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 DIRECTORIO   Viernes 19 de diciembre de 2003 , número 248
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EL HURTO COMO UNA DE LAS BELLAS ARTES
No compres regalos de Navidad, mángalos
... Y atente a las consecuencias. El robo es un delito grave, aunque el colectivo artístico yomango no parece tomárselo muy en serio
JORDI COSTA
Sisar es pop. El colectivo ha editado dos manuales con consejos prácticos para el aprendiz de mangante.
   

Mao Tse-Tung y Winona Ryder se citan en Caprabo. «Cuando éramos pequeños, nos preguntábamos qué pasaría si los 500 millones de chinos que hay en el mundo se tiraran un pedo a la vez. Ahora, pasado el tiempo y tras comprobar que el modelo pedo chino consensuado no es válido como instrumento político, nos podemos preguntar qué pasaría si todo el mundo que va a El Corte Inglés decidiera mangar por lo menos una cosa cada vez que cruza sus puertas». Así resume Jordi, miembro y ocasional portavoz de Yomango, la peculiar evolución del pensamiento activista que le ha llevado, junto a algunas almas gemelas, a articular y promover este movimiento anti capital que abandona la airada retórica antiglobalización por un registro abiertamente más lúdico. Los miembros del colectivo Yomango integran su propuesta dentro de un concepto más amplio que podría estar cargado de futuro, el SCCPP, es decir: el Sabotaje Contra el Capital Pasándoselo Pipa.

Yomango, cuyo logotipo reproduce (convenientemente pervertida) la identidad corporativa de la cadena de tiendas Mango, tiene ya dos años de historia: han resumido su ideario en dos estimulantes publicaciones El libro rojo y El libro morao, han organizado talleres y conferencias en diversas casas okupadas, mantienen una edificante página web (www.yomango.org) y promovieron las concurridas Rap Sesiones en el Centro Social Ocupado Autogestionado El Laboratorio III del madrileño barrio de Lavapiés. El siguiente paso en su constante labor de aleccionar a las masas en el arte del afane en grandes superficies consiste en el rodaje de unas prácticas piezas audiovisuales, cuya realización ha sido confiada al tándem formado por Fernando Amo y el cortometrajista Manuel Romo, autor del díptico de culto Hijomoto y del celebrado Viet-ñam. «Así como otros movimientos globalización te marcan el rollo político de manera muy obvia e ingenua, los miembros de Yomango me parecieron unos sinvergüenzas muy interesantes –afirma Romo–. Además, yo en mi vida me había atrevido a robar y hacer estos vídeos ha supuesto superar un trauma personal». En la primera de estas piezas audiovisuales se dan, de manera muy didáctica y haciendo equilibrado uso de esquemas y tomas verité con cámara oculta, los rudimentos para iniciarse en la disciplina. El primer paso consiste en seguir lo que ellos llaman la Dieta de la Anchoa: robar una lata de anchoas cada día en el supermercado más cercano –su tamaño se asemeja al de un teléfono móvil y no suelen llevar alarmas– para ir cogiendo confianza. Es posible que, en pocas semanas, el mangante novato se atreva ya con las bandejas de carne o las botellas de tinto.

