En casa de los Baroja

En casa de los Baroja

El escritor Pío Baroja, en el jardín de la casa de Itzea, en 1920, con su madre, su hermana Carmen (madre de Pío Caro) y dos hijos de ésta: Ricardo -que murió prematuramente- y Julio.


PÍO CARO BAROJA, EL último Baroja, araña recuerdos en la casona de Itzea, que en l912 compró su tío, el escritor Pío Baroja, en Vera de Bidasoa (Navarra). Pío Caro, a sus 71 años, revive la historia de la familia, mientras pasea la memoria por un tiempo lejano, a través de un mundo de objetos y sensaciones. A Itzea, en el barrio de Alzate y pegada a Francia, le envuelve el rumor de un arroyo. Hay humedad y neblina. Una verja de hierro y una tapia amurallada cubierta de nogales, tilos y árboles americanos impiden la entrada de curiosos. Detrás de la verja, el comienzo del jardín, con su camino de losas y, en seguida, la casa. Un portón de madera franquea el acceso al portal: es un espacio amplio, con aire de convento, silencioso, que fue refugio de Julio y Pío y de toda la chiquillería del barrio cuando eran niños, en los días de lluvia. A mano izquierda, las escaleras "que han soportado millones de pasos de seres de toda condición", aclara Pío. Al lado, en la pared, los reposteros que hizo Carmen Nessi, la madre de Pío Baroja y abuela de Pío Caro, con los escudos de la familia.

"Era una mujer laboriosa y llena de rigor. Era la conciencia de la casa. Hasta el año 1935, en que murió, siempre se sentaba aquí en esta sillita, junto al ventanal del comedor, donde cosía y nos vigilaba cuando jugábamos cerca del río. Me acuerdo del olor de sus manteos, porque me refugiaba en sus brazos para llorar. Cuando subía con ella las escaleras para ir a la cama, me daba un puñadito de pasas que sacaba de un armario y me decía: `Cuánto pesas, cuánto pesas...'". Lo evoca mientras escancia vino de Cirauqui y ofrece una chistorra humeante que Vishi, una de las personas que cuida Itzea, trae de la cocina. "Mi abuela, bajita y siempre vestida de negro, significaba el orden de la casa, la tradición en las costumbres. Su muerte afectó, sobre todo, a mi tío Pío, que estaba soltero y había vivido siempre con ella."

En primavera Pío Caro Baroja, el último superviviente de la saga, se acerca con su mujer, Josefina, a la casona de Itzea para destilar recuerdos, mientras sus dos hijos, Pío y Carmen, permanecen trabajando en Madrid. Carmen, como bibliotecaria de la Biblioteca Nacional.

Pío, al frente de la editorial familiar Caro Raggio, que fundó Rafael Caro, padre de Pío Caro Baroja. En este último viaje a Vera, Pío Caro ha mostrado en un libro titulado Las cartas de Caronte (ed. Pamiela) viejos afectos, algunos rencores y, sobre todo, ensoñaciones que nacieron como desahogo de espíritu a la muerte de su hermano Julio Caro en Itzea en l995.

La casa se ha quedado atrapada en el tiempo. "Se conservan los mismos olores viejos, los mismos muebles, los mismos objetos de cuando éramos niños, pero hemos añadido otros que Julio descubría en casas de anticuarios, en chamarileros... Julio enriqueció su biblioteca y la de mi tío Pío. Del viejo desván, hoy recuperado, se ha creado un universo. Hemos hecho algunos cambios en las habitaciones, pero respetando todos los recuerdos de nuestros antepasados. Por ejemplo, la habitación donde dormía mi tío Ricardo la hemos transformado en la sala de los retratos de familia".

En el antiguo dormitorio de Ricardo Baroja se conservan, entre numerosos cuadros, los retratos de los abuelos, los hermanos y varios autorretratos. El abuelo, Serafín Baroja, un hombre con aspecto grave, ingeniero de Minas, que amaba con la misma pasión la música y las matemáticas, ocupa uno de los lugares importantes de la sala.

"A mi abuelo no lo conocí. Era un hombre lleno de fantasía. Contaban de él historias divertidas. Mi madre, Carmen Baroja, me hablaba de él cuando yo era niño. Le gustaba escribir y hay una recopilación de su obra en vascuence. Era un hombre curioso y llegó a hacer hasta el libreto de una ópera. Le fascinaba el chelo. Mi tío Ricardo se parecía mucho a él. En cambio, mi tío Pío heredó la rigidez y la seriedad de mi abuela". Pío Caro muestra una fotografía maravillosa en blanco y negro, hecha por Müller en el Retiro de Madrid. Un Pío Baroja de barba blanca, envejecido, profundamente serio, caminando melancólico bajo los árboles. Muy cerca, los retratos de la madre de Julio y Pío Caro, Carmen Baroja, pintados por su hermano Ricardo, y también el de Azorín, muy amigo de Pío Baroja.

"Müller hizo la fotografía en la última época de mi tío. Vivíamos con él mi hermano Julio y yo en Madrid, ya que mi madre había muerto en el año 50. La convivencia con él era muy buena". Darío, el hermano mayor de los Baroja, a quien Pío Caro no conoció, había fallecido a los 23 años.

