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# 186 Viernes 6 de septiembre de 2002
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Nuevas tribus.

Juan Manuel Bellver.

LLegó vestida de SIOUXSIE a la redacción de Boogie, una revista musical efímera de aquellos delirantes años 80. Venía directamente de su Málaga natal a comerse Madrid, ejerciendo sucesivamente de fan gótica, crítica musical fanzinera, circunstancial biógrafa pop, periodista cultural posmoderna, disc jockey de la era bit bajo el muy apropiado seudónimo de Morgana (la hermanastra hechicera de las leyendas artúricas) y, desde hace algunos años, músico experimental ella misma como manipuladora de frecuencias sónicas a través de ese instrumento enigmático llamado theremin. Se ha pasado media vida firmando artículos sobre otros músicos u otros escritores en las páginas de El Mundo.

Y ahora, en la treintena, publica su primera novela para Plaza y Janés, con el sugerente título de Alivio rápido. Ya le tocaba. El libro, una historia de jóvenes urbanos que se debaten entre el amor y los celos, el miedo a crecer y las drogas, la vida alrededor de la música y las relaciones familiares/afectivas, sirve de excusa a la autora para mostrar el desasosiego que se esconde tras el espejismo del jo-cómo-molo. Y se completa con un peculiar Diccionario de Nuevas Tribus Urbanas del que aquí hemos resumido los mejores hallazgos. «Durante la década de los 80, pertenecer a una tribu urbana era casi un privilegio —dice

Silvia—. La gente de provincias intentábamos disfrazarnos como nuestros ídolos para, al llegar a Madrid, epatar con los más modernos y entrar gratis en los locales de moda. A partir de los 90 el concepto se resquebraja y casi todo el mundo rechaza las etiquetas. Por eso era necesario hacer este diccionario. En cualquier caso, este glosario no es una tesis sociológica, sino una visión fragmentaria y muy irónica de determinados estereotipos que, asombrosamente, en muchos casos se pueden observar en la vida real». Ahí va eso.

AGROTECHNO. Esta nueva tribu rural es endémica de España. La mayoría de las macrodiscotecas de techno más comercial españolas están en zonas que viven de la agricultura y los trabajadores de la tierra acuden a ellas los fines de semana (...). Muy parecidos a los bakalaeros, les trae sin cuidado quién está en la cabina, el caso es que puedan desfogarse a un ritmo inhumanamente acelerado, que se les de pie a gritar alguna grosería a las gogós rollizas y poder gastar lo más rápidamente posible (en Dyc con Coca cola) sus magníficos sueldos ganados con el sudor de su frente...

BUENROLLISTAS. Amparanoia, Manu Chao y Dusminguet son el paradigma de los buenrrollistas (y sus ídolos, claro). Un grupo social que habitualmente está relacionado con causas cercanas al zapatismo, la legalización de la marihuana (de las demás drogas no suelen hablar) y otros asuntos relacionados con la mejora de vida de los países del Tercer Mundo. Las rastas, los pantalones amplios, camisetas, jerseys de aire casero y sandalias de cuero o pisamierdas son el uniforme de esta evolución de los hippies de los 60, aficionados al kalimotxo, la marihuana y festivales como el Espárrago Rock.

BURGUESES CHIC. Son los pijos de toda la vida, pero con un cierto toque moderno. No se avergüenzan de su puesto (alto) en la sociedad y, como sus progenitores, viven en los barrios acomodados. Visten de Prada, Armani; comen en restaurantes con solera y siguen yendo a las cafeterías y pubs a los que iban sus padres (...). A ellos se les distingue por las camisas de rayas y ellas no salen de casa sin sus mules ni su pañuelo de Hermés al cuello. Aunque a veces viven unos años en pecado, siempre acaban casándose (por la iglesia, «porque a mamá le hace ilusión y a nosotros nos da lo mismo»).

