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# 191 Viernes 11 de Octubre de 2002
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No querrás verlo

EUGENIO DE LOS RÍOS

En la boca del lobo. Festival de Cannes. Sábado, 25 de mayo. Primera exhibición de Irreversible en La Croisette. Cinéfilos y críticos provenientes de todo el planeta se disponen a visionar la tercera película de Gaspar Noé (Seul contre Tous), director argentino afincado en Francia, apodado con mayor o menor fortuna el nuevo Pasolini. En el reparto, dos reputados intérpretes de la cinematografía gala, Vincent Cassel y Albert Dupontel, y la que probablemente sea la actriz europea más deseada, Monica Bellucci. La mayoría está expectante: los que ya han visto la cinta, pocos, comentan la osadía, por llamarlo de alguna manera, de alguno de sus pasajes. Todos esperan comprobar por sí mismos hasta donde llega el atrevimiento de Noé. Muy pronto, apenas iniciada la proyección, comprueban su alcance: 20 personas deben ser atendidas por los servicios médicos a causa de los desmayos y 250 más abandonan la sala antes de que termine el filme. Al final se monta una monumental bronca entre los detractores de Irreversible, que llegan a insultar al realizador (desde «degenerado» hasta «hijo puta, vas a morir»), y los que le ovacionan con un aplauso de cinco minutos. La mayoría de los críticos se alinean con el público: «Programada para el escándalo, se regodea en una violencia gratuita, a la medida de la indigencia intelectual de su director», dice Le Monde. «Un dudoso viaje al ego de su realizador. Fatua y banal pieza de ingenua chulería machista», añade The Guardian.

El goteo de deserciones, el mismo que se repite allí donde se exhibe la película, se inicia a mitad del metraje, cuando empieza la ya famosa escena de la violación, o en los minutos de arranque del filme, con otra descarga aún más brutal de violencia física y verbal. La cámara explora nerviosa, en un plano secuencia larguísimo y vertiginoso, los vericuetos del Rectum, un club gay en el que cadenas, esposas y látigos adornan los cuerpos maltrechos de una clientela deseosa de emociones fuertes y dolorosas. Comienza una pelea, crucial momento de la venganza para Marcus (Cassel), que parece haber dado con el responsable de la violación de su novia. Los golpes se suceden hasta que uno de los contendientes cae al suelo. Un tercero, pertrechado con un extintor, acaba con su vida golpeándole una y otra vez en la cara, hasta destrozársela por completo. La cámara sube y baja sin parar siguiendo cada movimiento del agresor, aunque a veces se recrea en las sonrisas complacientes de la media docena de personas que asisten al espectáculo. Un plano final muestra el deterioro mortal del cráneo del atacado, convertido en un amasijo informe de sangre y huesos cuyo aspecto es sólo parcialmente suavizado por la oscura luz roja que ilumina el Rectum. Es el principio de la película y el fin de la historia.

Irreversible está contada hacia atrás, un recurso narrativo que ya le valió el reconocimiento de crítica y público a Memento, de Christopher Nolan. Lo que vemos al principio del metraje no es más que la conclusión, desgraciado e injusto, de una historia de amor que, «como todas las historias —apunta Noé—, se escribe con esperma y sangre». O, lo que es lo mismo, vida y muerte, revelados ambos por el inevitable discurrir del tiempo. Las imágenes felices que se enseñan al final no logran eliminar la desazón de lo mostrado en la primera parte de la cinta, una reflexión más o menos terminada acerca de las pulsiones animales del ser humano (venganza, ira...), los efectos irreparables de la pérdida del ser amado, la terrible ausencia de la marcha atrás en el tiempo o la imparable maquinaria del destino que cada uno de nuestros actos pone en funcionamiento.

