Esther Tusquets

Esther Tusquets

SE CIERRA LA TARDE DE NIEBLA sobre la bahía, anuncio de septiembre. Engaña la luz. Porque es agosto y hierve el turismo amortizando el tiempo y la visa. Esther Tusquets viene del mar y se repliega en las alturas de su casa a jugar canasta con las amigas. Cadaqués: mujeres de toda una vida cuidando perros, amores y niños. Quedan los perros, Nana y Luna, y los niños que con suerte volverán: feliz la escritora porque va a ser abuela. Del amor dice que a ver si la mujer se cura. Tanta feminidad. "La mujer supedita todo al amor y no estoy tan segura de que esto sea una cualidad". Mezcla de nostalgia y sosiego le ha dejado a ella el desamor que, dice, "es la constatación de la vejez". Prematura a su edad (Barcelona, 1936), como tal vez haya sido su vida. Al frente de una editorial desde los 22 años, por deseo y voluntad de su padre, hombre y médico, sensible defensor de la cultura. Dos hijos, dos editoriales: Tusquets y Lumen. Y ella, la mayor, tolerante sin remedio, amante de la vida, poco amiga del dinero, lúdica: tanto, que siempre se guarda una vuelta que darle a la propuesta, cualquiera que sea. Incorrecta. A Esther Tusquets le ha tocado vivir una generación afortunada (la conclusión es de su hermano Oscar, arquitecto, artífice de la casa querida en las alturas): a los 20 años fueron rebeldes y a la madurez, les llegó el tiempo del bienestar.

En fin, hablamos mucho de hombres y mujeres. Tusquets tiene una curiosa teoría: la especie humana estaría mutando hacia una civilización donde los hombres serán más femeninos y viceversa. Ojalá que acierte. Como le gusta tanto jugar, le he pedido que conteste sólo sí o no a las primeras preguntas:

Pregunta.-¿El próximo siglo será de la mujer?

Respuesta.-No.

P.-¿A la mujer le interesa el poder?

R.-Sí.

P.-Buf, pues ¿cuánto nos queda de pelea?

R.-Es posible que la mujer tenga más protagonismo que nunca en la Historia, pero el fin de siglo está a la vuelta y seguimos ocupando un lugar muy secundario.

P.-¿Por qué se dice pues que la mujer desprecia los cargos?

R.-Sería muy bonito creer que somos menos competitivas, pero en cuanto la mujer se integra en lo profesional, entra a competir. Las mujeres que ocupan cargos políticos son muy amantes del poder. También he conocido muchos hombres, como el padre de mis hijos, que no quieren el poder: se plantan y no compiten.

P.-¿Por qué la empresa literaria es uno de los pocos feudos de gobierno femenino?

R.-La escritura requiere menos medios y menos dinero: un rincón y una pluma y te pones a escribir. En cuanto a las agencias literarias, es así porque se supone que las mujeres son mejores relaciones públicas para el trato con los autores. Mujeres a cargo de una editorial, excepto en las empresas familiares, ha habido muy pocas: hace tres años, en España, éramos dos mujeres frente a 48 editores. En cuanto entra en juego el dinero, las mujeres tenemos menos posibilidades, no merecemos confianza.

P.-Usted siempre había tenido a gala publicar lo que le gustara al margen de los criterios comerciales...

R.-Siempre he publicado cosas que me gustaran. Voy a jubilarme dentro de dos años y Lumen seguirá publicando lo que me gusta. He tenido la suerte de que algunas cosas se han convertido en grandes ventas, tiene que ser así para poder editar lo que nos gusta.

P.-Quería preguntarle si esa política tiene algo que ver con el carácter tan femenino de su editorial.

R.-Quien hizo posible que publicara lo que me gustaba, aún perdiendo dinero durante algunos años, fue mi padre, que era un hombre. Era una persona sin ambición de poder, con un gran respeto por la cultura: nunca la hubiera convertido en espectáculo. El dinero no era infinito, y si la cosa hubiera ido mal habríamos cerrado, pero entonces contraté Mafalda, hacia el 68, y luego vino lo de Umberto Eco: más de un millón de ejemplares de El nombre de la rosa. Y eso te permite hacer lo que te dé la gana, si no quieres acumular dinero.

P.-El caso es que al final no ha tenido más remedio que plegarse a una fortísima multinacional, masculina.

