Celestinas"

Celestinas

"Madame" Claude. Se presentaba como directora de agencia "de maniquíes" o "de trabajo temporal".


Siguen proporcionando y encubriendo amores. Sólo que los mendrugos de pan y las sucias fondas de La Celestina se han convertido hoy en tarjetas de crédito y hoteles de lujo.

EL VIEJO OFICIO DE LA ALCAHUETERÍA no ha cambiado con los años. La celestina actual concierta y encubre amores igual que en tiempos de Fernando de Rojas. Esta labor de tercería, infame en el pasado y hoy casi una actividad comercial más, ha hecho famosa a gente tan dispar como madame Claude, el actor Peter Lawford, la aristocrática madame Mayflower, el gánster Lucky Luciano, la locuaz Heidi Fleiss (la madame de Hollywood) y su maestra madame Alex, grandes celestinas del siglo XX. La mayor diferencia con su ilustre antecesora la marcan el teléfono, los medios de transporte más veloces y las tarjetas de crédito. Sobre esos tres puntales han construido su carrera las madames más famosas de los últimos años. Todas llegaron al negocio al hacerse por azar con su primera cartera de clientes. Fernande Graudet, por ejemplo, era una francesita de provincias hasta que le compró la agenda a una amiga que lo dejaba para casarse. Superada la duda inicial, le tentó el desafió de darle un toque de clase a una profesión que ejerció más de 15 años como madame Claude.

"Odio las palabras cliente y prostituta", precisaba. "Mi red y la prostitución corriente tienen tanto en común como una mercería y la casa de Yves Saint Laurent". Se presentaba como "directora de agencia de maniquíes" o de "agencia de trabajo temporal". "Mis chicas", razonaba, "no hacían nada que no les apeteciera. Su trabajo era similar al de una actriz o una top model. Tenían que acompañar a alguien y representar un papel". Su teléfono sólo existía para privilegiados que podían pagar tarifas entre un cuarto y medio millón de pesetas por servicio. Entre ellos, el presidente Kennedy, el rey Faruk de Egipto y el líder vietnamita Ho Chi Minh.

Madame Alex, alias de la inmigrante filipina Elizabeth Adams, tenía una floristería en Los Ángeles cuando una clienta le ofreció en 1971 venderle su negocio. Empezó con 25 clientes y cinco chicas, y acabó controlando durante 20 años la prostitución de lujo en la meca del cine. "En los días de gloria en Hollywood, en los años treinta y cuarenta", explicaba madame Alex, "hubo burdeles gloriosos donde las chicas eran dobles de Rita Hayworth, Greta Garbo y Jean Harlow; con criados negros con frac que servían champaña mientras una orquesta tocaba y los caballeros bailaban con sus sucedáneos de estrellas".

AUTÉNTICAS DAMAS

No hay madame que no presuma de saber moldear a sus chicas hasta convertirlas en verdaderas damas. Capaces de satisfacer las fantasías sexuales de un cliente pero también de acompañarlo a cenar y a la ópera sin desentonar. madame Alex las llamaba "mis criaturas" y madame Claude les obligaba a hacerse la cirugía estética, a leer clásicos del erotismo y la literatura, a practicar deportes y a aprender idiomas.

Sydney Biddle Barrows, madame Mayflower, se diferenciaba de sus colegas en que ella sí era una señorita y descendía de los peregrinos llegados en el siglo XVII a Estados Unidos desde Inglaterra en el barco Mayflower, de ahí su apodo. Se inició como telefonista en una agencia de acompañantes y fue, al principio de los ochenta, la alcahueta más elegante de Nueva York, célebre porque sus chicas cobraban al final de la visita, práctica del todo insólita en el ramo.

Detalles aparte, todas fueron condenadas por proxenetas y a veces por fraude fiscal. Eso a pesar de respetar las reglas de oro del oficio: discreción absoluta y colaboración con la policía, o sea que pagaban sobornos y eran confidentes. Heidi Fleiss, la madame de Hollywood, que las incumplió e hizo gala de su profesión, amenazó a los clientes e ignoró a la policía, fue arrestada en 1993.