Una violación (anal, para más señas) es precisamente el punto de inflexión que divide en dos la narración: la que sufre el personaje de Monica Bellucci a manos de El Tenia (interpretado por el campeón de lucha thai Joe Prestia), un proxeneta gay de físico animalesco (parece creado en la temible Isla del Doctor Moreau), que desde ese momento se coloca en el punto de mira iracundo y descontrolado de su novio. Nueve minutos de brutal violencia recogidos con la cámara inmóvil, absorta en lo que sucede en uno de esos pasajes subterráneos para peatones que abundan en las grandes ciudades. Nueve minutos que se hacen eternos cuando de lo que se trata es de mostrar cómo un delincuente fuerza a una mujer, tirada boca abajo debajo de él, mientras profiere comentarios tan hirientes como irreproducibles. Tras el asalto sexual, con la víctima aún arrastrándose por el suelo, el agresor marca su cara con una brutal paliza.

«La primera vez que leí el guión pensé que se trataba de una película porno —admite la actriz italiana—. Sin embargo, tenía algo, cierta capacidad revulsiva que hizo que me decidiera a hablar con Gaspar (Noé) para suavizar algunos aspectos de la historia de manera que fuera más fácil digerirla e interpretarla. La escena de la violación es muy dura, sí, probablemente la más dura que me haya tocado interpretar. Pero es una secuencia que no debería sacarse del contexto de la película. Fuera del mismo es difícil de analizar y de entender».

Como el resto del equipo, Bellucci se resiste a entrar al trapo de las acusaciones que la gran mayoría de la crítica europea dirige contra el director y, como él, señala a los medios de comunicación como los suscitadores de la polémica: «No creo que la violación ni el asesinato en el club gay estén en el filme por oportunismo. Sinceramente te digo que ni Gaspar ni yo misma teníamos intención de crear controversia cuando diseñábamos la escena. Desde mi punto de vista, el debate beneficia más a la prensa que al largometraje, porque poner en grandes titulares “Salvaje violación de nueve minutos” vende más periódicos que entradas de cine».

En España, las primeras proyecciones para la prensa no han pasado a mayores, como sucedió en Cannes, aunque sí han suscitado ciertos desencuentros. El primero, entre la obra y el espectador: en los pases realizados en Madrid y Barcelona hubo periodistas que huyeron despavoridos de las salas, unos por no poder soportar la verosimilitud de las imágenes, otros por mostrar su total desacuerdo por el uso que de ellas hace el director. El segundo, entre los que sí se quedaron, que repudian o defienden la controvertida cinta sin encontrar término medio. Antonio Gasset Dubois, director del programa Días de cine de La 2, se confiesa entre los que rechazan Irreversible: «Es lo más fascista y repugnante que he visto en mi vida. Le doy un cero. No me interesa nada. Me parece de una inmoralidad... No soporto que el linchamiento masculino se ruede con la cámara enloquecida y una puesta en escena delirante y cuando se trata de una violación femenina se deje la cámara muy quieta para que se vea todo divinamente. Luego la historia tampoco justifica ningún fin, es bastante vacía en el fondo. Creo en el derecho del espectador a la elipsis. Para mí supuso una agresión insoportable».

Todo lo contrario opina Sergi Sánchez, crítico cinematográfico de El Cultural, que sostiene que el filme de Noé tiene méritos artísticos suficientes como para pasar por encima de viejas controversias: «La película me gustó mucho y toda la polémica me parece absurda. Parece mentira que a estas alturas del siglo XXI estemos quejándonos de este tipo de cosas. Me da la sensación de que si ahora se estrenara La naranja mecánica o Saló las pondríamos igual. Irreversible tiene un planteamiento lo suficientemente subversivo e innovador como para no pararse sólo en la apariencia de lo violento. Su estructura narrativa, la manera en que está planteada en planos secuencia, cómo van cambiando los movimientos de cámara, desde la confusión a la calma. Es una perfecta adecuación entre la forma y el fondo. Es bueno que haya películas así. El cine también tiene que servir para agitar conciencias».


VERSIÓN DEL DIRECTOR


Todo es un montaje. Gaspar Noé asegura que el escándalo montado alrededor de su tercera película, Irreversible, desde su exhibición en el pasado Festival de Cannes fue auspiciado «por los críticos de los periódicos diarios más importantes», indignados porque no habían tenido acceso a la cinta con la previsión necesaria. Y se explica: «Sólo se enseñó el filme a los medios mensuales para que pudieran cerrar sus ediciones. El director del certamen, Gilles Jacob, vetó los visionados para el resto y ellos, muy cabreados, se vengaron montando toda esta polémica a base de clichés. En las proyecciones con público a las que he asistido no sólo hay aplausos, sino que muchos salen llorando».

