Freud

Freud

Sigmund Freud junto a su hija Anna, asomados a la ventanilla del tren que les llevaría su exilio en Londres.

MATHILDA LOOY,nacida en Pennsylvania (EE.UU) en el seno de una familia de la secta Amish, pero apartada de ese grupo étnico-religioso y residente en Nueva York, llevaba años sometiéndose a sesiones de psicoanálisis sin apenas notar mejoría. "Vivía en una montaña rusa que me hacía pasar de la euforia a un pozo negro de desesperación. Con ayuda de mi psicoanalista, había recorrido todos los desvanes de mi inconsciente en busca de las causas ocultas de mi trastorno. Creía firmemente que mis problemas eran consecuencia de la educación puritana que había recibido de niña, con un padre autoritario e intransigente y una madre indiferente y débil. Sin embargo, aunque el haber comprendido ese pasado me ayudó a conocerme mejor, no puso fin a la tortura que es vivir en un tobogán mental".

Un día Mathilda leyó que un grupo de científicos había detectado dos marcadores genéticos entre los Amish, que rara vez se casan con gente ajena a su grupo. Apuntaban a un gen defectuoso en la punta del cromosoma 11, que impedía la síntesis normal de la dopamina, un neurotransmisor que permite la comunicación entre las neuronas. Hoy, en espera de un tratamiento genético específico, Mathilda, que ha cumplido ya 31 años, toma fármacos para controlar los niveles anormales de dopamina. "Llevo varios años sin psicoterapia", explica la mujer, que se ha casado pero no quiere tener hijos por miedo a transmitirles la enfermedad. "Cuando tienes un gen de por medio, poco puede hacer Freud por ti".

SIN DIVÁN

Un siglo después de que el genial médico austríaco revolucionara los textos de psicología y psiquiatría con su hallazgo del inconsciente y el método psicoanalítico, cada vez más trastornos mentales parecen tener solución lejos del diván del psicoanalista. Y es que, en contra de Freud, para quien "la verdera causa de los trastornos hay que buscarla en sucesos ocurridos en la infancia del individuo, relacionados con impresiones de carácter sexual", las imágenes cerebrales de varios pacientes con obsesiones compulsivas obtenidas por PET (tomografía por emisión de positrones) revelan que ese problema se debe a menudo a un metabolismo acelerado de ciertas zonas del cerebro. Otros estudios señalan que los niveles de serotonina, un neurotransmisor, son excesivos en ellos. En particular la esquizofrenia, observada por Freud a la luz del inconsciente, es hoy objeto de sustancias pensadas para influir en la química cerebral.

"Desde Freud, los psiquiatras tratan al enfermo mental mejor porque comprenden su conducta absurda"
Steve Elmore, de 40 años, lo ha comprobado personalmente. Cuando tenía 19 años, su vida cambió de la noche a la mañana. Oía voces que le insultaban y que nadie más que él escuchaba : "Imbécil! ¡Cierra la boca! ¡Lárgate y pégate un tiro!". Aterrado, salía a la calle gritando. Tras años de psicoterapia, acudió por fin al Instituto Nacional de Salud Mental de los Estados Unidos, en Bethesda (Maryland). Allí, un neurólogo le mostró dos imágenes de ordenador: la de la corteza frontal de su hermano gemelo David, sin síntomas de trastorno mental, y la de su propio cerebro. Aunque genéticamente idénticos, los cerebros de los dos hermanos tenían poco en común. El de Steve mostraba menos corteza y más ventrículos con líquido cefalorraquídeo. La parte de corteza que le faltaba era, justamente, la encargada del pensamiento organizado, lo que explicaba el delirio. "Fue un alivio saber que mi problema tenía origen orgánico y que había un tratamiento". De nuevo, dicho tratamiento suponía regular la acción de la dopamina, que, ante cualquier estímulo, pone a las neuronas en estado de alerta. "Las neuronas poseen más de ocho receptores de dopamina", explica Steve, que hoy lleva una vida normal e, incluso, se ha casado. "Si se reduce la acción de este neurotransmisor, los síntomas de la esquizofrenia se atenúan. Por eso, cuando oigo voces, tomo una dosis adicional de Stelazine, que impide que la dopamina llegue a los receptores neuronales. Como se ve, es cuestión de química".

Francis Crick, premio Nobel de Medicina por haber descifrado el código genético del ADN (ácido desoxirribonucléico), va más lejos. En su libro La hipótesis desconcertante (The Astonishing Hypothesis) afirma: "Usted, sus alegrías y sus penas, sus recuerdos y ambiciones, su sentido de la identidad y su libre albedrío son resultado del comportamiento de un inmenso conglomerado de neuronas y sustancias que interactúan con ellas".

