Bodas de niños

Bodas de niños


EN LOS MÁS PROFUNDO DEL territorio del Tigre en la India, donde los matorrales de espino y las áridas laderas de los montes marcan los caminos hacia los aislados poblados interiores del Rajastán, está a punto de celebrarse una antiquísima ceremonia, y Gauri Shankar, de siete años de edad, se prepara para el acontecimiento. Sus manos han sido cariñosamente cubiertas con henna, su traje está casi a punto y el anciano de la tribu pasea por entre los agasajados invitados que se encuentran en el centro comunitario del poblado. El pequeño Shankar se casa. Es la víspera del Akha Teej, una fecha de buen augurio según el calendario hindú, en la que tradicionalmente, miles de jóvenes del Rajastán rural contraen matrimonio con niñas de su misma edad, a pesar de que la costumbre esté prohibida por el Código Civil indio. En menos de 24 horas, Gauri Shankar se habrá casado con Sushila, una niña de siete años. El novio, no parece preocupado, mientras corretea por entre sus familiares, aunque sí algo sorprendido por toda la expectación que le rodea. Hasta hace dos días no hacía más que ir a la escuela y jugar al cricket que es lo único que quiere volver a hacer, una vez que haya pasado el alboroto. Sus ojos se encienden cuando le pregunto por su jugador favorito de cricket: Kapil Dev, responde sin titubear. Shankar prefiere batear que lanzar la pelota y está algo molesto por el retraso que todo esto ocasiona en su calendario deportivo. No sabe mucho sobre las mujeres, pero después de meditar un rato y clavar la vista en el suelo, responde que le encanta la haiwa que prepara su madre. "Es mi plato favorito". Jamás ha conocido a su futura novia, pero eso, en el Rajastán rural, es más la norma que la excepción.

Gauri Shankar ve su inminente matrimonio como un juego más en el que, además, participarán dos familiares suyos: un hermano y un primo que van a casarse en la misma ceremonia que Shankar, Mahender de 12 años y Yaadram, de 28, "un matrimonio tardío porque, antes, las circunstancias no eran las más apropiadas", según explica un familiar. Contraerán nupcias con tres chicas en una ceremonia oficiada por un único sacerdote. Pero, a diferencia de la infantil postura de Shankar, la duda se refleja en los ojos más maduros de Mahender, que en ocasiones busca protección en el reconfortante brazo de su tío cuando le mencionan la fecha de su matrimonio. Ya ha dejado la escuela y trabaja dedicado al paan (nueces y hojas de betel) en una tienda del poblado. Gana solo 200 rupias (734 pesetas) diarias y echa de menos la escuela. Se aprecia cómo sus hombros comienzan a combarse bajo el peso de la responsabilidad. Y lo que le queda. Sin embargo, sus amigos le observan llenos de fascinación, incluso, de envidia.

"Tengo 13 años y ojalá ya estuviera casado", dice un amigo cercano de Mahender mientras contempla el cúmulo de atenciones que recibe su antiguo compañero de colegio.

Sin embargo, la mayoría de las ceremonias que tendrán lugar hoy, no contarán con la presencia de los novios. Al atardecer, unas 60 o 70 mujeres con vasijas de barro o mutkas sobre sus cabezas se encaminarán en una colorista fila hacia la rueda del alfarero. Ésta es la ceremonia del chaak. Les acompaña la música de una banda local formada por trompetistas, percusionistas y saxofonistas. Después, regresarán a sus casas y aguardarán al día siguiente. Los rituales han pasado de generación en generación y los lugareños no aceptan de buen grado las inquisitivas preguntas sobre las razón de ser de cada ceremonia. Las chicas responden con risitas al preguntarles sobre el significado de una u otra; "así es como lo hacemos", responde una encogiéndose de hombros.

Los preparativos de la comida y de la bebida continuarán hasta bien entrada la noche y cuando se corte la luz -como ocurre casi siempre-, las mujeres seguirán con la ayuda de un generador, mientras los hombres, sentados aparte, sólo participarán cuando se les ordene. A pesar de las altas horas de la noche, la curiosidad de Gauri Shankar es insaciable. Mientras se colma de regalos a los ancianos y a los parientes de los novios, sus ojos no paran de crecer. La ofrenda está precedida por largos minutos de cánticos regados con abundante bebida y comida. Y para los "forasteros", en cuestión de minutos, aparece una Coca-Cola fría.

