Los hombres de mi agenda


Los hombres de mi agenda


LOS ÍDOLOS, PARA LLEGAR A SERLO, tienen que exhibir una aureola mágica e inquietante. No todo el mundo lo consigue. Algunos hombres y mujeres, en su empeño por alcanzar esa categoría, hacen tantas bobadas que pierden el sentido más elemental de la dignidad y se pegan unas costaladas espantosas. Otros, por el contrario, llevan el "glamour" pegado a la piel y hagan lo que hagan todo el mundo queda presa de su magnetismo. Dice un amigo mío que ahora los ídolos se difuminan enseguida porque salen en las revistas del colorín enseñando la cocina y los sanitarios del cuarto de baño. Supongo que algo de razón no le falta a mi amigo. Idolatría significa inaccesibilidad, lejanía, latido y sueño. Los ídolos no pueden comer huevos fritos ni hacer pipí, porque eso les reduce a la condición de cualquier mortal como tú o como yo. Rectifico: como yo. Tú eres otra cosa, Alejandrito. Tú estás casi en la onda de los ídolos. Pero sigamos con el discurso, que no quiero distraerme ahora que estoy embalada. Hoy, los medios de comunicación nos acercan tanto a nuestros ídolos que terminan por desinflarlos. Hollywood, por ejemplo, ya no es lo que era, y de Greta Garbo -inquietante, turbadora y lejanísima- se ha pasado a Melanie Griffith, que tiene una suegra malagueña y veranea en una casa por donde hace nada paseaba en bragas Isabel Pantoja. Así no hay ídolo que resista.

Querido Sánchez (no te mosquees por revelar tu verdadero apellido, al fin y al cabo entre Sanz y Sánchez no hay tanta diferencia): durante bastantes días, el episodio de tu presunta boda en Bali ha traído al país de cabeza. Tampoco hay para tanto, creo yo. Una boda en Bali es como una ordenación sacerdotal en Pigalle. O sea, nada, cero al cociente. No me explico por qué se ha montado tanto número, tanta especulación y tanta gaita. Reconozco que siempre has gustado de proteger tu vida privada, y eso contribuye a engordar el misterio, pero yo sigo sin encontrarle la gracia al tema. Si te casas y te embarcas como cualquier Sanz o Sánchez de los que pueblan el suelo patrio, es tu problema. Que te vaya bonito, como dirían los paisanos de tu supuesta esposa. En ese caso permaneceremos atentos a la pantalla, pendientes del Predictor y de la curva que dibuje tu chica bajo sus fluctuantes modelitos. Para una historia tan vulgar (desengáñate: todas las historias de amor son vulgares) no hacía falta montar un carnaval en Bali.

Si, por el contrario, todo es un invento con objeto de disimular un romance tuyo -también supuesto- con un lustroso empresario de moda, entonces no me queda más remedio que recurrir al tópico y decirte que eres más corto que el día de Navidad. Y luego compadecerte largamente. Porque si vosotros, galanes de moda y aventureros del sexo, seguís empeñados en mantener el armario sellado con silicona, mal asunto. Así nunca podréis revestiros de autoridad y reclamar esa deuda que la sociedad tiene pendiente desde hace siglos. Yo siempre había creído que tu armario estaba cerrado por puro celo personal, pero nunca imaginé que fueras capaz de prestarte a un montaje espantoso para mantener vivo el negocio de tu imagen.

Alejandro, amore: haz con tu sexualidad lo que te dé la gana, pero no te burles de esa buena gente que está dispuesta a creérselo todo con tal de ganar el jubileo hacia ti. Y conste que yo no te hablo con el corazón partío, chico. A mí, sinceramente, como si te la machacas.

ALEJANDRO SANZ

ÍDOLO, los ídolos no pueden comer huevos fritos ni hacer pipí, porque eso les reduce a la condición de cualquier mortal.

BODA, tampoco hay para tanto, creo yo. Una boda en Bali es como una ordenación sacerdotal en Pigalle.



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