Birla, que algo queda. La iniciativa de Yomango parte de cierto descreimiento de la retórica activista de carácter aleccionador. Jordi tiene muy claro cómo empezó todo: «Hubo muchos de nosotros que llevábamos bastantes años implicados en movimientos como la insumisión, la okupación y la antiglobalización capitalista, y que, después de las grandes movidas acaecidas en Barcelona y Génova, consideramos que esto había tocado un cierto techo. La antiglobalización ha funcionado como estrategia de movilización de miles y miles de personas, pero los efectos no son proporcionales: ni el capitalismo se cae ni los políticos se sonrojan lo más mínimo. Ha llegado el momento de plantear otro tipo de estrategias: una acción cotidiana contra el capital con la que puedas pasártelo bien. Hacer del anticapitalismo algo sostenible, en definitiva. Creíamos que todo esto se podía relacionar con una serie de prácticas que ya estaban sucediendo en la calle: amas de casa y adolescentes robaban en los hipermercados sin necesidad de ideología pero, sin saberlo, estaban abriendo un agujero en el sistema de confianza suave que, se supone, jalona todo el orden de distribución comercial. Decidimos conectar extremos: lo que la gente ya hacía con nuestro propósito de desestabilizar». En su opinión, no es tan importante la conciencia revolucionaria como la práctica: cuando un ama de casa roba un queso en el supermercado de El Corte Inglés está mostrando mejor que cualquier texto de Negri las contradicciones del capitalismo.
El código ético de Yomango impide a sus miembros y discípulos cualquier acción sobre la pequeña tienda de barrio: su objetivo son esos colosos que no cesan de ampliar sus márgenes de beneficio, concentran su distribución en grandes superficies (provocando la ruina de los comercios modestos; «el camarada tendero es un compañero de viaje», postula el grupo) y crean puestos de trabajo marcados por la precariedad. El sistema lleva larvada su propia bomba de relojería: tanto los empleados como los proveedores roban muchísimo. El cliente que, disimuladamente, se mete algo en el bolsillo y burla los controles es, tan sólo, un elemento más en ese orden de las cosas regido por la desproporción. Su gesto no cambiará la situación, pero su significado político no debe obviarse. Yomango quizás proponga una revolución minúscula, pero sus propuestas ofrecen un modelo de venganza accesible en el contexto de esa voracidad capitalista que adopta la forma de un amable hilo musical. Amable mientras el consumidor siga, por supuesto, las reglas del juego.

ILUSTRES MANOS LARGAS. En los manuales de Yomango se dan la mano las efigies de Mao Tse-Tung y Winona Ryder. El uso lúdico de los iconos pop y la retórica anticapitalista define el carácter mutante de esta iniciativa de espíritu contracultural, fanzineroso y antidogmático. En cierto sentido, Winona Ryder podría ser «el primer mártir del movimiento Yomango. A través de la imagen de Winona, que birló en una sola tarde mercancías por valor de 6.000 euros, ilustramos cómo una tradición política muy fuerte se encuentra con una tradición pop completamente despolitizada, pero que se agencia mucho. Del choque saltan chispas», afirma Jordi. A los miembros de Yomango les gustaría que, en el futuro, este planteamiento de la circulación de mercancías pudiera inspirar otra manera divertida de poner en cuestión un tema no menos espinoso: la circulación de personas determinada por una Ley de Extranjería empeñada en penalizar al emigrante sin papeles.

«No queremos concienciar a nadie: somos unos intermediarios. Promovemos encuentros para que la gente comparta información y proponga técnicas para hacer más eficaces y seguras este tipo de prácticas», aclara David, otro de los miembros. «De hecho, somos como el equivalente al Napster: una tecnología peer to peer, de igual a igual, para que la información fluya y esta grieta en el sistema se haga más grande», añade Jordi. El territorio de la lucha ha cambiado: los enemigos del pueblo son, hoy, las etiquetas adhesivas que pitan al cruzar los controles de seguridad del hipermercado. La acción directa no pasa por caja.



YO, LADRÓN
DAVID GLAMOUR

DIARIO DE UN MANGANTE. David Pallol, conocido periodista de tendencias, acaba de sacar al mercado su tercera obra, Ladrón, una apología del hurto versión moderna y algo petarda. Un libro de autoayuda que nos hace ver que robar es divertido. Una especie de terapia de un cleptómano que es una historia real hasta en sus más mínimos detalles. David repasa su carrera delictiva sin remordimientos y con sentido del humor. Con una prosa a medio camino entre Lucía Etxebarría, J. A. Mañas y Boris Izaguirre, esta novela sirve de inspiración positiva para delincuentes de poca monta y, ante todo, se rebela contra el consumismo imbécil y la hipocresía. Edita Vosa.

 
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