R.-No, me he vendido a una multinacional. Primero porque mi padre había muerto y no encontré a nadie con su entusiasmo en los negocios, y yo no tenía ganas de pasarme los últimos años de mi trabajo sufriendo por las ventas; como negocio, la editorial es algo muy incierto, una aventura que no me divierte. Bertelsmann me ha dejado en mi pequeño despacho, no hubo ni un despido y no se me ha impuesto ni un título.

P.-¿Se sigue hablando de literatura o sólo de dinero?

R.-Ellos hablan más de dinero, pero a mí me compraron para dejarme hablar de literatura.

P.-Si rechaza que haya un estilo literario femenino diferenciado de otro masculino, ¿por qué se empeña en relanzar el premio Femenino Lumen, exclusivamente para autoras?

R.-Bueno, no es seguro que siga: voy a pensar qué hago con él. Yo encuentro que la literatura es una, pero dentro de ella se pueden hacer múltiples divisiones, y una división lícita es entre femenino y masculino. Sigue habiendo en el mundo características de una y otra condición, y cuando uno se sienta a escribir lo hace con todo lo que es, y eso se plasma. Yo no podría negar que mi literatura está escrita por mujer.

P.-Tusquets, usted empezó a escribir después de 18 años al frente de la editorial. ¿Sucedió por ósmosis o ya llevaba dentro el mal de la escritura?

R.-Desde los 4 años hasta los 22, cuando me cayó la editorial encima, yo siempre había pensado que iba a escribir o a hacer teatro. Entonces las cosas se fueron aplazando. A los 39 años decidí escribir una novela hasta el final, y lo hice en secreto, ni el padre de mis hijos lo supo. Lo publiqué yo para no comprometer a ningún amigo editor. El éxito me sorprendió muchísimo, me estimuló a seguir.

P.-¿Por dónde va aquel proyecto de autobiografía imaginaria?

R.-Estoy en ello y me divierte mucho. Está escrito en forma epistolar. Cinco cartas con estructura de relato, donde doy por reales cosas que me invento. Nunca haré memoria de lo que he conocido, porque soy muy despistada.

P.-Se supone que acercará al lector al mundo de la gauche-divine, años 60 y 70.

R.-No, son cinco épocas completamente diferentes: posguerra, mis años escolares en los 50, la universidad en los 60, una cierta apertura en los 70 y los últimos 15 años.

P.-Cuenta que en aquella época dorada todos los progres eran de izquierdas, ¿se puede ser progre de derechas?

R.-No los progres, todo el mundo era de izquierdas, toda la gente que tratábamos: nadie se declaraba de derechas en el mundo intelectual, era una vergüenza. Hasta los falangistas eran de izquierdas.

P.-¿A usted le casa un intelectual con la derecha?

R.-Creo que existen intelectuales de derechas, y grandes escritores de derechas. Me choca, pero en la realidad se da y es mejor que lo digan.

P.-Con respecto a aquella época que retrata, ¿la sociedad sufre una regresión?

R.-Sí, en los años 60 hubo una apertura y creíamos que muchas cosas habían acabado para siempre, y no ha sido así. Más bien hay un péndulo, y las generaciones siguientes se han revelado mucho más convencionales. Los hijos de mis amigos se casan por la Iglesia y consideran un mérito la virginidad. También fenómenos como el sida han tenido sus consecuencias muy negativas, acabó con aquella libertad sexual de los años de Bocaccio.

"Es imposible que una sola persona responda a todas tus expectativas. Entonces, cuál es la solución, ¿el adulterio, la promiscuidad, la relación a tres?"

P.-¿Los 80 y 90 le parecen lo más nefasto?

R.-Yo no sería tan categórica, por ejemplo se ha avanzado mucho en la aceptación de la homosexualidad y de las parejas de hecho. Se ha producido un cambio en las costumbres, porque hay pasos que no tienen marcha atrás.

P.-Ahora la gente anda buscando en los lugares más recónditos algo que le falta, ¿le parece positivo que se busque?

R.-El ser humano siempre está buscando algo que le falta, esto nos lo daban en el bachillerato como una de las pruebas de la existencia de Dios. Yo creo que es simplemente la realidad: estamos insatisfechos, buscamos cosas que no se consiguen nunca porque sólo se dan breves momentos de plenitud. Si ha disminuido la confesión religiosa, la gente busca en otras partes, de ahí el culto por lo oriental.

P.-¿En el nuevo milenio podrían darse las condiciones para otra generación como aquélla de los 60?

R.-No lo sé, pero estaría muy bien. Mi hermano dice que tuvimos una suerte loca porque cuando éramos jóvenes nos tocó vivir la rebelión de los 60 y luego nos ha venido el progreso económico. Es mucho mejor vivir las cosas en este orden. Vosotros os habéis divertido mucho menos.

