Dos femeninos, Elena y Teodora, y otros dos masculinos, Eduardo y Pablo, son los nombres de esta semana. Junto a palabras como correveidile, formada por tres verbos, un pronombre y una conjunción; tocayo, de origen azteca; pelo, en su acepción española; y otras como izquierda, naturalmente y preciosidad.

En griego Grecia es Hélas y lo griego es lo heleno (elenikós). Elena es el símbolo más elemental del pueblo que nos ha legado la democracia en oposición a la demagogia, los juegos olímpicos, la música y la otorrinolaringología (palabra kilométrica que quiere decir tratado de la garganta, nariz y oído). La historia mítica de los helenos gira en torno a la bella Elena, raptada por los troyanos y al fin, recuperada por los griegos tras una odisea cantada por el ciego visionario Homero, padre de los Galdós y los Flaubert. Entre las Elenas destaca Santa Elena, la madre del emperador Constantino que, al convertirse al cristianismo, dio un giro copernicano a la Roma de Júpiter y de Nerón. Siguen las Elenas, incluyendo a nuestra Infanta, manteniendo encendida la llama de este nombre de solera europea y cristiana.

La más destacada en la escena histórica europea es la emperatriz consorte de Justiniano en el siglo VI de la era cristiana. Ha sido descrita como una joven ambiciosa que ascendió en la escala social gracias al cebo erótico en el que picaban peces cada vez más gordos, hasta que picó Justiniano, su amante y más tarde su consorte en el trono. Todos los historiadores reconocen que fue ella quien manejó y manipuló a Justiniano y quien dirigió el Imperio y la cristiandad. Los europeos estamos endeudados con esta mujer que, entre otras cosas, mandó azotar en público a los obispos iconoclastas, zanjando esta polémica cuestión. Si no fuese por esta mujer, tal vez hoy no podríamos ver La Pietá de Michelangelo ni los retablos españoles. Las Teodoras -hoy escasas- rinden homenaje a una valiente joven romana que en el siglo II prefirió perder su vida, pero no su fe cristiana. Teodora quiere decir regalo de Dios en el idioma de Homero, como bien sabe este que suscribe, cuya dulce enemiga (Cervantes) es Teodora.

¡"Hola soy Edu, feliz Navidad!". No se imaginó -supongo- quien tuvo la ocurrencia de lanzar esta frase, el éxito popular que iba a tener, para martirio de mi hijo Eduardo que tuvo que soportar estoicamente una lluvia de bromas y cuchufletas con motivo de este sonsonete que se convirtió tras dos navidades de monserga en un verdadero disco rayado. Por toda la escena europea o europeizada circulan los Eduardos si bien es en Gran Bretaña -tierra de Reyes y Príncipes Edward, incluyendo al actual Príncipe Edward- y en EEUU, donde son conocidos los Ted, los Ed -diminutivos de Edward-, incluyendo a Ted Kennedy. En Estados Unidos ya apenas se llama nadie por el nombre completo sino por el diminutivo -Bill Clinton, o sea Guillermín o Guillermito-. Incluso la moda imperante es reducir los nombres a fórmulas casi químicas: "¿Has visto a J.R.?". "Me voy a N.Y. (Nueva York) y después a L.A. (Los Angeles)".

Europa es la tierra de los Pablos sin olvidar a Pablo Iglesias, Pablo Picasso, Pablo o Pau Casals y Pablo Jáuregui, de los Paul (recordando a Paul Valery, Jean Paul Sartre), de los Paolo (incluyendo a la reina Paola de Bélgica). Saulo de Tarso fue un terrorista, que en una primera etapa creyó que la mejor manera de preservar la ortodoxia teopolítica -que a la vez suele ser geopolítica- es matar al hereje o disidente. Presidió la ejecución de Esteban, llamado en la iglesia cristiana protomartir (el primer testigo). Pero, tras caer del caballo y dar un giro copernicano a su credo terrorista, nos legó uno de los textos más bellos sobre el amor y la armonía entre los homo (los iguales o semejantes en griego y en latín): "Aunque hablara las lenguas de los hombres... si no tengo amor desinteresado, no soy más que un metal que resuena...". Podría San Pablo ser el patrón de los terroristas arrepentidos.