Jane Fonda

Jane Fonda

Con su padre Henry y su hermano pequeño Peter.

De niña quería ser niño, de adulta ha sido modelo, actriz, "sex symbol", activista pacifista, "reina" del aerobic y ahora es una fiel y conservadora esposa

"No rodaré más películas, me retiro sin mirar atrás". Jane Fonda, nacida en la aristocracia de Hollywood el 21 de diciembre de 1937, hace ahora 60 años, puso fin a su carrera en el cine en 1992 con estas simples palabras. Desde entonces, una de las mejores actrices norteamericanas -dos Oscar y cinco nominaciones más- ejerce de modélica esposa del magnate de la comunicación Ted Turner.

La pareja, que se casó también un 21 de diciembre -de 1991-, llegó antes a un curioso acuerdo prematrimonial que impuso la novia. Ella -también millonaria- renunciaba, en caso de divorcio, al dinero que pudiera corresponderle de la fortuna de él; pero, a cambio, una vez casados, él tuvo que darle casi 1.500 millones de pesetas en acciones de su compañía.

El pacto ha sido ventajoso para Ted. Jane ha hecho todo lo que le ha pedido: ha abandonado el cine y Hollywood; ha desmontado su productora, con la que rodó Gringo viejo; se ha desvinculado prácticamente de su imperio de vídeos y gimnasios para mantener la forma física; apenas tiene vida social, y sólo vive para estar con su marido.

Su recompensa ha sido recuperar junto a él una felicidad de la que no disfrutaba desde su primera infancia, antes de que su familia se desmoronara. Ted Turner, que es el mayor terrateniente de Estados Unidos y posee siete residencias por todo el país, le ha devuelto la vida de lujo que llevaba antes de irse de casa de su padre, el legendario Henry Fonda.

Es difícil imaginar por qué la actriz añora aquellos años, en los se encuentra la causa de sus problemas emocionales y la explicación a la sucesión de cambios radicales que han marcado su vida. Todo comenzó porque su madre, Frances Seymour Brokaw, segunda esposa de las cinco que tuvo Henry Fonda, tenía ya una hija de un matrimonio anterior y soñaba con un varón.

En su lugar, dio a luz a Jane, por la que nunca llegó a sentir mucho afecto. Sobre todo a partir del nacimiento de su hermano menor, Peter, hoy actor como ella y padre de Bridget Fonda. La pequeña Lady Jane, como la llamaban en casa, trató de enmendarle la plana a la naturaleza y se comportaba como un auténtico chicazo.

"Ella quería ser como yo", contaba su padre. "A los cinco años montaba mis caballos y me ayudaba a arar el huerto. Era muy masculina. Creí que se le pasaría cuando fuera al colegio y empezara a interesarse por los chicos. Pero lo que ocurrió entonces fue que se dedicó aún más a los caballos. Una vez le dije: `Creo que terminarás casandote con un caballo'".

Turner, al que le apasiona la pesca como a Henry Fonda, tiene varias haciendas inmensas en el campo, en las que pasa con Jane todo su tiempo libre. En ellas, la actriz ha vuelto a gozar del contacto con la naturaleza de sus primeros años y, sobre todo, de los caballos. Una afición que comparte con su marido, con el que da largos paseos cabalgando.

"Tendrá un buen futuro si la tiñes de rubio y le añades silicona", dijo de ella el magnate Jack Warner

La situación no fue tan idílica con Henry Fonda. El actor, que ha encarnado los ideales del pueblo norteamericano en películas como El joven Lincoln y Doce hombres sin piedad, fue incapaz de dar la ternura y el cariño que un hijo espera de su padre. Se había criado en el Medio Oeste, la América profunda, y más que amor trató de inculcar a su prole los valores de austeridad en los que él se educó.

Los problemas conyugales acabaron con el poco equilibrio mental que le quedaba a su esposa Frances, que hubo de ser ingresada en una residencia. Allí, aprovechando un descuido, se suicidó cortándose el cuello con una cuchilla de afeitar. Henry Fonda, en lugar de contarles lo ocurrido a Jane y Peter, les dijo que su madre había muerto de un ataque cardiaco.

Al enterarse de la verdad, por una revista, Peter intentó suicidarse, sin éxito, de un tiro en el vientre. Jane, en cambio, se volvió bulímica, desarrollando una dependencia compulsiva por la comida que la atormentó durante los 23 años siguientes, en los que abusó de diuréticos -para eliminar líquidos- y anfetaminas -para evitar el hambre-.

Sólo en 1985, una vez superado el problema, lo confesó: "Me encantaba comer, pero quería estar delgada. Comía y vomitaba de 15 a 20 veces al día. Era capaz de vaciar la nevera. Esta enfermedad no sólo debilita el organismo sino que altera el equilibrio psicológico. Algunas mujeres padecen bulimia intermitente. En mi caso era crónica".


Modelo y actriz. Nada más morir su madre, su padre, que era un mujeriego incorregible, se casó con una mujer mucho más joven que él y Jane acabó en el elegante colegio de Vassar. "Sólo chicas, algo horrible e insano", se ha quejado recordándolo. Eso no le impidió ganarse la reputación de chica fácil entre sus compañeras, que la veían como una "delincuente sofisticada".

