Una abuela frente a la droga

Una abuela frente a la droga


MIREN A ESTA MUJER. Se llama Raquel Heredia y está desnuda. Y lo estará siempre. No se queden en la fotografía. Lean sus ojos. Y sus libros. En La agenda de los amigos muertos escribió: "A lo largo de este relato he ido sintiéndome como si hiciera strip-tease en medio de la calle: desnudándome por dentro y por fuera, y noto cada vez más vergüenza y pudor al tiempo que un frío intenso recorre mi columna vertebral y se instala en mi cerebro".

Esta mujer narró en el citado libro la mortal relación de Ada, su hija primogénita, con la heroína y el sida. No evitó los detalles escabrosos ni los estremecedores, ni tampoco los denigrantes o humillantes. Así ha conmovido a más de 50.000 lectores. En muchos casos, a padres de drogadictos. A personas que, como han sufrido en sus propias carnes -es decir, en las de sus hijos- la misma desgracia que Raquel, han comprobado que las 181 páginas del volumen rebosaban verdad. Que la obra era tan real como la vida misma. Como sus vidas.

Esos lectores conocieron a Ada, a Nacho, su marido, también fulminado por la heroína y el sida, y a sus dos retoños, Hugo y Nacho, los nietos de Raquel, además de sus "hijos". Porque al fallecer el matrimonio, se convirtió en tutora de los niños, en su abuela-madre-abuelo-padre (así la bautizó Hugo). Y los pequeños, a su vez, llegaron a ser "una razón para enmendar errores, para luchar, para sentirme joven al fin y recobrar la vitalidad de mis años veinteañeros, cuando fui madre. Me consolé con la idea de que mi hija vivía en ellos y así me lo decían sus ojos".

Con tales esperanzadoras palabras terminaba La agenda de los amigos muertos, publicado el año pasado y que, en términos editoriales, aún sigue vivo: tras nueve ediciones, acaba de ser reeditado en bolsillo y Raquel no ha dejado de recibir cartas y llamadas de padres que le piden consejo, y le han impulsado a volver a desnudarse. Porque con palabras similares, aunque aún más optimistas, ha concluido una nueva obra, Hijos de la Luna (Plaza & Janés, como el anterior): "Los chicos me dan mucho trabajo, son muy desordenados, malos estudiantes, traviesos, crecen tanto que no doy abasto para comprarles ropa, comen como limas y no me dejan en paz, pero... los adoro. Vivir sin ellos es insoportable. Se me cae la baba con mis niños".

Hugo y Nacho, pues, son los protagonistas de la segunda entrega de Raquel Heredia. Además de la propia escritora y periodista, claro. Y la Luna, cómo no, fue Ada, porque "todo en su vida sucedía de noche y a su luz azulada y mágica habían ocurrido casi todas las cosas, buenas y malas, de su vida". Por eso, para contar toda esta historia hay que remontarse muchos años atrás.

El principio puede situarse el 14 de mayo de 1960. Después de un agotador parto de tres días y de un embarazo de diez meses, nació una niña hipermadura de cinco kilos. Raquel Heredia decidió llamarla Ada, como la hija de Lord Byron.

Aunque el principio también podría fijarse el año anterior, cuando Raquel, por aquel entonces reportera de Pueblo recién salida de la Escuela Oficial de Periodismo, contrajo matrimonio. "Me casé para conocer el sexo y concebir a mi hija. El sexo con él (con su marido, que la abandonó nueve años después) fue tan humillante y decepcionante desde la primera noche, la de bodas, que me habría separado al día siguiente, dando por descontado que ya estaba embarazada después de trece coitos que me dejaron exhausta, tan dolorida e insatisfecha que en modo alguno podía asociar aquello con el tan cacareado placer pecaminoso".

Hoy Raquel Heredia reconoce que su vida sentimental no ha ido nada bien. "Aunque todavía hay señores que me tiran los tejos, los hombres me dan pavor", dice.

Pero volvamos a los 60, al revolucionario 1968. "Fue en el verano del 68 cuando fumé el primer porro de mi vida y descubrí el whisky, me hacía olvidar". ¿Y qué quería olvidar? Pues que Ada, una niñita de ocho años a quien al preparar la primera comunión le habían recalcado el carácter pecaminoso del sexo, un mal día le dijo a su madre: "Lo que hacen papá y tía Andrea es pecado".



"Créeme que tu conciencia puede estar más que satisfecha de haber podido transmitir tan bien tu vida. Seguro que muchas mujeres en similares circunstancias a la tuya darían algo por poder vaciar su alma a través de la pluma". La autora de la carta tiene 45 años y dice haber vivido "algo similar".


Consumada la separación, Ada, la primogénita y favorita (el matrimonio concibió tres hijos más), nunca superó el engaño de su padre. "Intuyó, sin saber que se llamaba caballo, algo que le haría pasar de las injusticias de la vida y las veleidades de los humanos. Después de algunos años, y cuando sufrió el primer desenganche, tenía diecisiete, me confesó que no paró hasta encontrarlo".