P.-Tusquets, esa forma desinhibida de abordar el amor en sus novelas, ¿tiene que ver con los 60 o con su educación?

R.-Mis padres no eran religiosos, pero yo creo que es más mi forma de ser: hay cosas que no me han escandalizado ni sorprendido nunca, desde pequeña, y una de ellas es el sexo. Me parece que soy enormemente tolerante. Sólo lo manifiestamente injusto me escandaliza. Mi madre decía que yo podría ser capaz de delitos porque nunca me ponía en el lugar de la policía: en el fondo todos podemos estar en el otro lado. Sí me siento capaz de delinquir, todo depende del medio y de las circunstancias.

P.-He leído que decía: "Parece mentira que las mujeres aún suframos por sentimientos que objetivamente no lo merecen". ¿Se refiere al amor?

R.-Sí, sorprendente. Cuando llegas a ser mayor te das cuenta de lo que realmente has sufrido por cuestiones de amor.

P.-¿Debiéramos ser más racionales o qué bien que sufrimos?

R.-Me parece que debiéramos considerar más otras cosas y no supeditarlo todo al amor, el único estímulo en la vida: yo no estoy segura de que esto sea una cualidad. Criticamos tanto a los hombres porque les pesa más la profesión y el no sé qué: quizá un poquito de eso se nos tenía que contagiar. Ellos también se enamoran, pero no es esta cosa nuestra de sacrificarlo todo. Yo creo que sería mejor que nos volviéramos un poco menos femeninas.

P.-¿El amor es necesariamente patológico?

R.-El amor es en sí una enfermedad: se invierte el sistema de valores, el mundo se te ofrece sólo en función del otro. Hoy me he enterado de que el enamoramiento desencadena un proceso químico que dura un año: eso estaría bien, un año de coronilla.

P.-¿Y después qué?

R.-Tal y como somos los seres humanos, no hay una clara solución al problema. Si yo tuviera hasta tres vidas... pero cómo vas a consagrar tu única vida a una experiencia amorosa. Es imposible que una sola persona responda a todas tus expectativas. Entonces cuál es la solución, ¿el adulterio, la promiscuidad, la relación a tres? Ninguna. Nos pasamos la vida en una incómoda búsqueda de una solución que no existe.

P.-Y acabamos en la soledad.

R.-Esto puede pasar, sí (se ríe). O te pasan los años y ya no tienes esa necesidad de fuegos artificiales, y acabas con la última pareja, porque te llevas muy bien o porque no eres capaz de romper. Un año de química, dos por razones psíquicas y al tercero te gusta otra persona y qué haces. Yo pasé por la etapa de contarlo todo, y fue una catástrofe, luego la de mantenerlo oculto, y me sentía fatal en la clandestinidad. Ya me dirás, no hay solución.

P.-¿Por qué el amor ha vuelto a ponerse de moda como asunto literario?

R.-El amor es uno de los tres o cuatro grandes temas de la literatura, pero eso va por modas, basta con ver la televisión: el amor es el centro.

P.-¿Es positivo?

R.-¿Cómo tema literario? Sí, es un buen tema, de fácil acceso para cualquiera, más para las mujeres, que leen más.

P.-Hasta que dejemos de ser tan femeninas.

R.-¿Te parece a ti o no? Es un coñazo, lo vivimos todo de forma tan conflictiva y dolorosa. Luego llega una edad en que se acaba. En teoría está bien eso del amor hasta los 90 años, pero en la práctica te deja de interesar mucho antes. Un día te paras y dices: anda, hace muchos años que no me sucede el enamoramiento.

P.-¿Y cómo es esa sensación, de nostalgia o de sosiego?

R.-Mitad y mitad. En cierto modo es la constatación de la vejez, pero quedan otras cosas.

P.-Tusquets, por algún otro lado decía que la especie humana está viviendo una mutación, ¿empezarán los hombres a sufrir?

R.-Es una boutade , pero creo que la sociedad está cambiando y la mujer va por delante porque tenemos menos que perder.

P.-¿Se volverán los hombres más femeninos o al revés?

R.-Lo ideal sería que ocurrieran las dos cosas, ¿no? Diferenciamos masculino de femenino por cualidades atribuidas desde hace siglos, y algunas son puramente sociales. Los hombres que me han interesado compartían rasgos que se consideran femeninos, como la ternura o el amor a los niños: qué tontos son los hombres de perdérselo.


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