CHANDALISTA DESDENTADO. Es una variante (bueno, más bien degeneración) del bakalaero clásico. El estrato más bajo dentro de ese género, al que es muy sencillo reconocer por su indumentaria: invariablemente chándal de nylon de marca deportiva y gafas Oakley. También ayuda saber que suelen estar extremadamente delgados y tienen la dentadura en un estado más bien lamentable (la droga, es lo que tiene). No se le conoce oficio alguno. Normalmente, sobrevive entre los trapicheos de pastis y la economía paterna. Las discotecas de extrarradio y los mega-raves son su hábitat natural.

CHICO DICKIES. Es el típico niñato malo de casa bien. Su marca favorita es Dickies, la veterana etiqueta de ropa de trabajo estadounidense adaptada a los gustos actuales de los adolescentes de todo el mundo. Pantalones de lona más bien anchos, cazadoras que parecen sacadas de un uniforme de conductor de empresa de autobuses y zapatos Camper o zapatillas Converse. Les gustan los nuevos grupos de punk rock tipo Dover o Green Day y, a los más pijos, bandas y artistas como Fun Lovin’ Criminals, Beck o Ben Harper.

GONORREAS. Sí, aunque alude a la enfermedad venéra (porque es igual de fastidioso y desagradable), este adjetivo se aplica, siempre en plan despectivo claro, a ese tipo de funcionarios pesados, puntillosos, que se pasan el día poniendo pegas y dando negativas que justifican con algo que ellos llaman «las Normas». Son el funcionario de prisiones, el ejemplo típico del jefe apocado que jamás toma iniciativas propias y siempre depende de las decisiones de su superior o del burócrata que no se molesta en aplicar la lógica, el sentido común a sus acciones.

GROUPIES VETERANAS. Mantienen algo de la belleza que les hizo conocer las habitaciones de los hoteles en los que se hospedaban estrellas de rock, aunque el exceso de drogas, alcohol (con adicción superada o no) y falta de sueño suele notarse en sus ojeras y el tono cetrino de su piel. Las que consiguieron en su día su objetivo y se emparejaron con alguno de sus ídolos suelen llegar a los 40 con un par de hijos a cuestas y cierta amargura (...). Aún pululan por los backstages con una naturalidad aplastante (...). Las que no consiguieron en su momento enamorar a su rockero favorito están peor vistas en el machista mundo del rock (...).

JOMTEC. Siglas de Jóvenes Millonarios Tecnócratas. Menores de 30 años que han conseguido hacerse millonarios rápidamente gracias a su capacidad para moverse en Internet (...). Los más afortunados consiguieron vender a tiempo su idea-empresa a alguna multinacional y, desde entonces, viven de las rentas, aunque con un enorme sentido de culpabilidad, tipo «no-me-he-ganado-realmente-el-dinero-que-he-conseguido», que intentan aliviar colaborando con ONGs. Los que no han tenido tanta suerte continúan trabajando en sus empresas punto com, llevan una vida sencilla y visten como si fueran a escalar el Everest (...).

LALY. Su aspecto se inspira en el de la actriz Laly Soldevilla, feucha y regordeta musa del cine familiar de los años 60 (...). Suelen oír a grupos candy pop y tienen como lugar de peregrinación anual el Festival de Benicássim. Su indumentaria suele consistir en falda evasé hasta la rodilla, merceditas, camisa ajustada con grandes cuellos o niki Lacoste, pelo muy corto (con horquilla de clip sujetando el mini flequillo), ni gota de maquillaje y bolso en bandolera o de asa, imitando los de los años 60. Es una especie de evolución del movimiento mod, pero sin tanto glamour y con una actitud premeditadamente pacata.

NEOBEAT. Son los nuevos beatniks. (...). Intentan llevar hasta sus últimas consecuencias los postulados vitales de las generación beat y practican una bohemia de lujo en la que no hay ostentación (aunque ganen mucho dinero) material, pero sí intelectual (sus casas están llenas de libros de culto y discos descatalogados estratégicamente puestos para que las visitas los vean). Muchos son macrobióticos, creen en la homeopatía y demás medicinas alternativas, que combinan con los últimos descubrimientos de farmacopea tradicional, viajan constantemente y sus ídolos son Sonic Youth, Nick Cave, Trocci, Kureishi y Lars Von Triar.