Lo encontró en los 70. Los años de la libertad, y del libertinaje. Ada pierde la virginidad a los 11 años, poco después, siguiendo la moda, se declara bisexual y trata de convencer a su madre de que probase con una mujer. A los 13 años queda embarazada, aborta en Amsterdam y regresa con marihuana y preservativos. Y a los 15, en 1975, después de tratar sin conseguirlo que su madre le diese 50.000 pesetas, tras espasmos, insultos, lloros y moqueos, explota: "¿Para qué quiero las pelas? ¡Para meterme un pico, joder, para meterme un pico!".

Raquel Heredia reconoce que Ada se le fue de la mano, que apenas la veía porque, para sacar adelante la casa (sola con los cuatro hijos), se había convertido en una "picapedrera" del periodismo y la literatura. "Tenía mucho trabajo y ganaba bastante dinero. Me había puesto de moda y todos los medios querían contar conmigo".

Raquel trabajó en Televisión Española, Arriba, Pueblo, ABC, Madrid. Realizó su primera entrevista a Stravinski. Ganó los premios Ondas y Sésamo de cuento, y el primero a la Libertad de Expresión. Publicó tres novelas cortas y un poemario. Fue cronista parlamentaria en la Legislatura Constitucional. El rey Juan Carlos la llamaba "leona", porque su sección en Interviú se llamaba "La leona en los pasillos". Eso, en el terreno profesional. En el personal, su casa, la misma del barrio de Salamanca donde ahora reside con Hugo y Nacho, sus nietos-hijos, era una comuna.

Y ella, precisamente ella, era una mala y peligrosa amistad para su propia hija. Ada la había elegido como modelo a seguir. "El planteamiento de amistad que con ella había hecho, como luego con el resto de mis hijos, estuvo totalmente equivocado", indica. Y se pregunta, se lamenta: "¿Hasta qué punto influí en Ada para que se comportara así en la vida, para que interpretara tan mal mi mensaje y se precipitara al abismo de la heroína, sin saber o no poder detenerla a tiempo".

El tiempo corre deprisa. "Durante veinte años mi vida transcurrió como dentro de un paréntesis". Un paréntesis de oscurantismo, silencio y horizontes de muerte. Poco antes de cerrarse, ya en los años 90, Ada le dijo: "Madre, ¿no comprendes que en mi agenda no hay más que nombres tachados? Es la agenda de los amigos muertos...".

Rápido, muy rápido, corren los años. Mientras la vida profesional de Raquel se eclipsa tratando de ayudar a su hija, Ada se engancha, se desengancha y se vuelve a enganchar. Se casa con Nacho, heroinómano también. Engendran dos hijos. El primero, Hugo (1984), pasa el primer mes de su vida en la UVI porque un médico le inyecta luminal pensando que tiene síndrome de abstinencia. Nacho nace en 1986, un año antes de que otro médico vaticine que Ada no vivirá más de seis meses. Es portadora del virus del sida. Su marido también. Él cae primero, en 1994. "Una muerte horrorosa, causada por una afección hepática y unas varices esofágicas que le hicieron echar literalmente el hígado por la boca". Ella, entonces, se deja morir. Deja la medicación. Cierra los ojos en 1996. Poco antes, escribe este poema "en nombre de las mujeres y hombres que aún son guapísimos y no han decaído": Mírame,/ y cuando te quites el visor/ que te separa de mi enfermedad,/ serás capaz de ver/ lo absolutamente bella que soy./ Aun así/ para tu castigo/ y para mi dolor/ serás incapaz de tocarme./ Y no, no acepto guantes./ Mi condena es, desde entonces,/ ser deseada/ por hombres/ que literalmente mueren de miedo/ y falta de información,/ por no tenerme./ Y yo,/ a mi vez.../ lloro por las noches nadando/ en orgasmos solitarios, perfectos/ y absolutamente manuales./ Y... es que ¿sabes...?/ TENGO SIDA.

Raquel Heredia lo leyó en un programa radiofónico. "Se hizo un silencio impresionante. Al final, Carlos Herrera dijo que se le ha había hecho un nudo en la nuez, en lugar de en la garganta". Así relajó el ambiente. Y así, con la muerte de Ada, ha llegado la tranquilidad a la familia Heredia. "Abuela, ¿estamos muy tristes, verdad? Pero también muy tranquilos", dijo Nacho después de la incineración del cadáver de su madre.

¿Y qué ha ocurrido desde entonces? Que Hugo y Nacho son dos adolescentes que pasan desapercibidos en el barrio de Salamanca. Que Raquel ha sorteado mil y un obstáculos para convertirse en su tutora legal y llegar a fin de mes. Que su vida profesional ha renacido. Que mientras el mayor probaba suerte con los juveniles de Real Madrid y el pequeño se partía un hueso, la madre-abuela volvía a escribir: dirige el periódico del Colegio Oficial de Ingenieros Industriales de Madrid; está terminando un libro de cuentos, Tres relatos de agosto, inspirado en las sonatas de Valle-Inclán; prepara otro volumen, Mi abuelo el masón, sobre el más aventurero de sus ancestros, y acaba de publicar Hijos de la luna, obra que según iba escribiendo leían sus nietos.

