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# 166 Viernes 15 de Marzo de 2002
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MÚSICA

Números rojos

Pablo Gil
Las discográficas españolas anuncian cierres y recortes dramáticos por culpa de la peor crisis que se recuerda en la música. La piratería aprieta a una industria ahogada por múltiples vicios.

JAGUARS Y FINIQUITOS. El rumor corrió a la velocidad con que se consumen rayas y gintonics en una fiesta de presentación: «Sony está despidiendo a la gente mientras a tres directivos les han regalado un Jaguar carísimo». Bonita paradoja posnavideña para una gente, la de la industria musical, a la que no es fácil sorprender.

A fin de cuentas, todos los empleados de las cinco multis saben que a) los ejecutivos cobran magníficos sueldos ampliados por multimillonarias primas de beneficios, b) los curritos tienen nóminas míseras (hasta 700 euros mensuales sin contrato) por trabajar de nueve a nueve; y que, como asegura una clásica del gremio, c) aquí siempre sucede lo contrario a lo lógico.

El fantasma de la recesión apareció en escena a finales de año, amplificado brutalmente en España por el efecto de la piratería. En palabras de Carlos Ituiño, presidente de Universal Music, «la música está sufriendo la peor crisis de los últimos 20 años». Más aún, asegura Gonzalo López, director de RCA, «es un punto de inflexión histórico, crítico».

Y las consecuencias no han tardado en llegar. La filial de Edel, donde trabajaban casi 30 personas, ha cerrado sin previo aviso. Si bien los sellos pequeños andan con el agua al cuello (aunque por estar acostumbrados a la economía de guerra van sobreviviendo), las majors sufren como nunca.

En Universal y Sony ha habido sensibles recortes de plantilla y de presupuesto, mientras en las reuniones de BMG-Ariola se insiste en que «la cosa anda muy mal» y que «aunque de momento no se va a echar a nadie, todo el mundo está llamando a nuestras puertas» (un agudo empleado denomina esta perversa técnica la amenaza fantasma). En EMI Music viven desde hace meses, a nivel mundial, bajo la espada de Damocles de un inminente reajuste que puede llegar a afectar a la mitad de la plantilla (el propio presidente, Miguel Ángel Gómez, ha cedido su puesto hace unas semanas). A este grupo pertenece Virgin, donde también la posibilidad de que rueden cabezas parece cercana: la compañía cierra año fiscal el 31 de marzo y se supone que el recorte debería ser efectivo para entonces (los 15 días de obligatorio aviso en caso de despido se cumplen, sí, hoy).

Los dirigentes hispanos señalan a la piratería como la causa principal (a nivel mundial, la recesión tiene más que ver con la distribución gratuita de la música en internet). López: «Este problema es casi una cuestión de Estado contra la que no se lucha tanto como se debiera». Ituiño: «Todos deberíamos estar más concienciados para acabar con esta lacra que está matando el negocio».

Las cifras indican que, más que otra cosa, el negocio se ha congelado, como entiende el nuevo presidente de EMI en España, el argentino Roberto Ruiz. «Crisis, lo que se dice crisis, no la veo como tal. Vengo de Argentina y aquello sí que es una crisis, donde la piratería asciende al 50%. Yo creo que, tras varios años de crecimiento, hemos llegado al valle para volver a tomarle el pulso al mercado».

Según datos de la SGAE, en 2001 se vendieron 80 millones de copias (por los 80,7 de 2000), más del 70% de las cuales fueron licenciadas por las multis. Por contra, se estima que fueron vendidos 20 millones de álbumes piratas, el 20% del negocio total. Más preocupante aún, sólo el año pasado se compraron 67 millones de CD-Rs vírgenes para uso doméstico (cuatro veces más que en el 99) mientras uno de cada siete hogares albergaba una grabadora de CDs.

EL INFERNAL CD-R. Desde hace meses se insiste en que hay que luchar contra la condescendencia hacia el top manta. Cierto: los tiempos del estudiante espabilado con una tostadora y un puñado de CDs han acabado; incluso la imagen del negrito sacándose unas pelillas (ah, los diminutivos políticamente correctos) ya no se ajustan a la realidad.

La piratería está actualmente controlada por un escaso número de personas. Resume Mariano López, responsable de la Unidad Antipiratería de SGAE: «Hay unas 30 bandas mafiosas que controlan el mercado, la mitad de ellas dirigidas por paquistaníes e indios desde Madrid (en menor medida, chinos y senegaleses). La competencia entre los propios piratas, vendiendo hasta tres discos por seis euros, ha concentrado la oferta en unas pocas manos, que se valen de la miseria de inmigrantes para explotarles».

El proceso de fabricación también ha evolucionado. Ahora los pasos se han separado: en una nave se graban los CDs, en otra se fotocopian las carátulas y en un piso de la ciudad se enfunda la copia final. En esos destartalados apartamentos es donde los vendedores de a pie recogen sus remesas, aunque a veces son distribuidos por furgonetas.

