Los hombres de mi agenda


Los hombres de mi agenda


TE LO DIJE, FRAN, vigila las comidas porque estás poniéndote fondón. A tu edad, o controla uno las calorías o acaba hecho un fenómeno, como Marlon Brando en Apocalipsis Now, que parecía que terminaba de ganar un campeonato de ingestión de fabada. Tu llevas el mismo camino, francamente. Me preguntarás que quién soy yo para arrogarme la confianza de llamarte Fran y encima meterme con tu tripa. Pues no tiene ningún misterio: yo soy yo, una de tantas, o sea, una más de las que pueblan el patio nacional y posan sobre ti sus devoradores ojos.

Hace muchos años que no nos conocemos y sin embargo siento como si llevara media vida a tu lado. Te sigo desde la distancia (también desde el olvido, aunque nunca consigo alejarte de mi corazón), y creo que ha llegado el momento de poner algunas cosas claras. Primera y fundamental: siempre has estado presente en mis zozobras, desde tiempos remotos, cuando en Gijón íbamos al club de regatas y tú te dedicabas a bailar (sin pasarte, eso sí) al compás de Micky y los Tonys, que es lo que más recuerdo de aquellas verbenas de los sábados: primero Micky y los Tonys y después tu, y un muchacho al que llamábamos el Propiciu porque su padre tenía una funenaria titulada La Propicia. Jesús, qué macabrez. Entonces tú no eras la alegría de la huerta, y tampoco había rubias de mechas que suspiraran por ir contigo a las galas y los funerales. Yo te recuerdo tirando a antipático, con los pelos tiesos, la sonrisa abultada y un incipiente aire de boxeador que se ha acusado con los años. Es decir, nada del otro mundo. Porque habrás de reconocer, Fran, que en aquel tiempo te comías pocas roscas. No eras el terror de la calle Corrida y no pasarás a la historia como el latin lover asturiano que siempre has querido ser. Me pregunto cuándo descubriste tu vocación de mujeriego, de adulador, de (¿puedo decirlo?) sobón impenitente. Supongo que según medrabas en política la vida quiso ofrecerte la posibilidad de recuperar placeres perdidos. A otros les ha ocurrido igual, no te preocupes. En Gijón, atrapado por el corsé de los convencionalismos, no podías dar rienda suelta a tus instintos de fustigador y Casanova. Fue al abandonar las verbenas, los propicius de turno y la formalidad provinciana -visto y no visto: te habías casado y tenías familia numerosa- cuando descubriste tu vocación zascandilona y plurisentimental. Ciertamente era un poco tarde, pero querías dar el salto y te saliste con la tuya.

Y ahora, por favor, no saques pecho, que te veo venir: ella te conquistó, pero yo te ví primero. Antes de ser carne de telediario ya monopolizabas mis esperanzados sueños. Hoy sigues en ellos, a pesar de tus continuos desplantes y el escaso impacto que te causa mi fidelidad. Muchas noches me propongo soñar con Brad Pitt, o con Carles Moyà, que cae más a mano, pero pasan las horas y solo apareces tú, con esa cara apaisada y remota que Dios te ha dado, acurrucándote junto al embozo de la sábana. Tu eres, Fran -déjame que te llame Fran, que lo de Paco me trae malos recuerdos- la España más profunda, el embrujo del Sella, la esencia masculina de don Pelayo. Aunque ahora camines con el paso cambiado y tu suerte corra el riesgo de quebrarse antes de que termine la legislatura, yo no me daré por vencida. Soy como la nueva Penélope. Inasequible al desaliento, siempre esperaré tu regreso deseando que quieras escanciar conmigo un poco de felicidad.

JUVENTUD, yo te recuerdo tirando a antipático, con los pelos tiesos, la sonrisa abultada y un incipiente aire de boxeador.

MUJERIEGO, según medrabas en la política, la vida quiso ofrecerte la posibilidad de recuperar placeres perdidos.



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