NEOBOHEMIOS. La crisis económica, los contratos basura y la dificultad para acceder a la primera vivienda han ayudado a que surja esta nueva tribu urbana. Se trata de jóvenes que han optado por otorgarle al trabajo su valor justo: el de proporcionar dinero suficiente para sobrevivir. Tienen una vocación artística que les sirve como excusa para coger empleos de media jornada y categoría social ínfimal. Jamás confesarán que les interesa la estética, pero coinciden en su indumentaria: ropa de segunda mano y ojeras perennes porque aunque no tienen un duro su vida social es muy agitada y acuden a bares en los que trabajan otros amigos neobohemios.

NOCTÁMBULOS ACREDITADOS. Aunque parezcan (y se ganen la vida por ello) camareros, relaciones públicas o porteros de discoteca siempre dicen que son modelos, diseñadoras o actores/actrices. Ese complejo de superioridad («Estoy de portero/camarera/relaciones, pero realmente soy una estrella mucho más ideal que todos estos que entran en la discoteca») les lleva a ser displicentes con cualquiera que no pueda ofrecerles nada en su carrera artística. Han sido muy guapos, pero están ajados por esa mezcla que tanto le gusta a las arrugas y las marcas de expresión: drogas, falta de sueño, alcohol y frustración.

POSPROGRESIVOS. En el fondo, son como los progres de los 70. La media melena y la barba son casi imprescindibles, pero también hay una versión más cercana al indie en la que predominan la gafas de concha negras y el pelo corto. Las chicas (que son pocas) van por libre o son lalys con un toque agrio. Los grupos que les gustan son oscuros, deprimentes, con temas instrumentales pasados por el matiz ruidista. Aquí, sus máximos representantes son Migala y Manta Ray y fuera, Tortoise o Mercury Rev. Si se drogan, prefieren las sustancias que no aceleren, como la heroína o el hachís.

PSEUDOPUNKS. Se conocen popularmente como pies negros. Afirman que son punkies, pero lo único que les queda del movimiento es su simpatía por corrientes cercanas a la anarquía y la cresta que muchos han adoptado como peinado. Casi todos tienen perro y sufren una extraña fijación por tocar (fatal) el jembé y hacer (peor aún) juegos malabares. En realidad, la mayoría son la mala traducción hispana de los travellers europeos, pero sin la ideología ni la organización de éstos. Es fácil verles en los alrededores de los festivales como Viña Rock, Espárrago Rock o Festimad vendiendo camisetas.

ROCKEROS VETERANOS. Rondan los 40, han superado alguna adicción o se arreglan más o menos con ella y trabajan como tour managers, técnicos de sonido o pipas. Hay tres elementos que ayudan a distinguirlos: visten indumentaria ochentera con un punto hortera (cazadora Perfecto o de flecos, botas de tacón cubano, camiseta siempre negra y media melena con alopecia superior), jamás rechazan una raya de cocaína y su conversación suele girar en torno a las batallitas de su época de gloria como miembros de algún grupo de éxito relativo en los 80 o principios de los 90 o como managers de grandes estrellas del rock de esa época.

TECHNO HIPPIES. Su habitat natural son los chill outs de cualquier festival, los raves al aire libre (en las playas de Ibiza o Formentera) y las fiestas invernales en las que se pincha Goa (otro destino al que van los más pudientes) o sonidos electrónicos mezclados con cualquier música tradicional. Cuando llegan a los 35 y, si han conseguido dosificar su consumo de éxtasis, LSD, peyote, cannabis y ayahuasca, se asientan profesionalmente hasta ganar sueldos más que decentes, pasan a formar parte de la Nueva Clase Alta (son Bobos, es decir, Bohemios Burgueses, según la definición de David Brooks).





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