rincón, flanqueada por algún novio feo de

Aspecto despistado. Observándola de cerca, se diría que el tópico de la actriz francesa visceral, rara, cabezota, artistaza y sexualmente voraz, a lo Isabelle Adjani o Juliette Binoche, sigue vigente. Lo que pasa es que no nos gustan los tópicos. La protagonista de Los juncos salvajes y La vida soñada de los ángeles no se los merece. Una cosa es la realidad y otra la ficción.

DRA. JEKYLL Y SRTA. HYDE. Basta echar un vistazo a la imagen que acompaña estas líneas para darse cuenta del poderío físico de esta pequeña fiera del celuloide. En las fotos sale enseñando los dientes, afilando la mirada, abriendo las piernas, desvestida con cierto glamour hortera. Juega a provocar. En las películas, sin embargo, sobre todo en las más recientes, aparece casi sin maquillar, haciéndose la loca y al borde del ataque de arte y ensayo. «Algunos críticos van diciendo por ahí que últimamente me he especializado en personajes descarnados, extraños, que me estoy repitiendo como actriz —señala al respecto—. Entiendo que pueda cansar alguien que, como yo, siempre va al límite, que se implica a fondo con lo que hace, pero es que a mí las cosas que se quedan a mitad de camino me dan vergüenza ajena».

Hacía bastante tiempo que Elodie no asomaba su carita de sorpresa eterna por las pantallas grandes españolas. En lo que llevamos de año, no obstante, ya se han estrenado dos largometrajes con su nombre en lo más alto del cartel. La fugaz No quiero morir un domingo, de Didier Le Pêcheur, y la dogmática Lovers, de Jean-Marc Barr. Pronto llegará a las carteleras Demasiada carne, del mismo Barr y Pascal Arnold, segunda entrega de una trilogía iniciada, precisamente, con Lovers. Todos estos títulos se caracterizan por estar realizados a las bravas, prescindiendo de fórmulas comerciales y de espaldas al buen gusto mayoritario. Combinan sexo, muerte, drogas, amor, pasión, religión, existencialismo punk y comentarios incendiarios sobre la injusticia social.

DOGMA SEXUAL. La acción de Demasiada carne se desarrolla en el Illinois profundo. La zona está habitada por norteamericanos chapados a la antigua. Es una pequeña comunidad rural donde, como dice la canción de Papá Levante, «no está de moda practicar sexo». El protagonista de la historia (Barr) nunca ha conseguido consumar su matrimonio con una beata (Rosanna Arquette). Su vida da un giro de 180 grados con la llegada de Juliette (Bouchez), una forastera francesa experta en despertar líbidos atrofiadas. «A Barr y a Pascal los conocí rodando No quiero morir un domingo. Enseguida me engatusaron con su proyecto de hacer tres películas al estilo Dogma sobre la libertad. Soy una fan de Los idiotas, de Lars von Trier, y adoro los proyectos arriesgados y experimentales, así que les dije que sí. Primero hicimos Lovers, que era sobre la libertad de amar. La grabamos en París, por la noche. Demasiada carne va sobre la libertad sexual. La hemos hecho en Estados Unidos, a pleno sol. A finales de este año se estrenará Being Light, sobre la libertad de pensar, que transcurre en La India».

En Demasiada carne, Elodie se desnuda de cuerpo y alma. A Barr le pega un repaso de arriba a abajo, con alevosía. Le estruja los genitales, le palpa las nalgas, le chupa las axilas y le monta un trío playero de alta graduación. «El sexo en pantalla no es una molestia para mí —afirma tajante—. No me lo planteo a un nivel individual. Son los personajes los que tienen que desnudarse y hacer el amor. Barr opina lo mismo que yo sobre su cuerpo. No tiene pudor. La carne está ahí para ser manipulada, para hacer fluir información. Los cuerpos son utensilios de trabajo».