La paradoja es que la opinión pública cree que ella ha sido la gran madame de la meca del cine, cuando ese título le corresponde a madame Alex, que fue, en su momento, la más importante de Estados Unidos. De hecho, Fleiss, hija de un afamado médico de Los Ángeles, lo aprendió todo de ella y, aprovechando la detención de su mentora en 1988 y su posterior condena en 1991, le robó el negocio. Es innegable que los proxenetas más conocidos han sido mujeres, pero la profesión ha tentado también a los hombres. Éstos han tenido, no obstante, peor imagen. Como el libanés Nazih Al-Ladki, el madame Claude de Oriente Medio, que provocó la escandalosa detención parisina de Robert de Niro y apalabró la noche de amor de Brigitte Nielsen, negada por ella, con un árabe rico, a cambio de 150 millones de pesetas.

Madame Claude sostenía que no es preciso forzar a nadie a prostituirse: "Por el número considerable de voluntarias espontáneas y porque es mejor controlar ese terreno que dejarlo en manos del hampa". El ejemplo del gánster Charles Lucky Luciano le da la razón. El sanguinario mafioso, sucesor de Al Capone al frente del crimen organizado de Estados Unidos, controlaba una red de 200 burdeles en Nueva York, con un volumen de negocios anual de unos 1.800 millones de pesetas de la época. A él se debe la diabólica asociación de prostitución y drogas, en especial la heroína, ya que secuestraba a muchachas humildes y las hacía adictas por la fuerza, antes de obligarlas a trabajar para él. Las chicas trabajaban 12 horas diarias, seis días a la semana, bajo amenaza de privarles de su dosis y de sufrir tormentos como cortarles la lengua o marcarles la cara. El amo de los burdeles de Nueva York fue condenado a 35 años de cárcel por más de 70 delitos de proxenetismo y extorsión. Cumplió sólo nueve y en 1946 le deportaron a Italia.

Celestinas

Stephen Ward. Presentaba prostitutas a John Profumo, ministro de Guerra inglés en los cincuenta.

Muchos mandatarios han sido buenos clientes de los proxenetas. El caso más trágico fue el del ministro de la Guerra británico John Profumo, que dimitió de su cargo en 1961 al saberse que tenía un romance con Christine Keeler, una prostituta de la red montada por su amigo el doctor Stephen Ward, que se veía, a la vez, con un funcionario de la embajada soviética, con el consiguiente peligro de espionaje.

Una de las tercerías más imaginativas la llevó a cabo hacia 1925 el conde de Romanones, que le encargó en secreto al director Ramón Baños varias películas pornográficas, a 6.000 pesetas de la época por cada una. Las cintas (El ministro, El confesor o la bendición del cura y Consultorio de señoras) eran en realidad, según el cineasta, para Alfonso XIII, que conocía su trabajo clandestino por el Marqués de Sotelo y Miguel Primo de Rivera, que habían visto obras suyas en Casa Rosita, reputado burdel valenciano.

LA POLÍTICA Y EL CINE

Los insaciables sementales del clan Kennedy tuvieron su propio alcahuete con Peter Lawford, su hombre en Hollywood. El actor se casó con Patricia Kennedy en 1954, creyendo que eso frenaría su declive profesional. Sólo obtuvo, en cambio, el desprecio de sus cuñados John y Robert, futuros presidente y ministro de Justicia de Estados Unidos, que le asignaron el papel de proxeneta de lujo, junto a su amigo Frank Sinatra. Lawford, que era bisexual, ponía al día al presidente Kennedy en los chismes de la meca del cine, le presentaba actrices e incluso le cedía su casa para que sus citas con ellas fueran discretas. Marilyn Monroe fue el idilio más sonado de John (y de su hermano Robert). La explosiva Jayne Mansfield, Angie Dickinson y Gene Tierney también amaron a JFK. Shirley McLaine y Joan Fontaine le dijeron no.

El mundo del espectáculo y la moda, lleno de jóvenes de ambos sexos dispuestos a todo por triunfar, es buen caldo de cultivo para los proxenetas. En España sorprendió en 1982 el procesamiento del cantante Ramón Riva como supuesto propietario de un burdel madrileño -él lo negó- encubierto como agencia artística, por lo que la prensa le apodó el sultán de Capitán Haya. Mayor fue el escándalo provocado en 1993 por una supuesta red de trata de blancas que captaba en Sevilla modelos y reinas de belleza para trabajar en Filipinas. Un lío tremendo que acabó en nada después de que la prensa responsabilizó como su jefe al magnate hispano-filipino Manuel Manda Elizalde, al que el periodista Diego Carcedo calificó de "playboy anacrónico y deleznable". Adjetivos perfectos, ayer y hoy, para cualquier celestina.


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