Sharon Stone

Sharon Stone

UN PERIODISTA LE PREGUNTÓ UNA VEZ A Sharon Stone a qué organización o asociación donaría su nombre para poder ser utilizado en actos públicos o ubicado en un enorme neón de color fucsia sobre la azotea de un alto rascacielos. Conocida por su humor auto-depredador, gusto por provocar y altísimo índice de inteligencia, la respuesta de la actriz se convirtió en algo más que una irónica autodefinición: "Sin duda, se lo cedería gustosamente a la Escuela Sharon Stone de Comportamiento Insolente, Provocación Sexual y Absoluto Desinterés por cualquier Conducta Aceptable o Apropiada".

Sharon Stone (en posesión de iniciales dobles tan míticas como las "bes" y "emes" gemelas de la Bardot y Monroe, dos símbolos sexuales anteriores pero de idéntico voltaje erótico al de ella) lleva una década aupada al podio de bomba sexual, estrella deslumbrante y divinidad dorada de Hollywood. Bella, rica, rubia y adorada, se ha erigido en una de las máximas deidades modernas.

Aunque un algo extra la diferencia de todas las demás: actitud, cerebro y feminismo. Un cóctel explosivo -adornado por un verdadero sentido del glamour y de la hiperfeminidad, así como la utilización efectiva y consciente de su aura sexual- que le han valido las más envenenadas (y también, paradójicamente, sublimadoras) etiquetas en estos pudibundos tiempos, las que la proclaman como la máxima sirena, hechichera y tentadora de la pantalla. Una digna heredera del gancho sexual y procacidad verbal de la Mae West que proclamó aquello de que cuando era buena, era muy buena. Pero que cuando era mala, era mucho mejor.

"FEMME FATALE"

Con su aspecto de gélida reina de la belleza encubridora de un volcán o una gran pasión (una especie de Grace Kelly ardiente a punto de erupción), un cuerpo para el pecado y una mente para los negocios, un coraje sensual inimitable, una voz tentadoramente grave y esa impagable sabiduría que sólo prestan la edad y la experiencia, la Stone ha sabido, de manera muy inteligente, erigir de forma perdurable -una década ya de reinado- una versión muy fin de milenio de la letal femme fatale del Hollywood clásico.

Y se ha convertido en un icono postfeminista que resume el espíritu de los tiempos de este fin de siglo y comienzo de nuevo milenio. Y lo ha hecho manteniendo una identidad única durante la década en que otro insolente mito (Madonna) ha agotado hasta la náusea y la extinción la fórmula de la reinvención de sí mismo, quemándose en el proceso.

Ignorada por Hollywood tras una década de papeles de rubia sexy, damita-objeto y aspecto lindando con lo hortera en 16 películas (desde Sangre y arena a Loca academia de policía 4, un período que ella denomina irónicamente "mi etapa Barbie"), su desnudo en Playboy en el año 90 consiguió llamar la suficiente atención para atraerse el papel de Catherine Tramell de Instinto Básico (1992). Había que tener bastante cara dura y, también, valor para interpretar el rol de la escritora/asesina bisexual de la película de Paul Verhoeven, definida por ella como "una dominatrix vestida de cachemir". Todas las actrices respetables de primera fila (Demi Moore, Michelle Pfeiffer, Geena Davis) lo rechazaron argumentando que sólo una buscona de la ralea de Heidi Fleiss aceptaría interpretar un personaje que confesaba "poseer mente, vagina y actitud: una combinación mortal" (sin duda, la mejor frase de la película). Sin nada que perder, aceptando mostrar sus años y miedos, trabajando duro para eliminar su celulitis y adentrándose en un muy conveniente romance con el director, Stone supo tomar en marcha el tren del escándalo y la fama.

PRIMERA PELÍCULA

Irónicamente, a bordo de un tren en marcha se había producido su primera presencia en la pantalla grande. Desde la ventanilla de un vagón, revestida de seda a lo años 30, adornada de un boa de plumas de marabú y con un aspecto inolvidablemente sofisticado (encarnaba una fantasía erótica del protagonista descrita en los créditos como "la chica del tren"), lanzaba un furtivo beso en Stardust Memories (1980) al hombre que la descubrió, ese pelirrojo judío bajito con gafas, especialista en mujeres bellas, conocido como Woody Allen.