A unos 45 kilómetros de allí, tres niñas también están listas para el inminente ritual. Las mujeres las han hecho caminar alrededor del poblado de Kansil para exhibirlas a toda la comunidad. Hace un año que se realizó la petición matrimonial y se aguarda, impaciente, el gran momento.

A medida que la noche cae sobre los arrozales recién cosechados, los caminos se inundan del brillante colorido de oudnis (pañuelos) y ghagharas (faldas) con el que van ataviadas las mujeres. La comitiva se desplaza en grupos de 80 o 90 mujeres acompañadas de cabras, búfalos, un coche todoterreno y jeeps descapotables que llevan las carpas de color rosa y verde, las linternas y las sillas procedentes de la tienda de alquiler de carpas matrimoniales.

DE COSECHAS Y ASTROS

A pesar de que los preparativos de las bodas sean visibles por doquier, Xakia Inam, el ministro rajastaní para la Infancia y el Desarrollo de la Mujer, afirma que este año se ha producido un descenso en el número de matrimonios infantiles con motivo del Akha Teej. Por su parte, los sacerdotes hindúes achacan la aparente disminución de bodas infantiles a la mala conjunción de los astros y, los funcionarios del Estado, a la persistente campaña lanzada por la administración. En cualquier caso, es difícil verificarlo en poblaciones rurales donde una política gubernamental progresista resulta tan alejada de la realidad como obtener datos fiables sobre casamientos. Lo único cierto es que ahora es un momento ideal para que los granjeros desposen a sus hijas tras haber recogido la cosecha porque, según describe un maestro de escuela, sus bolsillos están llenos con los beneficios de la venta del grano. La escasez de dinero también explica el porqué tantas tribus celebren tres o cuatro ceremonias como si se tratara de una sola. "Nos ahorramos mucho dinero", afirma un granjero. La mayoría de los matrimonios infantiles tiene lugar en el seno de las tribus Bheel y Mina, incluidas en el sistema de castas y tribus y situadas en los peldaños más pisoteados del complejo sistema de castas de la India. Un matrimonio temprano de sus hijos les permite dedicarse enteramente a sus granjas. Incluso se llega al extremo de casar niños con un año de edad mientras sus madres los siguen amamantando. En estos casos, son los padres los encargados de la ceremonia. "Es como casarse una segunda vez", comenta irónicamente un lugareño. La ceremonia resulta mucho más barata en los matrimonios entre chiquillos. Una boda en estas comunidades puede costar de entre 90.000 a 730.000 pesetas. Los regalos para la pareja se reparten a partes iguales y una cantidad significativa es apartada para la compra de joyas de plata, a manera de inversión. De hecho, en el caso de matrimonios infantiles, el sistema de dote supone un coste mucho menor para la familia de la novia que en los matrimonios convencionales entre adultos. Los obsequios que se intercambian incluyen desde sillas de plástico a televisores.

En el transcurso de este Akha Teej, al menos cuatro críos de cada comunidad situada alrededor del santuario de Tigres de Sariska van a contraer matrimonio. El sastre del poblado sabe perfectamente cuántos trajes se están confeccionando para un día de tan buenos augurios, pero elude facilitar la información por temor a ser considerado un delator.

