El ecoterrorismo

 El ecoterrorismo

Un grupo de manifestantes protesta ante el complejo de Hillgrove Farm (Oxfordshire) por la experimentación con gatos.

"COCER LANGOSTAS ES UN ASESINATO". A más de uno le parecerá una frase grotesca, pero es uno de los lemas del Frente de Liberación Animal (ALF), el movimiento terrorista que más éxito ha tenido en la Historia de Gran Bretaña y que ha infligido un enorme daño a extensos sectores de la industria. De hecho, ha logrado acabar el comercio peletero al por menor, ha bombardeado y amenazado a la comunidad científica, destruido el negocio de exportación de animales vivos y quemado varios mataderos. En las universidades ya no se realizan experimentos con animales -salvo las que tengan fines médicos- por miedo a los ataques. El circo está desapareciendo por las protestas. Un terrorismo que se expande. En Italia otro ALF ha envenenado con raticida algunas partidas de panettone, un dulce de la marca Nestlé, por usar soja transgénica en algunos productos.

Pero donde mayor virulencia ha descargado el ecoterrorismo ha sido en Gran Bretaña. Es una guerra salpicada de cartas-bomba, cócteles molotov, asaltos y huelgas de hambre. Barry Horne, un activista de los derechos de los animales de 46 años, condenado a 18 años de prisión por causar incendios, ha estado nueve semanas en huelga de hambre como protesta a la negativa del Ministerio del Interior a reconsiderar la experimentación animal.

Desde que se fundara en 1976, el AFL ha llevado a cabo miles de acciones con el objetivo de acabar con el "sufrimiento de los animales". Su meta es aterrorizar a todo el que se oponga y, en caso de no conseguirlo, destruir sus propiedades y su medio de vida.

La amplitud de este movimiento y sus objetivos, desde las langostas a los laboratorios, borran las pistas sobre su propósito y su ideología. En lugar de llevar a cabo una lucha clara y precisa, el ALF realiza acciones sin conexión aparente, y tiene declaradas varias guerras al mismo tiempo, las llamadas Vegan Wars. Cualquiera puede unirse. Basta con coger una palanca o una bomba de gasolina y estrellarla contra los torturadores de animales. No hay jerarquía. El nombre de Frente de Liberación Animal es una bandera de conveniencia para hacer actos violentos individuales. A veces, los activistas eligen otros nombres (Milicia de los Derechos de los Animales, Departamento de Justicia, ALF Provisional) inventados por aquéllos que están decididos a matar o aterrorizar a sus enemigos.

En Gran Bretaña, hay más de 3.000 asociaciones que defienden estos derechos. La línea que separa al ALF del resto de las organizaciones supuesta- mente pacíficas es bastante turbia; un policía, amante de los perros, puede ser un incendiario el fin de semana. La violencia se filtra incluso en campañas legítimas, aparentemente, de las organizaciones respetuosas de la ley.

En los años ochenta, el Grupo Legal de Presión Anticomercio de Pieles (Lynx) lanzó un anuncio de abrigos de piel manchados de sangre, lo que provocó un movimiento masivo contra el uso de estos productos. El mensaje fue apoyado por el ALF con una campaña de bombas incendiarias contra la cadena de almacenes británica Debenhams. Se produjeron decenas de ataques, y en 1987 incendiaron los almacenes Luton, provocando pérdidas que sobrepasaron los 2.000 millones de pesetas. Poco después, Debenhams cerró sus departamentos de peletería, ya que se calculó que las amenazas de incendios reales superaban los beneficios obtenidos. Hoy, si alguien quiere comprarlos tiene que ir a Londres, donde unas pocas tiendas especializadas todavía resisten, pese a ser el blanco de los ataques del ALF.

"La acción directa es más efectiva contra objetivos que ya están debilitados. Por eso es buena", afirma Ronnie Lee, 47 años, fundador del ALF, que ha sido acusado de participar en la campaña de ataques incendiarios y sentenciado a 10 años de cárcel. "El comercio de pieles ya estaba sitiado. La gente dio el siguiente paso, que fue actuar de forma directa, lo que les puso al borde del precipicio. Fue algo muy efectivo, y además se utilizó la táctica de las bombas incendiarias, algo contra lo que no se puede luchar". En otras palabras, el ALF tiene todas las características de un movimiento revolucionario clandestino: pisos francos, cuentas bancarias secretas, un líder dedicado a la causa, miles de simpatizantes, una ideología, listas secretas en Internet, acciones guerrilleras, huelgas de hambre e incluso un departamento propio de prisioneros de guerra, los Vegan Prisoners Support Group.

Posiblemente el mayor logro sea el grado de tolerancia que persiste en la sociedad británica en torno a sus actividades. En los últimos 20 años ningún otro movimiento revolucionario violento ha tenido una aceptación tan extendida tanto en la clase media como en la trabajadora. El eslogan "La carne es un asesinato" es un lugar común. Esta permisividad es aún más sorprendente si se tiene en cuenta que los objetivos a largo plazo del ALF son la desindustrialización de la sociedad y la eliminación de gran parte de la raza humana.