ÚNICA

Stone ha protagonizado, frecuentemente, películas olvidables. Algunas de ellas (Acosada, Entre dos mujeres, Las Diabólicas, Rápida y mortal, Esfera) concebidas únicamente para su lucimiento. Sin embargo, su aura y magnetismo se mantienen intactos. ¿La razón? Su presencia. Desafiante, única, inimitable y erigida a partir de su propio brillo. Y que recuerda a la de otras leyendas de la pantalla como Greer Garson, Alexis Smith, Tippi Hedren o la joven Catherine Deneuve, que, como ahora ella, convertían cualquier película con ellas dentro en celuloide con un brillo clásico.

Es lo que ocurre con Gloria, de Sidney Lumet, un remake del original de 1980 de John Casavettes, que no logra estar enteramente a la altura de la estrella y de sus puntiagudos tacones. Stone, que ha heredado el rol titular de otro mito viviente, Gena Rowlands, ha descrito a Gloria como una mujer que "lo tiene todo grande: su boca, su pelo, su actitud, sus curvas, sus zapatos, sus líos y sus planes".

El propio Lumet aumenta la descripción: "Es una mujer fuerte, independiente, seductora, educada según las reglas de la calle, de azarosa vida sentimental y capaz de enfrentarse a la mafia". Una definición aplicable a la actriz, quien -en vez de a los gánsteres- se ha enfrentado y vencido al universo masculino de Hollywood con un arma: utilizar el lenguaje de los hombres. Y, como dice ella: "Haber pasado gran parte de mi vida en la carretera".

No todo ha sido fácil para esta pueblerina nacida en el seno de una familia obrera de Meadville, Pennsylvania. La hija de Joe y Dorothy Stone, condenada socialmente a convertirse en pura "basura blanca", fue redimida pronto, a los 17 años, por el típico concurso provinciano de belleza, que la arrojó a los inevitables años como modelo de la agencia Ford y a los ritos de pasaje que toda aspirante a starlette debe conocer.

ESCÁNDALOS

Los años de turbulenta vida sentimental (con la consiguiente fama de amante compulsiva, interesada e insaciable), películas banales (su encuentro con Sylvester Stallone en El especialista fue considerado tan desastroso como "el Hindenburg estrellándose contra el Titanic"), escándalos varios (rompiendo el matrimonio del productor Bill McDonald, siendo acusada de apropiación indebida por la firma de diamantes Harry Winston) y su reputación de témpano emocional carente de la más mínima emocionalidad, han pasado a la historia. En la cumbre de su belleza y talento, Sharon Stone tiene hoy un marido (el segundo) muy poderoso, el editor periodístico Phil Bronstein; una estrella en el Bulevar de la Fama; una nominación al Oscar (por su prostituta yonqui Ginger Mckenna de Casino, de Scorsese); una película de dibujos animados con gran éxito de público (Hormigaz, en la que, como la princesa Bala, seduce a su descubridor, Woody Allen, al ritmo de Guantanamera"); una productora propia (Chaos); una nueva película a punto de estrenar (The Muse), otra, por rodar (el remake de Me casé con una bruja); una relación de musa con el modisto Valentino como la que Audrey Hepburn mantuvo en su día con Givenchy y una incipiente carrera literaria, que la revelará próximamente como una excelente narradora de relatos breves.

A punto de cumplir 41 años (el próximo miércoles), una década después de que Arnold Schwarzenegger le metiera una bala en el entrecejo en Desafío total ("considéralo un divorcio", le decía a su bello cadáver), cobra sentido la premonitoria confesión de una mujer en posesión de un cociente intelectual de 154: "Soy una superviviente, en absoluto una víctima. He vivido experiencias infernales, pero elegí que me hicieran fuerte en vez de destruirme". Con un estatus de icono y el glamour heredado de los fantasmas de las grandes estrellas del pasado, el mito de Sharon Stone se adentra ya con fuerza en el III Milenio para perpetuarse.


Reportaje

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