«Las lágrimas y la emoción que provoca el final de la historia se deben a que el espectador atisba el paraíso y la felicidad prometidos, los mismos que hemos visto destruidos al comienzo», continúa. «Porque lrreversible no es más que una historia de amor, en la segunda parte, y una historia de ira y venganza, que son pulsiones humanas básicas, en la primera. Irreversible es, en pocas palabras, un viaje poé- tico del infierno al paraíso».

Noé se explica en un perfecto castellano con acento porteño. No en balde es hijo de padres argentinos de ascendencia italiana, aunque él nació en Nueva York hace 31 años, fue criado en Buenos Aires y reside en Francia desde los 11. Tiene dos pasaportes, italiano y francés, aunque cuando se le pide que elija, dice: «Me considero un hispano-italiano que prefiere tener el pasaporte de Pasolini que el de Truffaut».

Para el realizador resulta muy irónico que, mientras sus anteriores películas

—el cortometraje Carne (1991) y el largo Seul contre Tous (1998), galardonados ambos con el Premio de la Crítica de Cannes— le costaron cinco años de su vida, apenas tardó una par de semanas en levantar Irreversible. La razón: Monica Belluci, la nueva gran diva joven del cine europeo. Noé les planteó a ella y a su pareja de entonces, Vincent Cassel, la posibilidad de una película sobre la naturaleza vengativa del ser humano titulada El tiempo lo destruye todo, un título que tomó de Ovidio. La pareja aceptó y, dado que ella se incorporaba en unas semanas a los rodajes de Matrix 2 y 3 en Australia, se comenzó a rodar enseguida.

Ella es la protagonista de la escena más controvertida del largometraje: la salvaje violación de nueve minutos de duración. Aunque fue improvisada en su mayoría, Noé admite el control de la actriz sobre la secuencia: «Ella estableció el cómo y cuánto. Puso límites, pero no fueron muchos porque como actriz y como persona es una absoluta guerrera».

EL FACTOR DAFT PUNK


El horror también entra por las orejas. «Irreversible es la película más impactante y perturbadora que he visto nunca». Thomas Bangalter, mitad del dúo francés Daft Punk y compositor de la banda sonora de la cinta, cierra filas en torno al director argentino, el mismo que le dio carta blanca para ponerle música a una de las cintas más desasosegantes de la temporada. Ni entiende la polémica que va dejando tras de sí allí donde se proyecta, ni las descalificaciones que Noé ha tenido que recibir por parte de un público (el de Cannes 2002) poco receptivo a su puesta en escena.

«Vale, es inaguantable, es horrible, pero a Gaspar se le puede llamar cualquier cosa excepto fascista —se queja Bangalter—. Está claro que hay mucha violencia a lo largo del metraje pero, desde mi punto de vista, no es gratuita. Sí lo sería si de alguna manera fuera aceptable para el público. Sin embargo, en Irreversible te encuentras frente a unos hechos que no puedes asumir de ninguna manera, son imposibles de soportar. Eso es precisamente lo que sucede en la vida real, cuando los actos violentos te ocurren a ti mismo».

La BSO, editada por Roulé, el sello del francés, tras dos años de aparente inactividad, destapa definitivamente el lado tenebroso (y techno) de Bangalter, que lo mismo se permite ser punki que virar hacia una especie de electro futurista. Fuera de la órbita disco de su producción con Daft Punk, se descuelga con nueve cortes que hacen aún más inquietante la primera mitad, oscura y claustrofóbica, de la cinta... Si eso es posible.

La banda sonora se completa con dos piezas clásicas (Beethoven y Mahler), un tema del también francés Etienne Daho y otras cuatro antiguas composiciones de Bangalter. «Todo lo que he hecho hasta ahora a nivel artístico tiene como objetivo la diversión —explica—. Con Irreversible quise comprobar si podía tener el mismo éxito expresándome desde un punto de vista negativo». Prueba superada.




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