VIGENCIA

Ante semejante afirmación, y sintiéndonos súbitamente privados de "alma", nos preguntamos: ¿Y dónde queda eso que Freud denominó consciente, esa maravillosa facultad humana también definida como lenguaje? Isabel Menéndez, conocida psicoanalista madrileña, nos alivia de esa visión mecanicista: "¡Claro que hay algo más que química en el cerebro! ¿Quién es capaz de cartografiar la personalidad, ese cóctel maravilloso de fantasía, cultura, deseos, instinto, afectos, pulsiones...? Precisamente, el psicoanálisis trata de aquello que no se puede cuantificar. Diría más: reducir la personalidad a causas físicas es volver al maniqueísmo de la época victoriana, a la eterna moral de `buenos y malos por naturaleza'. Preguntarse por la vigencia del psicoanálisis es como preguntar por qué soñamos".

La propia ciencia abona la polémica. Porque el cerebro es, en efecto, un laboratorio químico, pero es, también, permeable a las influencias del entorno. De hecho, numerosos estudios han demostrado que, hasta los siete años, el cerebro infantil crea circuitos neuronales nuevos "aprendiendo" de la experiencia y de su relación con los que le rodean, en especial de la relación con la madre. Es decir que, tal como comprendió Freud, las vivencias infantiles conforman la personalidad, del mismo modo que los genes. Isabel Menéndez puntualiza: "Si lo importante es la demostración empírica, ahí están los miles de personas a las que el psicoanálisis ha ayudado a conocerse, aceptarse y enfrentarse a los retos de la vida de forma más eficaz. El psicoanálisis es un autodescubrimiento, porque el cerebro es más que un mapa".

Matthew Simpson, un niño de Alburquerque, Nuevo Méjico, es prueba de ello. En sexto curso de enseñanza primaria, toca el piano, tiene buenas notas y se lleva bien con sus compañeros. Nada extraordinario si no fuera porque, en 1994, y tras diagnosticarle una encefalitis de Rasmussen (que le provocaba crisis epilépticas), a Matt le quitaron la mitad del cerebro. En concreto, la mitad izquierda de la corteza cerebral, esa sucesión de pliegues que controla el raciocinio y gran parte de las capacidades humanas. La intervención podía dejar a Matt inválido, en coma, o provocarle la muerte. De hecho, nadie sabía decir cómo quedaría. Hoy, los médicos apenas creen lo que ven. La capacidad de lenguaje de Matt aumentó en meses lo que correspondía a un niño de un año. Si bien fue privado del hemisferio izquierdo (especializado en aptitudes musicales y matemáticas), a Matt le encantan sus clases de piano y las matemáticas son su asignatura preferida. La conclusión: esas aptitudes se han trasladado al hemisferio derecho.

"Freud quería ser sólo médico, pero acabó haciendo una teoría de la cultura", afirma uno de sus discípulos

El buen funcionamiento cerebral pasa por que sus cien mil millones de neuronas creen buenas conexiones. Esas conexiones se forman tanto por pautas determinadas por la herencia, como en respuesta a estímulos, que las neuronas codifican. Una vez en el cerebro, provocan la liberación de neurotransmisores, que generan a su vez nuevos impulsos eléctricos. Ese mecanismo favorece a veces la formación de nuevas dendritas (prolongaciones filamentosas de las neuronas). Según los expertos, eso es lo que le ha ocurrido a Matt: "tras la operación, pasa por fases sorprendentes de desarrollo acelerado de las dendritas".

¿Sorprendente? Simplemente, el cerebro humano encuentra caminos que el hombre desconoce. En este punto y hora, la hipótesis pertinente sería la de que si, al hacer revivir a las personas deseos reprimidos causantes de trastornos mentales, el psicoanálisis no estimularía la creación de nuevas conexiones y "rutas" neuronales, por zonas del cerebro menos angustiosas y más "vivibles" para el individuo. Los éxitos del tratamiento psicoanalítico apuntan en esa dirección, por mucho que algunos trastornos inscritos de forma "física" en el cerebro -como en el caso de Steve- precisen de terapia química.