Las bodas de Yaadram, Mahender y Gauri Shankar respectivamente con Krishna, de 18 años, Sures, de 12 y Sushila, de siete, se celebrarán con grandes fastos a pesar del temor constante a ser vistos y castigados por las autoridades. La gente de la ciudad sostiene que es más fácil ver un tigre en la región que ser testigo de un matrimonio infantil. A pesar de que la modernización se mantiene alejada del Rajastán rural, ha crecido el rechazo social hacia semejantes costumbres... El acto adquiere un aire clandestino y, en muchos casos, al novio o a la novia más joven se les mantiene fuera del alcance de los forasteros. A medida que se acerca el día, el temor y la desconfianza de los nativos es incluso mayor hacia los equipos y cámaras de televisión que hacia la policía local. Con ésta siempre cabe el recurso al soborno, dice el maestro de escuela Swaran Lal Sharma. "De hecho, hay gente perteneciente a la policía local cuyos hijos, en el pasado, también han sido entregados en matrimonio de esta manera, es algo bastante normal" y añade, "la gente dice que en el pasado han salido quemados con este tipo de publicidad adversa". En ocasiones la abierta hospitalidad se torna cerrada hostilidad con órdenes de abandonar el lugar, tras solicitar ver al novio o novia más joven. También, los problemas surgen entre los mismos vecinos cuando hay viejas y profundas rencillas de por medio. "En una ocasión un vecino cizañero decidió avisar a las autoridades de que en el poblado se iba a celebrar un bal vivah o matrimonio infantil", según cuenta Santosh, un reportero local, "la policía no tuvo otra opción que acudir, pero no tardó en irse tras el soborno. Después, los 85 jefes del poblado se reunieron para castigar al chivato. Le embadurnaron con hollín y le montaron encima de un burro". Santosh suelta una risotada. Las acciones contra los matrimonios infantiles parecen más una cuestión de venganza que la estricta aplicación de la ley. Según el maestro Swaran Lal Sharma, los carteles, rótulos y panfletos colocados en paredes y aulas de los colegios que explican las maldades del matrimonio infantil, han contribuido poco a cambiar las costumbres de la comunidad. "Cuando una alumna de mi clase se convierte en novia infantil, no intento detenerla, pero sí le digo que es libre para regresar a la escuela si así lo desea, aunque esto ocurre en contadas ocasiones". Inmediatamente explica que él no intenta inculcar a los niños para que se opongan a la tradición. "Si intentas enfrentarte a estas costumbres serás perseguido por los demás miembros de la comunidad".

Sin embargo, existen excepciones a la regla, y Sures, la niña de 12 años que está a punto de contraer matrimonio con Mahender, de 12, el dueño de la tienda de Betel, es una de ellas. Se prepara para las pruebas finales de octavo grado. Al día siguiente a su boda tiene que presentarse a los exámenes de Matemáticas y Sánscrito y está decidida a hacerlo. Como dice su compañero de clase Vijay Singh Yadav el día de la boda, "ella afirma que si hubiera estudiado más, le habrían salido bien, pero tal como están las cosas tendrá que renunciar a sus estudios después de estas pruebas. Quería ser médico.

Hará unos cinco meses, su madre murió a causa de una enfermedad y hoy se siente muy deprimida". Cuando Yadav le confió su sueño de convertirse algún día en ingeniero, ella le mostró su desacuerdo. "Sería mucho mejor idea ser enfermero". Mientras que la mayoría de las niñas en la región ven el matrimonio infantil como algo inevitable en su vida, Sures es lo que más se asemeja a la rebelde del pueblo.Tuvo un maestro muy bueno que inculcó ambiciones en su vida. "Lleva todo el día sin hablar y ahora mismo está llorando por su madre", susurra Yadav, evitando que sus palabras lleguen al oído de los ancianos del pueblo, sentados en sillas de plástico a la luz de la luna y fumando una pipa de agua, mientras esperan la hora final.

Yadav insiste en que él no se casará a una edad temprana, ha presenciado demasiadas discusiones entre sus padres. Según Swaran Lal Sharma, no existen divorcios en la comunidad, "pero en ocasiones, al llegar a la adolescencia, una niña casada se fuga con su amante". Y en otras "se escapa el novio para obtener un puesto en la burocracia". En este lugar, un trabajo gubernamental es algo muy codiciado y pocas veces la joven novia supone obstáculo alguno para alcanzar tan noble objetivo. En el caso de una muerte temprana del novio o de la novia, el otro puede volver a contraer matrimonio.

El día de la boda, los tres novios están elegantemente vestidos, al estilo occidental, con camisas y pantalones a juego y con las dagas tradicionales colgadas de la cintura. Tras una breve ceremonia por la tarde en la que reciben regalos de sus parientes incluyendo guirnaldas compuestas cada una por 501 rupias (1838 pesetas), se dirigen al templo local montados a caballo y acompañados por una banda y un hombre travestido. "No son eunucos, sino hombres disfrazados de mujer para atraer la atención con sus danzas", según explica un miembro de la comitiva nupcial. Los eunucos son considerados portadores de buena suerte, por lo que sólo aparecen cuando las felices parejas tienen descendencia.