OLVIDAR

"Está muy bien", asegura Nacho. Hugo no le contradice: "Está todo muy bien contado". En cambio, no han leído La agenda... "Lo leeremos más adelante. La gente nos ha dicho que es muy bueno y que nos sentiremos muy orgullosos de la abuela. Y que es duro, pero así es la realidad". La realidad a veces conviene olvidarla. A ninguno de los dos adolescentes les gusta recordar los años en que a sus padres les importaba una dosis tanto o más que ellos, en que las pesadillas no terminaban al salir de la cama.

"Secuelas físicas no tienen. Psíquicas, sí. Hugo se niega a ir al psiquiatra; Nacho, no. Hugo dice que como no está loco no va. Le digo que tampoco yo estoy loca, y voy. Habla bastante conmigo, es introvertido, y le cuesta hablar de su vida anterior. Como si la quisiera borrar. El psiquiatra lo trata a través de mí. Antes tenía pesadillas. Es que lo vieron, y lo vivieron todo", comenta Raquel.

Cerca del final de sus días, Ada ya ni siquiera podía tomar heroína. "Si le daba una calada a un chino, se iba al hospital directa. Se levantaba a hacer el desayuno a los niños pero tenían unas discusiones horrorosas. Hugo le decía que se podía poner buena si quería, `no nos quieres, te quieres morir', y se pegaban. Ahora se arrepiente de haberlo dicho, pero sigue diciendo, `abuela, podía haberse curado'".

Y la abuela, la madre, a sus "60 años y punto" (no dice cuántos más) ha tenido que escuchar "¿pero tú no te habías muerto?", y que decir "soy mayor, pero tampoco una pirámide de Egipto, estoy viva". Sigue en la brecha. "Es más joven y más activa que muchas madres de nuestros amigos. Algunas son unos carcamales, todo el día marujeando", comenta Hugo. Pero Raquel Heredia sigue sin dormir tranquila. Mónica, la menor de sus cuatro hijos, está enganchada a la heroína. "Lo llevo mal, porque me conozco la película: es como si haces continuos flashback, sabes lo que va a pasar y tienes una impotencia terrible", confiesa. Y concluye: "No me gustaría nada tener que escribir un tercer libro. Nada. Nada".

CONTRA POLÍTICOS Y CIFRAS

Estas letras podrían estar llenas de números. Repletas de datos sobre el mundo de la droga. Sólo señalaremos que en Madrid hay unos 200.000 drogadictos, que más de la mitad de los reclusos españoles es adicta, que las drogas son una principales causa de muerte en el mundo. Y que, según Raquel Heredia, las estadísticas no tienen nada que ver con la realidad, y las declaraciones de los políticos, aún menos.

Fundó la asociación "Capaces" para ayudar a familiares de drogadictos. Sobre todo a los más pequeños. "Es que los yonquis a veces se olvidan de sus niños. En una ocasión una pareja se olvidó a su niña de dos años, pasó la noche al raso y por la mañana estaba congelada". Pero añade que sin ayudas son incapaces. "Sólo me ha servido para gastarme 60.000 pesetas al mes en teléfono al buscar soluciones a gente que llama. No me prestan ayuda económica. Y las he solicitado todas. Viene gente a buscar trabajo o a hacer la objeción, ¿pero dónde los meto?". En "Abuelas en Marcha", "más que ayudar, tomábamos café. Lo dejé cuando se definió como asociación de abuelas de clase media alta".

También ha trabajado en el Plan Nacional Contra la Droga. Pero :"Las autoridades no me hacen ni caso. Carlos López Riaño, el entonces delegado del Gobierno, sabe tan poco como Gonzalo Robles, el actual. Dice unas tonterías, según las estadísticas y, qué tendrán que ver las estadísticas con la calle". A Carmen Romero, que presidió la comisión mixta del Congreso y el Senado contra la droga, la despacha con cinco palabras. "No tiene ni puta idea". A su sucesor, Antonio Martinón, con dos: "tampoco sabe". También critica a la Fundación Antisida de España (FASE): "Son tan chorizos que cobran a los voluntarios. Y las clases las imparte la señora Ana Gamazo, que no sabe nada, y la mujer de Antonio Garrigues, que sabe sobre todo de cáncer. Si resulta que el marido de Ana Gamazo, Juan Abelló, es el que oficialmente fabrica los medicamentos para los enfermos del sida. ¿Sabe cuánto cuestan al año los medicamentos de un enfermo de sida? Dos millones de pesetas".

Raquel Heredia lo tiene claro: "La droga es como un pirámide, mueve tantos millones que a nadie le interesa que se termine el negocio".



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