GRANJA DE GATOS

En la actualidad, el objetivo prioritario de la batalla es Christopher Brown y su granja de gatos. Hillgrove Farm (muy cerca de Witney, en Oxfordshire) es la única proveedora de gatos para experimentación científica en Gran Bretaña, animales utilizados para desarrollar vacunas para felinos y estudios neurológicos. En estos experimentos, se deja al descubierto la corteza óptica y se inyecta un tinte en el cerebro. Después se estimula con luz la corteza óptica. Cuando acaba el experimento, se mata al animal y se rebana su cerebro para analizarlo; el tinte señala las conexiones nerviosas. El propósito es la investigación de enfermedades como el Alzheimer.

"Es terrible ver cómo se experimenta con un gato, aunque esté muerto. Pero tampoco resulta agradable ver cómo se somete a una persona a una operación neurológica", afirma un científico familiarizado con estos experimentos.

Desde que se produjo la primera ola de ataques contra los establecimientos de investigación -a mediados de los setenta-, los laboratorios se han vuelto más seguros. Es muy posible que ahora un ataque del AFL al Departamento de Fisiología de la Universidad de Oxford -objetivo frecuente en el pasado- acabe en fracaso, teniendo en cuenta la respuesta inmediata de la Policía y el arresto de los activistas. Las grandes instituciones tampoco se dejan amedrentar por los ataques y están bien protegidas. Pero los que suministran animales a los laboratorios suelen ser pequeñas empresas que carecen de esa capacidad para protegerse. Las protestas han atraído a una masa de estudiantes descontentos, anarquistas, profesionales de clase media, jóvenes marginales, amantes de los perros y abuelas histéricas, algunas incluso en silla de ruedas. La mayoría de los activistas son mujeres. La componente emocional que subyace a todas estas campañas otorga cierto peligro a las manifestaciones. "Es muy difícil resistir, te ves empujado por la masa", afirma Sally, una activista de 28 años que ha pasado dos años en prisión por atacar un matadero con bombas incendiarias. "Terminé golpeando a un policía. Después, no me sentí muy satisfecha, no me gusta perder el control, pero no tuve más remedio".

Greig Avery -uno de los directores de la campaña, que pasó casi todo 1995 en prisión a la espera de juicio y que, al final, fue declarado inocente- no es partidario de las manifestaciones pacíficas: "Lo que le decimos a la gente es que sus acciones funcionan. Ve los resultados por sí misma y no lo deja en manos del Ministerio del Interior".

Los manifestantes rechazan los experimentos con animales "porque no sirven para nada", opinión no compartida por la mayoría de los científicos y médicos ni por Brown, el dueño de Hillgrove, que ha vivido sitiado desde que empezó la guerra contra su negocio. "Es imposible razonar con ellos. No importa lo que hagamos, ni los beneficios que se obtienen gracias a este trabajo. No les interesa la verdad. Es acoso en estado puro, la ley de la horda".

La campaña contra Hillgrove es el campo de pruebas de una nueva estrategia de confrontación violenta por parte de los activistas de los derechos de los animales. En las manifestaciones se escuchan a menudo gritos como: "Hay que matar al granjero Brown". "No sentiría ninguna piedad por él si algo le ocurriera", afirma Ronnie Lee, cofundador del ALF.

SENTENCIAS

La batalla contra Brown empezó en agosto de 1997. En abril de 1998, una ola de manifestantes destruyó las ventanas de su casa. Se distribuyeron panfletos acusándole de pedófilo. Mientras, se han producido más de 200 arrestos, y se han dictado más de cinco sentencias de un año de prisión. El 11 de junio Brown y dos de sus empleados recibieron cartas- bomba similares a la enviada al profesor Colin Blakemore, de la Universidad de Oxford, por experimentar con gatos. Eran bombas artesanales y se parecían más a una pequeña explosión de fuegos artificiales. Eran amenazas, más que intentos de asesinato o de mutilación, pero fueron el principio de una escalada de acciones.

En julio, Jack Straw, ministro de Interior, decidió crear una zona de exclusión en torno a Witney para impedir que los manifestantes se acercaran a la granja. La Policía bloqueó las carreteras, impidiendo el acceso a los manifestantes. Éstos se agruparon en Oxford, a 16 kilómetros, y detuvieron el tráfico de la autopista bloqueando calles y plazas. Utilizaron esta misma táctica en septiembre y octubre, y consiguieron cerrar el acceso al centro de Oxford. Los intentos de negociación fueron infructuosos. La Policía había gastado 300 millones de pesetas en proteger un negocio relativamente insignificante y éste sigue siendo objetivo de los activistas. Según Avery, "cuando Hillgrove se hunda, habremos dado una lección a la industria de la vivisección y al mundo entero". Según Dan Clacher, superintendente de policía, la protección de Hillgrove no cesará. "La libertad no tiene precio. Hay que controlar estas manifestaciones".