CHICA GAINSBOURG. Elodie no siempre ha sido tan atrevida. Nacida a las afueras de París el 5 de abril de 1973, descubrió que quería ser actriz a los seis años, haciendo un playback de Las señoritas de Rochefort, el delicioso musical de Jacques Demy protagonizado por Catherine Deneuve y su hermana Françoise Dorléac. Hija única de un arquitecto metido a taxista y una experta en informática, desde muy pequeña estudió danza, música y teatro en la capital, tras pasar una temporada en Túnez. A los 13 años, ya se ganaba la vida haciendo de modelo en revistas y anuncios publicitarios. Su primer casting cinematográfico lo hizo enfrente de un mito del entertainment francés: Serge Gainsbourg, el compositor e intérprete de Je t’aime moi non plus, guionista y director de Stan The Flasher (1990). «Ahora flipo pensando que debuté en una película suya en vez de en una comedia idiota. Recuerdo que Gainsbourg entró en la sala y me tocó el cabello. Me pidió mirarle primero con odio y después con amabilidad. Lo hice, le gustó y me contrató. Era un tío correcto, responsable, serio. Entonces se estaba cuidando bastante. Apenas bebía ni fumaba. Lo único que quería era rodar su película». La experiencia fue intensa (ella era menor de edad y el argumento estaba plagado de minas eróticas), pero las puertas de la industria del cine permanecieron cerradas durante dos temporadas. «Fue un fracaso y nadie se fijó en mí. Aproveché el tiempo para seguir estudiando. De lo que me arrepiento ahora es de negarme a grabar las canciones de la banda sonora con Gainsbourg. ¡Me asusté! No quise convertirme en una de sus lolitas».

MOCHILERA TROTAMUNDOS. El que sí supo colocar a Elodie en el punto de mira de los cinéfagos fue André Téchiné, responsable de Los juncos salvajes (1994), una historia de iniciación adolescente caracterizada por el naturalismo y la falta de prejuicios. «Yo era la chica que se relacionaba con los tres chicos. Medio novia, medio amiga, medio rollo de verano. Después del estreno, me vi convertida en una especie de símbolo de la juventud. Empezaron a tratarme como si fuese delicada y frágil».

La sombra de Los juncos salvajes resultó ser alargada. Elodie ganó un César a la Actriz Revelación, e interpretó personajes parecidos en Le péril jaune (1995), Le plus bel âge (1995) y Sin respiro (1996); esta última dirigida e interpretada, respectivamente, por los demás chicos Téchiné: Gaël Morel y Stéphane Rideau. Para romper con esta imagen de provinciana guapa, hizo de prostituta en el corto Les mots de l’amour (1994), de pastillera descerebrada en Bailar hasta morir (1997), de yonqui terminal en Le ciel est à nous (1997), de jovencita lobotomizada por el hechizo hindú en Les raisons du coeur (1997), de Madonna onírica en pelotas en Zonzon (1998), de ladrona callejera en Louise (Take 2) (1999) y de ninfómana desequilibrada en La faute à Voltaire (2001).

En medio de todo este caos, llegó Erick Zonca y la transformó en Isa, la mochilera simpática que comparte apartamento con una chica con problemas (Natacha Régnier) en La vida soñada de los ángeles (1998). Gracias a este trabajo ganó el premio de interpretación en Cannes, el César y el Premio Europeo. «Es uno de los papeles que más me ha marcado. Sufrí al desprenderme de él. Me gustaba su forma de ser, su sinceridad, su generosidad. Me encantaría tener siempre cerca a alguien así. No soy una de esas actrices que lo analizan todo, pero en este caso el personaje me afectó profundamente. Contribuí a hacerlo más humano, más real».

