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# 220 Viernes 2 de mayo de 2003
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La fiesta sigue en tu casa

A plena luz. Momento chill out casero.

Después de la intensa juerga nocturna, nada mejor que el chill out hogareño. O eso cuenta Mario Vaquerizo, propulsor de la experiencia

EN LA RECTA FINAL DE LOS 80, según me cuentan (ya que, por entonces, servidor era un rezagado adolescente que bebía los vientos por la Torroja y su Mecano y no pensaba en otro tipo de subversiones), nacía el concepto de chill out. Un término que venía a designar el habitáculo contiguo a la pista de baile destinado a enfriarse (traducción literal del inglés) al son de ritmos más tranquilos y/o calmantes –de ahí el ambient– y donde se destornillaban los fan fatales del house. Luego llegaron las carpas dance buenrollistas de los festivales, los discos recopilatorios ad hoc para amas de casa o ejecutivos estresados y demás perversiones relajantes que han terminado por descontextualizar el asunto y despojarlo de sentido. Menos mal que uno siempre ha creído en las rein- venciones y en hacer propio lo ajeno...

El chill out de última generación se celebra en casa. En horario de after hours y hasta que se tercie. A partir de las seis de la mañana (más o menos), la fiesta sigue lejos de los antros habituales. Al menos para el que esto escribe. Pero no piensen que lo que abunda en este post clubbing hogareño es el desenfreno sexual, el abuso de drogas y el estado etílico. Bien es cierto que de esto hay (a veces más, otras menos, para qué mentir), aunque la cosa no va por ahí: nuestros chill outs se caracterizan por ser una adaptación patria, cañí y kitsch de lo que se cocía en la neoyorquina Factory de Warhol o en el madrileño santuario Costus de la mitificada Movida.

¿Esnobs, petardas? Sí, y a mucha honra. En esta fórmula de chilloutismo cabe desde una representación de Tómbola hasta la realización de videoclips con el último grito en cámaras digitales, pasando por improvisar playbacks, componer canciones que algún día entonarán nuestros amigos músicos famosos (que los tenemos), contar chistes que dejarían por los suelos a Arévalo y volver a nuestra infancia para jugar a Beso, verdad o atrevimiento (la recientemente redescubierta Marquesa ha introducido con su humor negro y corrosivo la variante de pozo). Nuestros centros neurálgicos se distribuyen entre la llamada Sede Social, la casa de mi inseparable José Luis en Malasaña; Casa Antía, residencia de la dama del mismo nombre que va a pasar a la historia como la mujer más generosa y dispuesta, y el apartamento de Andrés, nuestro último refugio en plena Gran Vía. Allí damos rienda suelta a toda nuestra capacidad de diversión.

Porque nosotros concebimos esto como simple y llano divertimento. Un divertimento que comenzó allá por el año 1999 de la mano de Candy Love, la nueva superstar del milenio, en su casa alquilada de la calle Humilladero (hasta el nombre tenía su ironía). Desde entonces han pasado muchas cosas, nos hemos reído más y se han ido añadiendo adeptos, entre ellos muchos famosos: bailarines que triunfan, directores de cine de fama internacional, presentadores catódicos, actrices de moda e incluso reinas de papel cuché en pleno proceso judicial (echen imaginación y adivinen). Para la posteridad quedan dos hitos: la genial vuelta de tuerca de Carlos Berlanga, que improvisó un par de soberbios chill outs en una supersuite del hotel Palace donde se pintó, se rodó una película y se devoraron platos exquisitos, y el minifestín que nos marcamos en el Ave, clase superpreferente, faltaría.

Así que no es extraño que estemos deseando que llegue el fin de semana para quedar a cenar, ir a bailar al Goldfield o al Ohm y salir corriendo a nuestros refugios. A divertirnos entre todos. Entre Juan Pedro, José Luis y Quique, Antía, Susi Pop, Marquesa, Orlando, Andrés, Pampita (¡menudo descubrimiento!), Borjita, Las Favoritas, Mari, La Rana y Mikelle, Clara, Javito y Martita, Alfonso y…Olvido, la más ausente (por trabajo) y a la que más echo de menos en estas reuniones...





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