MEJILLAS MARCADAS CON TRES líneas rojas, plumas en la cabeza y machete en mano. Así perciben muchos padres a sus criaturas a medida que transcurre el verano. Cuando los profesores les dan el último adiós, los progenitores retiemblan. Con tal sensación de amenaza, las vacaciones comienzan renqueantes. Los niños de hoy acumulan tal cantidad de actividades escolares que, unido a la extensa jornada laboral paterna, mantienen una distante relación con sus adultos. Sin embargo, los pequeños están deseando jugar, charlar y compartir esos días con sus papás virtuales. Sobre todo para darse cuenta de que ese abismo que existe entre ellos era fruto de su imaginación. Pero cuando tras los campamentos, cursillos, estancias en el pueblo o en el extranjero, la familia se recompone y se mira a las caras, a la mayoría de sus miembros les recorre un escalofrío. Resulta que mamá tiene más confianza con su marido que con su prole y que el mediano prefiere que lo decapiten antes que conversar con la familia. En este plan la mayoría opta por no quitarse las gafas de sol. Claro que, para quienes deseen cambiar la situación, ahora se encuentran en el lugar oportuno. Por un instante métase en la piel de su hijo y busque sus carencias no materiales. Cambiar el orden de prioridades es esencial. El periódico puede esperar, el desayuno en común no. Los juegos, desde los más básicos a los psicológicos, contribuyen a romper el hielo. Relájese e insista. A veces los críos se han sentido demasiado solos como para ceder a la primera. Con detalles obvios se obtienen beneficios para el clan en general. Quizá al regresar al hogar uno vea alas en lugar de pinturas de guerra.
Por Pilar Portero Ilustración de Toño Benavides.