Buscó nuevos aires en París, donde fue a estudiar pintura y acabó "pasándolo bien". Al regresar a Estados Unidos ingresó en el Actor's Studio, la escuela en la que se formaron Marlon Brando y Paul Newman. Se ganaba la vida como modelo -fue portada de Vogue y otras revistas- y cambiaba mucho de novio, entre ellos, el televisivo James Franciscus.

A los 22 años, el director Joshua Logan, amigo de su padre, le dio su primer papel en Me casaré contigo (1960). Al verla, el magnate Jack Warner, fundador del estudio de su nombre, diagnosticó: "Tendrá un buen futuro si la tiñes de rubio, le rompes y recompones la mandíbula y le añades algo de silicona o le pones rellenos en el pecho".

Una inesperada oferta para protagonizar Los felinos (1964) con Alain Delon, en Francia, le da la oportunidad de alejarse de Hollywood y de los amigos de la familia. En la rueda de prensa que dio al llegar al viejo continente, predijo: "Sin duda, me enamoraré de Delon porque sólo sé interpretar bien escenas de amor cuando amo a mi pareja".

Su relación con el galán francés provocó algún altercado con Romy Schneider, con la que salía por entonces, pero no pasó de ahí. El verdadero amor que Jane descubrió en Francia fue el del director Roger Vadim, descubridor de Brigitte Bardot, con la que estuvo casado, y de Catherine Deneuve, con la que acababa de tener un hijo.


El amor francés. Era inevitable que un hombre precedido por su fama se interesara por una mujer de la belleza de Jane, que, además, podía abrirle las puertas del codiciado cine americano. Lo suyo fue amor a primera vista que acabó en una precipitada boda en agosto de 1965, a la que no asistió Henry Fonda. Un mes más tarde, nacía Vanessa, su primera hija.

La distancia con su padre era ya insalvable. Henry no aprobaba su matrimonio, como antes había rechazado su relación con Andreas Voutsinas, el director con el que ella vivió dos años cuando estaba en el Actor's Studio, y del que dijo que era un "moldeador diabólico de la personalidad de Jane". Estas descalificaciones no hacían sino animarla a ir más lejos.

Cansada de interpretar papeles de ingenua, se puso en manos de Vadim, que hizo de ella una sex symbol en las aventuras galáctico eróticas de Barbarella. Corría 1968, el año de los asesinatos de Kennedy y Luther King, de la ofensiva norteamericana a gran escala en Vietnam y de los estudiantes predicando la revolución por las calles de París.

Movida por los acontecimientos, abandonó a su marido y a su hija en Francia para viajar a la India en busca de paz, pero se queda horrorizada ante la miseria que ve. Vuelve a Estados Unidos y encabeza la protesta contra la guerra del Vietnam. En 1972 visita Hanoi, en Vietnam del Norte, invitada por los comunistas e incita por radio a las tropas norteamericanas desplegadas allí a que deserten.

"En los setenta pasó de ser casi acusada de traición a conseguir dos Oscar por "Klute" y "El regreso"

Sus compatriotas la apodan Hanoi Jane. A su regreso, algunos claman que sea juzgada por traición, mientras otros dudan entre fusilarla o arrancarle la lengua. La caída del presidente Nixon y el fin de la guerra evitó males mayores. Ella se casa, de nuevo embarazada, en enero de 1973, con el abogado y activista Tom Hayden. En julio nace su hijo, Troy.

Su carrera va en ascenso. Ha puesto fin a su etapa de sex symbol y ha logrado su primera nominación a los Oscar con Danzad, danzad malditos. Consigue el galardón poco después con su impresionante interpretación de prostituta en Klute, y con El regreso, una de las primeras películas que abordan la tragedia de los veteranos del Vietnam.

En los años ochenta, da otro giro a su vida y se reconcilia con su padre en la película En el estanque dorado, sobre un padre y una hija que no se entienden. Lo conmovedor es que aprovechando el diálogo, Henry y Jane se dicen, por primera vez, "te quiero". Ella, además, inicia su negocio de gimnasios y vídeos para mantener la forma, con el que se hace millonaria.

La última década de su vida, los noventa, provoca quizá las contradicciones más hirientes. Se separa de Hayden, al que apoyó en su fracasada carrera política. Olvida sus consejos sobre la vida natural y se hace la cirugía estética en los párpados, se aumenta el pecho y se quita unas costillas para conseguir realzar su cintura.

La última sorpresa de esta mujer camaleón, que deja en mantillas a Madonna, fue casarse con Ted Turner, conservador caballero del Sur, símbolo del capitalismo americano. Se ha adaptado tan bien a su papel que ha apoyado el veto de su marido al filme de Angelica Huston Bastard Out of Carolina, sobre el abuso de menores, que consideran demasiado duro.

"¿Qué fue de Hanoi Jane?", se pregunta la prensa, y ella responde con una sonrisa: "Siempre me ha maravillado la gente que no siendo joven sigue cambiando. No es fácil". Nadie lo sabe mejor que Jane Fonda.



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