Así que la batalla de Hillgrove sigue en punto muerto; éste es tan sólo un capítulo más de la larga andadura de las Vegan Wars. Pero reflejan la naturaleza de la guerra que se está librando por la defensa de los derechos de los animales. Los ejemplos morales que invocan están basados en el movimiento antiesclavista o en los campos nazis de exterminio. En un mundo repleto de asesinos habituales, (todos los que comen carne) ellos son los salvadores.

EL "VEGANISMO"

En el fondo, el AFL no es una filosofía sino una dieta común, el veganismo, que prohíbe el consumo de productos animales (carne, leche o huevos y lana o cuero como vestimenta). Para llegar a ser alguien en el AFL, hay que renunciar a abusar de los animales, es decir, comerlos, algo que suele hacer la mayoría de la Humanidad: no se puede luchar contra el sufrimiento de los animales y ser uno mismo el que lo provoca.

Una de las pruebas de la ferocidad ideológica es que no basta con ser un simple vegetariano. Según John Curtain, activista de los derechos de los animales, un sorbo de leche es un asesinato: "Cada vez que tocas un vaso de leche con los labios, te manchas de sangre".

En cierto sentido, el veganismo es una religión fundamentalista. Cada comida, cada bebida es una afirmación de identidad política. En última instancia, el veganismo dicta cómo vestir, qué comer, con quién comes o con quién te acuestas. Los restaurantes vegan son escasos. Aunque tenga un trabajo, un vegan se pasa muchísimo tiempo metido en casa cocinando. "Las mujeres vegan suelen hablar de convertir a sus compañeros sexuales al veganismo. Es un componente casi religioso", afirma una fuente de la policía.

A pesar de que no existe jerarquía formal, los líderes del ALF son muy pocos, unos 20. La organización interna se basa en el trabajo de unos 300 o 400 activistas (preparados para llevar a cabo acciones ilegales, ya sean ataques a un laboratorio o a la carnicería de la esquina), el grupo de poyo (aquéllos que están dispuestos a rescatar a un perro), los que compran las publicaciones y los que van a las manifestaciones (unos 3.000).

La mayoría de los activistas empezó su carrera en la mesa de sus casas, cuando, siendo adolescentes, se negaban a comer carne. Antes de ser vegan fueron vegetarianos. Como Ronnie Lee (48 años y fundador del AFL). Tenía 19 años cuando su hermana trajo al domicilio familiar a su novio vegetariano, que no comía animales. "Empecé a pensar en ello porque no me gustaba que mataran a los animales. Me sacaba de quicio esa terrible crueldad. Decidí que tenía que hacer algo. Si piensas en lo que los nazis hicieron a los judíos, te das cuenta de que no los consideraban personas, lo que les permitía cometer toda clase de atrocidades. Igual ocurre con los animales. Estoy convencido de que hay una semejanza entre estos dos hechos".

INCENDIARIO

A los 21 años, Lee trabajaba en un bufete de abogados y era vegan. Saboteaba a los cazadores, una de las primeras acciones que hacen los activistas novatos. En 1972, fundó el Band of Mercy, un grupo que atacaba los vehículos de los cazadores. Pronto pasó de pinchar ruedas a fabricar bombas incendiarias.

El primer asalto de Lee (en 1973) fue a un centro de investigación de Hoetchst Pharmaceutical, que causó más de seis millones de pesetas en daños. "Incendiamos el edificio para impedir que se torturara y asesinara a nuestros hermanos y hermanas del reino animal por medio de odiosos experimentos. Somos una organizaciónguerrillera no violenta dedicada a liberar a los animales de todas las formas de crueldad y persecución que lleva a cabo la Humanidad", escribió Lee en su primer comunicado.

Veintiséis años después, y habiendo causado daños que superan los 1.000 millones de pesetas, la lógica e incluso el lenguaje que justifica las acciones del ALF siguen siendo los mismos. Por ahora no se ha asesinado a ningún torturador de animales, pero esto puede ocurrir en cualquier momento.

Lee predica que "la verdadera liberación animal conlleva enormes cambios en la sociedad. Tendrá que producirse un proceso de desindustrialización. El problema es tanto la industrialización como la población humana. La combinación de estos dos factores es la causa de la opresión de los animales. Hay que reducir drásticamente la población de seres humanos", aunque en este caso aboga por el control de la natalidad.

LADRIDOS UN POCO MOLESTOS
Alrededor de 580.000 perros y gatos mueren al año en España; pero sólo el 38%, fallecen de forma natural, según datos de Los Verdes. Sin embargo, esta cifra no contempla el número de cachorros de camadas no deseadas.

Unas 50.000 mascotas son sacrificadas cada año en España en clínicas veterinarias. Enfermedades irreversibles, falta de tiempo o un cambio en el estilo de vida del dueño suelen ser los motivos para recurrir a la inyección letal.

Lo último: cortar las cuerdas vocales para que los perros no molesten con sus ladridos. Común en Gran Bretaña y en Estados Unidos, en España está empezando a practicarse.

Y lo de siempre: la esterilización, que sigue practicándose; la extirpación de las uñas en el caso de los gatos y limadura de colmillos tanto en perros como en felinos.





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