La Gran Guerra

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LOS NORTEAMERICANOS.
Su entrada en la contienda se produjo el 6 de abril de 1917. Washington había tenido el propósito de ser neutral; una "neutralidad activa", ciertamente, pues sus industrias y mercados suministraban a los anglo-franceses. La entrada en la guerra se debió, primero, al interés que muchos norteamericanos tuvieron en participar, en las presiones anglo-francesas para que lo hicieran, a la torpeza alemana al hundir numerosos buques norteamericanos o en los que viajaban ciudadanos de Estados Unidos y a asuntos tan controvertidos como el "telegrama Zimmermann" que proponía un ataque mexicano contra Estados Unidos. La llegada de millón y medio de soldados norteamericanos a Europa resultó decisiva a partir del verano de 1918. 114.000 de ellos dejaron su vida en Europa. Soldados estadounidenses ponen en un pueblo alemán el nombre de su presidente, Wilson (1918).

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EL GAS
El 22 de abril de 1915, durante la batalla de Ypres, la artillería alemana comenzó a disparar granadas que no reventaban las trincheras, sino que despedían un humo amarillento. Era cloro. Dos divisiones aliadas se dispersaron, pero los militares germanos, tan sorprendidos por el resultado como los aliados, no aprovecharon la sorpresa. Cinco meses después, también los británicos comenzaron a emplear gases. Y se sucedieron los venenos: fosgeno, difosgeno, cloropicrina, ácido cianídrico, gas mostaza... eran lacrimógenos, quemaban la piel y los pulmones, actuaban sobre el sistema central, paralizaban a los soldados. Con ellos, se generalizó el empleo de máscaras antigás entre los combatientes e incluso en las poblaciones civiles próximas a los frentes. Su importancia psicológica fue enorme; su utilidad militar, pequeña. Un niño con máscara antigás (1916).


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LA INGENIERÍA.
Trincheras que servían para resistir y para atacar: parapetos, pasos desenfilados, túneles, refugios, blocaos, alambradas... Tal densidad de fortificaciones hizo poco eficaz el empleo de la artillería, cuyos proyectiles en altísimo porcentaje se limitaban a remover el terreno: ofensivas hubo, como en el Oise, en marzo de 1918, en que los alemanes dispararon durante cuatro horas y media 6.000 cañones en un frente de 70 kilómetros y les respondió el fuego de más de 3.000 piezas aliadas. Esa lluvia de metralla borraba las trincheras y causaba tal cantidad de profundos embudos que era difícil caminar por el campo de batalla sobre todo en días de lluvia: soldados hubo que se ahogaron en tales agujeros. Resultaba espantoso tratar de avanzar hundiéndose en el barro hasta media pierna. Fotografía tomada a 150 metros de la batalla (1916).


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