Tras una hora de viaje en autobús y en todoterrenos (el novio más adulto es conductor, y ha pedido a sus compañeros que le ayuden con el transporte), la comitiva llega a la casa de la novia donde tendrá lugar el enlace. Allí aguardarán en una habitación en penumbra, alejada de la casa principal, hasta pasada la medianoche, cuando de nuevo se dirigirán a sus casas. Pero pronto estalla una disputa entre ambas partes debido a que la tardanza de los novios ha hecho que la comida se haya enfriado. Las familias de las niñas, bajo una gran ansiedad, lanzan reiterados gritos a la otra parte para apresurar la ceremonia. El fuego cruzado de mensajes no es del todo amigable. Esta acritud es normal y hasta aceptable. Las mayores, Sures y Krishna, visten sus odhni y ghagharas de una manera sencilla. La mirada de pocos amigos que Sures lucía mientras la bañaban las mujeres del poblado se ha transformado en una mirada más alegre, pero aún falta la prometida más pequeña. "Está llorando porque el anillo de la nariz le hace daño, no está acostumbrada a llevar ese tipo de joyas", explica una de ellas. Sin embargo, otra replica que "está sentada y llorando junto a su madre porque no quiere salir". Por fin, la madre de Sushila sale de la habitación. No está nada contenta con el interés que suscita su hija más pequeña y sus ojos centellean de un lado a otro como una tigresa a punto de saltar, mientras sostiene firmemente entre sus brazos a su hija y a una sobrina, también invitada. Por supuesto, el anillo en la nariz de Sushila no es el problema.

Está cansada y la tienen que llevar en brazos. Las mujeres mayores comprenden la ansiedad de la madre e intentan calmarla. Súbitamente se relaja e intenta hacer un chiste sobre quién es la verdadera madre de la niña que lleva en brazos. Pasado el incomodo momento, todo vuelve a su cauce.

LOS EXÁMENES, PRIMERO

De repente se forma un gran revuelo en otra de las partes contrayentes. Sures les reservaba una sorpresa. "La comitiva nupcial no regresará a la casa de los novios hasta que yo no haya terminado mis exámenes, es decir, a última hora de la tarde. A pesar de no haber estudiado, me presentaré para no quedarme atrás".

Una de sus amigas le da un suave codazo y dice: "ahora, tendrá que dejar los estudios", pero Sures espeta: "No, deseo continuar estudiando y aprobar el décimo curso". Resulta difícil creer que este tumulto de lugareños aguarde pacientemente hasta mañana, antes de regresar a sus hogares con las novias, mientras Sures se examina de sus asignaturas. Están de acuerdo incluso los hombres. "Por supuesto que debe asistir a los exámenes" concluye uno de los tíos del novio.

Es la una de la mañana y el Feras, el ritual del fuego, aún no ha comenzado. Las tres parejas se encuentran sentadas mientras el sacerdote las instruye con los antiguos textos sánscritos sobre la institución matrimonial. Todas las novias llevan velo, y no se lo quitarán hasta que no termine la pompa. El ritual de la pareja más joven lo realiza un tío suyo. Sin embargo, todo se ralentiza por culpa del cabeza de familia de la casa donde tiene lugar la boda. Ha desaparecido, y el ritual del fuego no puede comenzar sin que esté presente. Al cabo de una hora regresa con más odhnis para las prometidas pero ya se han marchado a la cama casi todos los familiares invitados. La ceremonia en sí es la parte más tediosa de la fiesta nupcial. Son las dos y media de la madrugada y se oye el suave lloriqueo de Sushila detrás de su odhni. Los invitados que quedan bostezan mientras varias mujeres, encaramadas en el techo de la casa, gritan pidiendo que se acelere la ceremonia. Nadie consigue meter prisa al sacerdote. Éste es el gran momento; el ritual oficiado en sánscrito (que nadie entiende, salvo posiblemente la estudiante) continúa hasta el amanecer.

A las ocho de la mañana, una vez acabadas las celebraciones, Sushila se viste para los exámenes. La familia del novio le desea buena suerte y espera su regreso para después llevarse a las tres novias hacia sus hogares en la caravana de todoterrenos y autobuses. Las casadas más jóvenes pasarán una única noche de boda en la casa de sus maridos. Después, permanecerán en el hogar paterno hasta cumplir los 18 años, la edad permitida para vivir con sus maridos, en un regreso llamado Gauna. Sólo Krishna, la mayor de las tres, no volverá con sus padres.

Mientras tanto, las novias-niña vivirán en su poblado sin portar ninguna señal distintiva para que sólo los lugareños sepan que están casadas. Sharma dice que "el único temor que albergan es que el novio pueda morirse a causa de alguna enfermedad o se fugue por un puesto en la administración, antes de que puedan volver junto a él", pero en la mayoría de las ocasiones todo ocurre tal y como estaba previsto.

Y posiblemente continuará así durante muchos años.


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