L.A. CONFIDENCIAL. La auténtica Elodie Bouchez es bastante más complicada que Isa. Sonríe con la misma facilidad y a veces se viste con el mismo mal gusto. Con frecuencia se pierde por lugares exóticos en busca de sensaciones fuertes: Marruecos, La India, Japón. Pero hay algo incontrolable detrás de su apariencia pacífica. Sus actrices favoritas son Gena Rowlands y Jennifer Jason Leigh: autenticidad y esquizofrenia. Se declara cinéfaga compulsiva: «Lo veo todo, hasta las mierdas de Disney». Vive en un apartamento en Pigalle de 52 metros cuadrados, aunque pasa varios meses al año en Los Ángeles, en los barrios bohemios, compartiendo casa con un grupo de amigos, alejada de Beverly Hills y Rodeo Drive. «Hollywood como tal no me interesa. He rodado algunas películas allí, pero de bajo presupuesto, independientes». Lo mismo escucha a Janis Joplin que a Massive Attack. No bebe alcohol, no se droga y nunca revela el nombre de sus múltiples amantes (pocos le duran más de cinco meses). «Si no fuese actriz, me dedicaría a la ayuda humanitaria. Comprometerse políticamente es demasiado complicado. Hasta hace poco, ni siquiera votaba. Creo más en la acción directa, aunque sea a pequeña escala».

«Demasiada carne» se estrena el 3 de agosto


EL DIRECTOR Y SU MUSA

Henrique Mariño
Jean-Marc Barr, actor ambiguo y cineasta turbio, se ha convertido en pareja artística oficial de elodie tras rodar juntos cuatro rompedoras películas en sólo tres años.

Un celador observa el cuerpo inerte de una joven que acaba de fallecer por sobredosis de éxtasis, le abre las piernas y la penetra, devolviéndola a la vida. Así conoció Jean-Marc Barr, un actor norteamericano con alma francesa, a Elodie Bouchez. Ocurrió durante el rodaje de No quiero morir un domingo (1998), un filme de Didier Le Pêcheur sobre la resurrección de una bella durmiente en tiempos de sida y sado. Lo que en principio se trataba de su primera colaboración conjunta terminó marcando sus carreras. Él encontró la actriz idónea para desarrollar la Trilogía de la Libertad, un personalísimo trabajo —codirigido por Pascal Arnold— con el que se estrenaba tras la cámara. Ella, a su vez, daba con otro proyecto experimental con el que darle más lustre a su currículo de culto.

«Cuando alguien te inspira y te enamora, no puedes decir otra cosa», responde al teléfono Jean-Marc Barr cuando se le pregunta por Elodie. «Para mí es una de las mejores actrices francesas. No vende perfumes, sino que está haciendo apuestas arriesgadas. Y todos sus personajes poseen un aura especial. Elodie es una luna». Pero hay un aspecto más terrenal que marcaría su relación profesional. La trilogía, compuesta por Lovers, Demasiada carne (en la foto) y Being Light, está rodada en inglés, idioma que Bouchez domina. «Cuando terminamos el filme de Le Pêcheur, me quedé fascinado con su acento y me di cuenta de que sonaría muy bien». Dicho y hecho, se lanzó a las calles de París para filmar, bajo los postulados Dogma, Lovers. Esta decisión vendría marcada por su estrecha relación con Lars von Trier, que apostó por Jean-Marc (padrino de sus gemelos) para el protagonista de Europa tres años después de que el francoamericano diera la campanada con El gran azul (Luc Besson, 1988), filme donde interpretaba a un hombre pez que cautivó a los asiduos de las salas de V.O. Tenía 28 años y el triunfo de crítica y público le reportaron fama en el continente.

De padre estadounidense y madre francesa, Barr (Bitburg, 1960) nació en una base militar en Alemania, donde su padre era oficial. Curiosamente, en el futuro encarnaría a soldados, aunque han intentado encasillarle como homosexual. Después de estudiar cine en UCLA, pasó por la Sorbona y la Guindall School de Música y Teatro de Londres, donde debutó con Orfeo en los infiernos, junto a Vanessa Redgrave. Ambiguo y misterioso, es tan capaz de dar vida a un simple paleto virgen de la Norteamérica más profunda como a un fundamentalista islámico gay sin perder credibilidad. Ahora su deseo es rodar en nombre de la libertad, porque es un modo de «desmitificar ciertos conceptos, de hacerlos más humanos. El cine está envuelto en demasiados intereses y dinero, es ridículo e inhumano. La verdadera fuerza consiste en situarse frente a uno mismo, hacer lo que quieres». Y así lo ha hecho.




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