Las dos caras de Spielberg

Las dos caras de Spielberg

Las dos caras de Spielberg


EL ARTISTA TRASCENDENTE
JULIO DE 1839 y 1940: un alegato antiesclavista a mediados del XIX y una épica heroica bélica en la II Guerra Mundial. Amistad y Saving Private Ryan. Steven Spielberg mostrará a través de dos películas el perfil artístico que más valora y mima. El del hombre comprometido con las injusticias y preocupado por los problemas de su tiempo: el del cineasta concienciado.

Fundador de dos productoras -Amblin Entertainment y DreamWorks SKG-, Spielberg está en la única y envidiada posición de hacer la película que le venga en gana. Fiel a los temas que le preocupan personalmente, ha querido crear películas que conduzcan a la reflexión. Todo comenzó en 1985, con el drama El color púrpura en la que, como ahora en Amistad, exploró las luchas y problemas de los afroamericanos del pasado. Nominada a once Oscar, aunque sin conseguir estatuilla alguna, encontró el refrendo de la crítica.

Una segunda oportunidad en la trascendencia: en 1993 rodó en Polonia, en blanco y negro y con actores desconocidos La lista de Schindler, una épica acerca del Holocausto. Su desdoblamiento artístico vino en su ayuda: la rodó durante el día. Y montó Parque Jurásico, de noche.

La crítica se volcó, llegando a definir la película como su particular Ciudadano Kane de Spielberg, por su vitalidad, estilo y calidad. Recibió siete Oscar.

Spielberg ha sabido moverse entre dos productos cinematográficos diferentes: lo que él mismo denomina "entretenimientos" y las "películas socialmente conscientes". No siempre con éxito. Algunos de sus intentos -la incalificable Encuentros en la tercera fase (1977), El imperio del sol (1987), que alguien definió "tan improbable como si Antonioni hubiera dirigido una película de James Bond" y Para siempre (1989)- no fueron comprendidos.


EL REY MIDAS COMERCIAL
A STEVEN Spielberg no le incomoda confesarse como lo que es: un consumado funambulista que sabe deslizarse sin red sobre el fino alambre que separa lo sublime de lo ridículo, el arte del comercio, la sustancia del vacío, el compromiso del dinero. "Ya sabe, nunca he tenido problema alguno regularizando los ajustes internos de un mecanismo que me permite oscilar entre el corazón y la cartera".

Así se lo dijo a la periodista Caryl Phillips, del The New York Times en julio de 1997, cuando cumplió 50 años de vida y 25 de carrera. Simultaneaba el rodaje de Amistad con el montaje de El Mundo Perdido, la película más taquillera del pasado año, aún constituyendo un título que no se distinguió precisamente por su profundidad.

No en vano, se trata del genio detrás de las tres películas más taquilleras de la historia del cine, Tiburón (1975) (tan sólo su tercer film), E.T. El extraterrestre (1982) y Parque Jurásico (1995). Tres apabullantes, indiscutibles e históricos hitos comerciales por los que se forjó merecidamente el apodo de El Rey Midas de Hollywood.

Cada exploración suya en los temas serios, marcaron inevitable y automáticamente el regreso al mundo de la fantasía. Así, dirigió la trilogía dedicada al arqueólogo-aventurero Indiana Jones, con su actor fetiche Harrison Ford, y produjo productos menores destinados exclusivamente al público juvenil como Gremlins o Los Goonies. En este terreno sólo registró un sonoro fracaso, 1941 (1979).

Este tipo de diversiones huecas aunque técnicamente deslumbrantes perpetúan en su doble perfil, sobre todo, el de director de cine pletórico de talento, pero entregado a material adolescente, algo que le convierte en algo así como un Peter Pan del cine. (No por nada trató el cuento de James M. Barrie desde la perspectiva del villano, el Capitán Garfio, en Hook (1991).

La dinámica de su sociedad ha hecho que los norteamericanos tiendan a menudo a confundir el talento artístico con la capacidad de hacer dinero. Para ellos, la mente capaz de crear películas que sumen más de cien millones de dólares en taquilla -que es el caso- es comparable a la de un Shakespeare o un Olivier. Por eso, desde esos parámetros, Spielberg es el genio supremo.

Por Beatrice Sartori


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