En poco tiempo se ha creado una enorme industria paralela contra la que las discográficas no saben cómo luchar. Bien es cierto que es una tumba que, en opinión de muchos (el siempre agudo Diego A. Manrique), han cavado ellos mismos con el formato digital. Primero se cedió el master del disco al comprador sin protegerlo (el CD es una copia perfecta de la copia final del artista); luego, algunas corporaciones como Sony o Philips hicieron su agosto comercializando a la vez CDs y tostadoras; y a ello se añade el gran clásico, «los discos valen muy caros». Las compañías aseguran que su precio es el que es y que no se puede bajar, pero el debate está más latente que nunca.

COSECHA ROJA. Lo que nadie dice en las altas esferas, aunque todo el mundo lo piensa, es que las vacas flacas se veían venir desde hace años. Como sintetiza elocuente un trabajador que prefiere mantener el anonimato, «todo se va a la puta mierda… es normal».

Ya nada será lo mismo. El gran apretón de cinturón puede acabar con un sistema que perdura desde hace décadas. Consultando a los propios profesionales, las lacras parecen no tener fin. Se habla de directores de marketing que apenas saben de marketing (ni de música); de encargados de producto internacional que no hablan inglés; incluso la rumorología escupe turbios bisnes de alto standing (uno que vende los discos que se suponen destinados a ser destruídos, otro que alquila un almacen a su propia empresa…).

Una de las grandes frases del negocio reza: «En marketing está todo inventado». Amparados en eso, muchos han perpetuado sus obsoletas campañas de lanzamiento repitiendo sistemáticamente su plan (sustituyendo en el documento del ordenador el nombre del artista que correspondía cada vez), sin llegar a comparar jamás ingresos y gastos y tirando el dinero de manera casi infantil. Por ejemplo, en visitas promocionales que no rinden (Lenny Kravitz, dos días, siete kilos: efecto en ventas, mínimo; a Mariah Carey la echaron por eso de la misma disquera, Virgin).

POLÍTICA DE FAVORES. En radio, la promoción se ha convertido en un constante intercambio de favores. Lo explica un antiguo jefe de producto de una de las multis: «Los discos se emiten porque pones pasta. Llegas con un objetivo y lo primero que te preguntan es: “¿Cuántas cuñas vas a poner?”. Así que vas y encargas una campaña publicitaria de tantos millones, y ellos te ponen en rotación a ése y, ya de paso, a otro artista nuevo al que nadie conoce. Así funcionan todas, desde la más grande a la más pequeña, incluyendo algunas públicas regionales. También, claro, por medio de regalos: a fin de cuentas, a tí te cuesta lo mismo encargar 40 cuñas que instalar un nuevo equipo hi-fi en la casa del director de la emisora o pagarle un viaje a Cuba. Todo ha terminado podrido, enquistado. Al final, la industria hace que odies la música».

Más opiniones, esta vez de un empleado en activo. «Las majors se han convertido en serpientes a las que había que cortar la cabeza. Políticas como la de inflar las ventas por sistema te llevan al suicidio: no puedes decir que has vendido 100.000 copias de un disco cuando a los tres meses sabes que las tiendas te van a devolver 30.000; y lo más absurdo e infantil de todo, trabajar como si realmente hubieses vendido esos 100.000».

Y en esas aparece Operación Triunfo y demuestra que, pese a la crisis, pese a la piratería, pese a internet y pese a todo, sí se pueden vender millones de discos. Por eso, las tácticas agresivas y audaces de Vale Music han sentado en la industria como una gigantesca bofetada en la cara de todos los que se habían acostumbrado a que la música en TV se limitase a formatos como el deleznable Música Sí.

Su alianza con Gestmusic es, empresarialmente, ejemplar: la inclusión constante de sus temas en Crónicas Marcianas, el bombardeo en Gran Hermano y, por encima de todo, el karaoke más aplaudido de la historia, Operación Triunfo. A lo que se añade que apenas invierten en el proceso de grabación, que carecen de escrúpulos sobre la calidad y que vuelcan sus presupuestos en una publicidad de targets cuidadosamente estudiados. La lucha de David contra Goliat se ha transformado en la de unos torpes diplodocus contra el voraz Tiranousaurio.

DEPRISA DEPRISA. Otra nueva maniobra empresarial ligada a la palabra éxito, al margen de las todopoderosas multinacionales, es la creación de Gran Vía Musical por parte del grupo Prisa. En muy poco tiempo se han hecho un hueco (dos de sus discos, los de Tamara y Paulina Rubio, estuvieron entre los más vendidos de 2001) con una idea novedosa, una corporación que reúna todos los procesos musicales: distribución (G.V. Distribución, El Diablo), publicación (Muxxic), management, giras y hasta festivales (Media Festivals y Planet Events). Su director general, Ignacio Iglesias, lo dijo muy claro: «Tiene el espíritu de los sellos independientes aunque con el apoyo mediático del grupo Prisa». Sin comentarios.

