Historia del milenio

Historia del milenio

El estrecho de Luis Váez de Torres

Tres expediciones y más de 40 años se emplearon en descubrir Terra Australis, el continente que todos intuían situado en las antípodas. Mendaña y Quirós nunca lo encontraron. Torres lo pisó sin saberlo y descubrió el estrecho que separa Australia de Nueva Guinea.

ENTRE LOS AÑOS 1565 Y 1605, la Corona española propició tres nuevas exploraciones por el Pacífico. La búsqueda de la ignota Terra Australis continuaba figurando en los objetivos de los gobernantes del Perú ya que, desde la antigüedad grecorromana, los geógrafos mantenían la existencia de un continente desconocido situado en el Austro. El de Álvaro de Mendaña fue el primero de esos viajes. Con el archipiélago que se encontró la expedición de Mendaña fue el de las islas Salomón, nombre que se les dio por creer que eran las míticas tierras donde se dirigían las naves del monarca hebreo a cargar sus naves de incalculables riquezas. Algunas de las islas exploradas todavía conservan el nombre español con que se las bautizó: Guadalcanal, San Cristóbal... La falta de oro y especias fue lo que propició el que Mendaña decidiera no establecerse en aquellos lugares y emprendiera viaje de regreso.

FRACASO. Tras pasar por las islas Marshall, llegaron a México y después al Perú, después de más de 15 meses de viaje. Como se calificó a aquella expedición de gran fracaso, el nuevo virrey no se mostró demasiado dispuesto a embarcarse en otra aventura. No fue hasta 27 años después cuando una nueva flotilla comandada por Mendaña salía del puerto del Callao para descubrir y colonizar nuevas tierras. A bordo, dos personajes importantes: la esposa de Mendaña, Isabel de Barreto, y el piloto mayor Pedro Fernández de Quirós, prestigioso marino portugués que estaba al servicio de España.

El historiador Leoncio Cabrero señala que la indisciplina de los marinos iba en aumento al no hallar el lugar prometido y Mendaña, como comandante de la expedición, se vio obligado a tomar severas medidas. Pero el 18 de octubre de 1595, Mendaña murió a consecuencia de una epidemia. Como hombre previsor que era, había dejado testamento. Al abrirlo, su esposa resultó la heredera de todos los cargos.

Las esperanzas de colonizar habían desaparecido del pensamiento de los expedicionarios porque las Salomón no aparecían por ningún lado y el único deseo era regresar cuanto antes a tierras peruanas. Isabel, viuda de Mendaña, tomó el mando de las naves y se mantuvo como responsable al piloto Fernández de Quirós. Las crónicas se muestran muy severas con su actitud ya que no se preocupó para nada ni de náutica ni de política. Tan sólo de su aseo personal, y prefería gastar la poca agua potable que quedaba para el consumo en lavar periódicamente sus vestidos y sus cabellos.

El tercero de estos viajes se inició en diciembre de 1605. Del puerto del Callao zarpó una nueva expedición compuesta por tres navíos y comandada, esta vez, por Pedro Fernández de Quirós. Como figura competente en asuntos náuticos figuraba un capitán español llamado Luis Váez de Torres. Quirós, mucho más preocupado en asuntos místicos que no terrenales, llevó a la expedición al fracaso más absoluto a pesar de que descubrió una gran isla en lo que hoy conocemos como archipiélago de las Nuevas Hébridas y a la que él bautizó, pomposamente, como Australia del Espíritu Santo, término que creó uniendo los nombres de Tierra Austral -donde él creía al fin haber llegado- y el de la Casa de Austria, reinante en España. Tras múltiples desdichas en forma de ataques indígenas, enfermedades y tormentas en las que perdió de vista dos de sus navíos, Quirós, deseoso de contar su hallazgo de lo que creía la Tierra Austral, puso vela a las costas americanas.

A ESCASAS MILLAS. Las dos naves perdidas por Quirós estaban dirigidas por Luis Váez de Torres. Este marino esperó algún tiempo el regreso de su jefe pero, al ver que no volvía, decidió tomar la iniciativa. Torres recorre minuciosamente toda la costa de la isla del Espíritu Santo percatándose de su insularidad y de lo equivocado del nombre dado por Quirós al territorio, ya que no se trataba del ansiado continente. Pronto pone rumbo al Suroeste pero los vientos le juegan una mala pasada y le desvían hacia lo que hoy conocemos como Nueva Guinea. Torres continúa empeñado en hallar la Terra Australis y, al encontrarse en la parte norte de Nueva Guinea, la única que se había explorado hasta entonces, decide arriesgarse por un mar bravío y navegar por la desconocida costa sur. Nunca supo ver que a su izquierda, a escasas millas, se hallaba un enorme continente sumamente buscado por él y ansiado por todos los navegantes: Australia.

Una vez acabada la exploración costera del sur de Nueva Guinea, completamente exhausto, Torres emprende rumbo a las Filipinas. Allí, en el año 1607, escribe un relato pormenorizado de su hazaña al rey Felipe III. Tras la apasionante lectura de su correspondencia se puede comprobar que Torres se acercó a 190 millas de las costas actuales y occidentales de Queensland, que contempló el continente australiano durante dos o tres días en las proximidades del cabo York, que ancló en una serie de islas en el estrecho (Dungeness, Turtle Backed, Long), todas ellas pertenecientes actualmente a Australia aunque él no supiera del territorio que realmente se trataba. Nadie hizo ningún caso a Torres en Filipinas mientras Quirós se encontraba, exultante, en la corte madrileña tratando de explicar que, al igual que Colón con América, él había descubierto un nuevo continente: la Tierra Austral.

De Luis Váez de Torres, aquel marino que nunca supo lo que había descubierto y al que la Historia reconoció su gesta bautizando el estrecho que separa Australia de Nueva Guinea con su apellido después de que más de 100 años más tarde lo redescubriera el capitán Cook, tan sólo queda un altorrelieve de bronce en la entrada principal de la Mitchell Library de Sydney. Y un busto que figura en el Parlamento del Estado Federal de Queensland, en Brisbane. Regalo, eso sí, del Estado español.

E.S.P.

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