Vivir para trabajar

Vivir para trabajar

YA NO SE OYE cantar a las chicharras en los calurosos días de agosto. Todo lo más suena algún teléfono móvil que te recuerda que tras ese matorral hay otro enfermo que se sigue llevando el trabajo a cuestas durante las vacaciones. En España existe un nutrido grupo de adictos al trabajo. Los expertos calculan que ronda el 10% de la población trabajadora.

El workaholism, concepto que emerge en la sociedad estadounidense en la década de los setenta, surge de la unión de dos términos: work (trabajo) y alcoholism (alcoholismo). No tiene nada que ver con cogerse una melopea en la oficina. La enfermedad, una suerte de patología social, consiste en desear trabajar a todas horas, cuantas más mejor, en todas partes. Algo así como emborracharse de trabajo. Compulsivamente.

Según definición de Marilyn Machlowitz, una psicóloga industrial de Yale, la persona que incurre en este tipo de comportamiento es "aquélla que siempre dedica a su trabajo más tiempo de lo que le exige la situación". Es el caso de Francisco J. D. Trabaja como oficinista en el madrileño barrio de Usera. Sólo cogerá una semana de vacaciones porque, según dice, "hay mucho trabajo y alguien tendrá que hacerlo". Su horario finaliza a las 15:00 horas. Él suele estar hasta las ocho de la tarde.

Como él, muchos otros están deseando que acabe el verano. Lo suyo es la actividad. El psiquiatra Enrique González Duro asegura que el adicto al trabajo se caracteriza por "encontrar más aliciente en su centro laboral que en su propia vida privada". "Son personas que lo pasan mal cuando no trabajan, andan inquietos en vacaciones porque han perdido su mundo de relaciones, esto antes no era así, es una patología social de ahora", afirma.

Las manifestaciones externas son evidentes. Son aquellos que andan continuamente enganchados al teléfono móvil, los que no consiguen quitarse el reloj y se aburren nerviosamente.

En el libro Estrés laboral y salud (Editorial Biblioteca Nueva), Aquilino Polaino-Lorente, profesor de Psicología de la Universidad Complutense, establece algunos signos de riesgo, citando a Bradley, un psiquiatra de Chicago: "Llevarse trabajo a casa al salir de la oficina; no olvidarse de las preocupaciones laborales al entrar en casa; experimentar cansancio e irritabilidad si no se trabaja durante los fines de semana; experimentar que el tiempo pasa muy rápidamente cuando trabaja; ser competitivo en cualquier actividad, incluso cuando practica deportes en familia; y ser impaciente y mirar con mucha frecuencia el reloj".

En realidad, los psiquiatras sitúan esta patología dentro de las propias de las personalidades obsesivo-compulsivas.

El sujeto acaba encontrándose mejor en el trabajo que en cualquier otro lugar. En el fondo, todo parece responder a un problema de autorrealización que ya comienza desde la más tierna infancia, cuando el renacuajo escucha esa chirriante pregunta: "Y tú, monín, ¿qué quieres ser de mayor?". Como si el pequeño, en sí mismo (sin trabajo), no fuese absolutamente nada.

"En la actualidad hay muchas personas para las que el trabajo no es ya un simple medio de ganarse la vida", apunta Polaino-Lorente. "Hoy, el concepto de trabajo aparece vinculado a otros propósitos como un medio de expresión personal, el afán de logro (dinero, posición social, etc.), prestigio (popularidad), poder, éxito, a motivos en función de los cuales se evalúa la autorrealización personal".

Son adictos al trabajo quienes no logran desenchufar del todo. Las manifestaciones externas son evidentes. Son aquellos que andan enganchados continuamente al teléfono móvil, los que no consiguen quitarse el reloj y se aburren nerviosamente.

Algunos investigadores en la materia han encontrado manifestaciones positivas al workaholism. Por ejemplo: satisfacción con el estilo de vida elegido, hipermotivación laboral y un aumento considerable de la competitividad.

La cuestión a discernir es saber a quién benefician estas virtudes. Para el empresario, el adicto al trabajo puede ser, si la cosa no es auténticamente enfermiza, el empleado modelo: trabaja más que nadie, ofrece un verdadero ejemplo de lo que es esforzarse por la empresa a los compañeros de la oficina y, encima, se siente confortable en su terreno de dominio.

Esta anomalía suele darse más en los jóvenes trabajadores que entre los mayores. La adicción al trabajo tiene, según indican los especialistas, algunos efectos diferenciales en las mujeres: aumento de poder dentro del matrimonio, incremento del sentido de la propia competencia, renuncia a tener hijos..."Para ellos el trabajo es un droga, no genera placer pero sí crea adicción", comenta González Duro. "Suele ser gente muy quisquillosa, muy reglamentista, aburrida".

Aquilino Polaino-Lorente califica la adicción al trabajo como "un comportamiento neurótico más". En vez de realizar al individuo, el workaholism conduce a la frustración. "Deshace" al sujeto, según Polaino-Lorente.

Y claro está, las consecuencias físicas no tardan mucho en aparecer. No desenchufar del todo acarrea un buen surtido de dolencias. El doctor Anthony Clare, del Instituto de Psicología de Londres, ha comprobado que los adictos al trabajo son propensos a la hipertensión, enfermedades coronarias, úlceras pépticas y jaquecas."Son tipos concienzudos y perfeccionistas, trabajan 17 horas al día y les parece normal, yo les llamo los pequeños napoleones", dice el doctor Adolfo Calle, presidente de la Asociación Valenciana de Psiquiatría.

Lo cierto es que el workaholism es una adicción relativamente moderna. Tanto como Internet, las drogas de diseño, la televisión digital o la comida rápida... ¿Será el trabajo del próximo siglo (dios capitalismo mediante) ese caballo duro al que van a enganchar al pueblo? Pablo Lafargue, en un delicioso escrito titulado El derecho a la pereza, insinuaba que el gran error del movimiento obrero había sido reivindicar trabajo. Aconseja Lafargue cambiar las tornas y apuntar las proclamas hacia una pereza de justicia social.


Reportaje

¿Es usted adicto al trabajo?




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