HUMANIZACIÓN

"Por fértiles que sean las nuevas técnicas, no podrán restar validez a la obra de Freud", afirma Amelia Díez, bióloga, psicoanalista y miembro fundador de la Escuela de Psicoanális Grupo Cero de Madrid. "Históricamente, su hallazgo del inconsciente es uno de los descubrimientos más originales del hombre, y la `asociación libre' constituye un instrumento tan valioso como el microscopio. La palabra -la capacidad de verbalización del consciente y del inconsciente- es lo que hace al ser humano privilegiado, porque la palabra es capaz de hurgar en el cerebro e influir en el cuerpo y en la mente". Desde Freud, los psiquiatras tratan al enfermo mental de forma más considerada porque comprenden su conducta absurda y pueden sostener con él una conversación "razonable". Al analizar el calvario del niño hasta su socialización desde el estado instintivo, Freud ha "humanizado" la educación. Al estudiar la agresividad humana, ha hecho que el hombre trate mejor a los animales. Al sacar a la luz los deseos inconscientes ha creado una sociedad menos hipócrita, capaz de expresarse plenamente.

De hecho, los primeros en comprender el alcance de la teoría freudiana fueron las mentes más privilegiadas del siglo. Científicos como Einstein, pintores como Dalí, Picasso o Paul Klee, escritores como Thomas Mann, Rainer María Rilke, André Gide, Aldous Huxley, Lou Andreas-Salomé... se declararon admiradores de Freud y competían para ser recibidos por él. Su personalidad y su cultura contribuían a ello. El interés de Freud abarcaba todos los saberes: poesía, política, arqueología, las lenguas extranjeras... (hablaba alemán, francés, italiano y español, que aprendió traduciendo El Quijote, y hasta fundó una "Academia Castellana").

EXILIADO

"No me siento atraído a elogiar a hombres famosos", escribió Leonard Woolf, marido de Virginia Woolf, quien quiso visitar a Freud en su exilio de Londres, al que se vio forzado como judío, cuando los nazis se instalaron en el poder en Austria. "Casi todos los famosos me defraudan. Freud, en cambio, ni decepcionaba ni aburría. Tenía una aureola de grandeza". Uno de los pocos grandes hombres cuyas relaciones con las mujeres fueron felices, pero fiel durante toda su vida a Martha Barnays -su primera novia y luego su mujer y la madre de sus seis hijos- su exquisita sensibilidad se revela en las cartas de amor que le escribió y en la correspondencia que mantuvo con grandes personajes de su tiempo. Sus libros conservan una frescura fascinante. Dos ejemplos:

"Si la satisfacción de cierto número de miembros de la sociedad tiene como premisa la opresión de otros, es comprensible que los oprimidos desarrollen una intensa hostilidad contra la sociedad que sostienen con su trabajo, pero de cuyos bienes no participan".

"Cuando, a través del superyó, el hombre se impone a sí mismo y a los demás las restricciones de esa sociedad, se vuelve incapaz de criticarla y su función es sostenerla".

Ni el surrealismo ni la contracultura hubieran nacido sin él. Ni hubiéramos tenido el Mayo del 68, ni reclamado "la imaginación al poder". El doctor Ramón Sarro, discípulo de Freud de 1925 a 1927 y que se definía como un "freudiano antifreudiano", afirmó: "Freud quería ser sólo médico, pero acabó haciendo una teoría de la cultura. Sus aportaciones influyeron no sólo en la idea que el hombre tenía de sí, sino en todos los pensadores que vinieron tras él".

Freud

EL psicoanálisis nació con Anna O., joven vienesa de 21 años a la que el Dr. Josef Breuer diagnosticó histeria y sometió a hipnosis, tratamiento divulgado por Jean M. Charcot, del que Freud había sido alumno en París. Durante esas sesiones, las experiencias que Anna narraba tenían relación con los cuidados que había dedicado a su padre. Explicó que no podía mirar de frente porque la noche en que éste murió, le preguntó la hora y ella tuvo que mirar el reloj de reojo a causa de las lágrimas. Más tarde, la halló retorciéndose y gritando : "Ahora va a nacer el bebé del Dr. Breuer". Aterrado, Breuer no volvió a verla. (Luego se sabría que el nombre real de Anna O. era Bertha Pappenheim. Al morir, en 1936, era una conocida defensora de los derechos de la mujer y del niño.)

Freud fue más lejos: "Los síntomas histéricos desaparecen en cuanto logramos despertar el recuerdo del proceso que los provocó..." Aportó otro valioso dato: "Los síntomas neuróticos expresan motivos inconscientes de naturaleza sexual. El niño desarrolla un afecto especial hacia su madre, a quien considera como propiedad suya, y ve a su padre como un rival. Así, el complejo de Edipo es el núcleo de las relaciones familiares en las que todo deseo ilícito es censurado". Freud abandonó pronto la hipnosis. Bastaba que los pacientes se tumbaran en un diván y expresaran lo que llegase a su mente. Él intentaría detectar el material "reprimido". Lo llamó "asociación libre". Al cabo de 100 años el psicoanálisis sigue las mismas pautas.


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