Sea como sea, los días de vino y rosas han terminado para todos. Bueno, para casi todos. Warner Music aparenta vivir al margen precisamente por no haber caído en algunos de los errores generalizados de las demás (aunque suyo fue el supuesto millón de copias vendidas en una semana de El alma al aire de Alejandro Sanz). Casi lo mismo sucede en su filial Dro, que sobrevive de un mercado, el del rock español, asentado y poco voluble.

Mientras los presidentes de Sony (Claudio Condé) y BMG-Ariola (José M. Cámara) abandonaron el barco hace unos meses, EMI parece llevarse la peor parte de la crisis. Su presidente analiza así la reconversión mundial del grupo: «EMI Music es propietaria de EMI —en España tiene las divisiones Emi, Hispavox y Chrysalis— y Virgin. Ambas poseían planteles independientes donde, en varias áreas, se duplicaban las funciones. Por eso se decidió crear una sóla corporación como entidad de servicios para sus dos compañías (ahora rebautizadas Virgin y Capitol)».

ADIOS, AMIGOS. Es decir, sobra gente por todas partes y, lo que afecta más directamente a la música española, artistas (los que vendan menos de 10.000 copias, en particular). Carlos Ituiño: «Ya no se puede invertir tan alegremente en nuestro I+D, que es la cantera de jóvenes músicos. No hay inversión para ellos». Roberto Ruiz lo ve al revés: «Tenemos que encontrar artistas, desarrollar su talento y darlo a conocer. Es la mejor fórmula».

En la duda entre arriesgar por descubrir una nueva Oreja de Van Gogh o grabar a un valor seguro de la casa, ya ni el más romántico de los ejecutivos se plantea luchar con otra armas que no sean la comercialidad a ultranza y la copia de la copia (que inventen otros). Se mire por donde se mire, la música pierde. Jaque mate.


Perversiones eurofestivaleras

Rafa Rodríguez
TRIUNFAN BASTOS. Era un órdago cantado: Rosa se va a Eurovisión. Y tras ella se van, pero al garete, las primeras expectativas de su flamante discográfica, RCA. Ya lo habíamos anunciado: «El fenómeno que puede significar esta chica en España no pasa por el festival», decía Carlos López, presidente de BMG en nuestro país (LA LUNA Nº 160), y bajo tal criterio comenzaron a diseñar el, llamémosle, Plan A de estrategia para su lanzamiento en solitario. Visto lo visto, ahora tendrán que pasar al, ejem, Plan B: apoyar el debut de la granaína en la causa festivalera, apostar por esa matraca europop filogay (Europe’s Living a Celebration, mmm) como single y, claro, retrasar la publicación del álbum, cuya grabación tendría que haber comenzado este martes, justo al día siguiente de la gala final. Pero aun sin el deseado lavado de imagen, no es probable que la Operación Rosa fracase (por más infecta que resulte la producción de Alejo Stivel, podríamos añadir). En cualquier caso, ahí está la implacable Vale Music, como madre del cordero discográfico OT, esperando su parte del león: el 40% de los futuros beneficios.

Con el tremebundo dueto Chenoa-Bisbal frustado —calculadísima jugada de Vale que desmontaron los contumaces fans de Bustamante a golpe de SMS—, al muy crecido sello barcelonés se le acabó el fuelle eurovisivo. A más a más, que dirían por L’Hospitalet, podemos esperar que Corazón latino devenga en dañina canción del verano. La cantarina pareja (profesional, ¿eh?) formada por el almeriense y la argentina queda finalmente para sendos cortes en sus respectivos CDs de debut. Del de Chenoa, por desgracia, ya hemos oído algo en el show del lunes; un pésimo artefacto dance-chacho que no lo querría ni Cher, así lo firme Brian Rowling. Productor tanto de querencia teen como de restos de serie estelares, Rowling ha metido igualmente mano en el inmediato disco de Natalia, de cuyo adelanto, Vas a volverme loca, se rumorea que es un plagio de En fumée, una canción del grupo femenino L5, a la sazón ganador de la primera edición del Popstars francés.

Los demás también han conseguido inquietarnos tras comprobar sus últimas evoluciones en los resúmenes del programa y esa gala final en la que todos cantaron como perros: Manu Tenorio, en manos de Pepe Barroso, a desafortunado medio camino entre Siempre Así y José Manuel Soto (¿o se trata de Julián Contreras?); Alejandro Parreño, tomando a Robbie Williams (!) en vano; Geno, Javián, Mireia, Álex y Juan, abocados a la nada en esa Fórmula Abierta, un nombre que huele a chamusquina (¿van a ir incluyendo a concursantes de próximas ediciones, tipo Morning Musume?); Nuria Fergó, creyéndose mucho el papel de folclórica (debería ir buscándose un torero casadero)... Lo hemos dicho por activa y por pasiva, con y sin ironía: no nos gusta Operación Triunfo, pero nos gusta mucho menos lo que el éxito de sus cachorros (legítimo, de cualquier modo) pueda significar. Con él queda abierta una puerta de escape falsa para una industria tambaleante, y todo en aras de un share del 60%. Lo que se dice por el interés público general, esa gran excusa que también nos ayuda a justicar que estemos obligados a hablar de ello. Si no, de qué.




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