"A Ricardo y Pío les gustaban las tertulias, pero ante todo eran hombres muy caseros. Se acomodaban sin exigencias, sin imposiciones. Eran resignados. `¡Qué se le va a hacer!', repetía mi tío Pío con frecuencia. Eran familiares, sencillos, incluso en el vestir. Mi tío Pío vestía abandonadamente. Tanto es así que mi madre luchaba con él para quemarle un pantalón viejo, una chaqueta o una boina que él defendía. `Pero si está muy bien', protestaba. Mi madre se enfadaba. `Si está sucia y asquerosa, cómprate una nueva', le decía. No le gustaba ir a las tiendas, y tenía que encargarme yo de adquirir la chaqueta o lo que le hiciese falta."

En los últimos años, la cabeza de don Pío fue debilitándose poco a poco. Comenzó a padecer una arteriosclerosis cerebral. Sufría pesadillas. Por las noches se levantaba angustiado con la obsesión de que debía acudir a examinarse a la Facultad de Medicina, donde él estudió. En una de aquellas agitaciones nocturnas, en Madrid, volcó el armario de su dormitorio, se le cayó encima y le partió el fémur. Fue el comienzo del fin. Murió en 1956.

"Fue un final largo y penoso, que lo vivió mi hermano Julio porque yo me había marchado a México, animado por mi tío Pío, después de estudiar Derecho. La habitación del tío, aquí en Itzea, está como cuando él vivía".

Es una habitación importante, en el segundo piso de la casa. Con su cama alta de metal, sus sillones rojos, los grabados de los ritos masónicos y los retratos de Pío Baroja, uno de ellos hecho por Picasso. En la misma planta, la biblioteca de don Pío, con miles de volúmenes, la mesa de trabajo -donde él escribía-, varias mesitas, la chimenea y un rincón formando ángulo con libros antiquísimos sobre brujería y procesos de la Inquisición. "Es donde mi hermano Julio de pequeño leía todo...". Sobre una estantería, en el centro de la sala, un fantástico busto de Pío Baroja hecho por Maciá en París.

Si Pío Baroja se enclaustraba en la biblioteca, su hermano Ricardo se decantó por el Museo y colocó allí su caballete. Y es que don Pío pensó en crear un Museo de Historia del siglo XIX. Pero esta idea, por una serie de circunstancias, se desechó.

"Además de los arcones, mesas y cuadros que había en el Museo, lo llenó de botes de pintura, latas de tomate vacías para hacer las mezclas, aguarrás, nogalina... Hasta que perdió un ojo por un desgraciado accidente, fue un grabador excepcional y un hombre ingenioso. En realidad, iba para ingeniero, pero abandonó su empeño. Se casó tarde con una mujer mucho más joven que él, Carmen Monné. Y murió en 1953 de una enfermedad que intuyó desde el principio: un cáncer de lengua debido a su adicción a fumar en pipa".

En el cuarto amarillo, con muebles isabelinos, la rotundidad de la mirada de Doña Juana Nessi, tía abuela de Pío Caro, dueña de la panadería de la calle Capellanes de Madrid que heredaron los Baroja. Y, en los otros paños de pared, los retratos de Carmen Baroja, pintado por Anselmo Miguel, y el de Rafael Caro Raggio, por Moya del Pino.

"Aquí, en estos retratos, mis padres aparecen jóvenes. Tengo un recuerdo tristísimo de mi padre. Lo separó de nosotros la Guerra. Estábamos en Vera. Él se tuvo que quedar en Madrid, al frente de la imprenta que montó: la Caro Raggio. Pero perdió todo. Estaba solo, aislado, arruinado. Y se tuvo que reincorporar al cuerpo de Correos para sobrevivir. Parece que lo estoy viendo en la puerta del coche-correo del tren que llegaba a Irún, la máquina frenando y nosotros tres, mi madre, mi hermano Julio y yo, que habíamos acudido a la estación, mirando y gritando: `Ahí está, ahí está'... Lloramos. Para mí era un viejo y un ser desconocido. Luego, los cuatro nos fuimos a un bar y estuvimos hablando toda la noche. Mi madre y él se observaban como si fuesen dos extraños. Había transcurrido toda la guerra sin verse. Al año siguiente, en el 40, pudimos regresar junto a él a Madrid. Murió en 1943". Julio y Pío, con una diferencia de 13 años, fueron los dos hijos que sobrevivieron del matrimonio. Los otros dos que tuvieron, Ricardo y Carmen, nacidos después de Julio, fallecieron a muy corta edad.

En la habitación que perteneció a Ricardo Baroja, hoy sala de retratos de familia, están las cajitas de latón con esmaltes de estilo bizantino que hizo Carmen Baroja y las tallas de cuero repujadas por ella. En cualquier rincón de Itzea hay arcones y muebles que restauró. Su actividad artística fue incansable. Investigó el folclore y escribió unas memorias llenas de frescura e ironía. Fue una mujer culta, inmersa en la Generación del 98, luchadora y heroica en los momentos más adversos. Pero, sobre todo, fue el alma de Itzea.

"Mi madre estuvo muy pegada a nosotros en la guerra. Con toda la tragedia, la miseria y el hambre. Recuerdo que por las noches me leía trocitos de cuentos. El de Martinito, que ella escribió. Soñaba con él después de la guerra. Y luego, su muerte, de un cáncer de intestino después de dos operaciones, fue terrible, tristísimo.

Cuando ella murió tenía yo 22 años". Cuarenta y cinco años después, en una cama de barco del segundo piso de Itzea, Julio Caro Baroja moría, a los 80 años, en agosto de 1995. Junto a las obras clásicas, la densa obra que escribió sobre Etnografía y Antropología. "Aquí está lo que más interesaba a mi hermano que, como el tío Pío, también permaneció soltero.

Quizás por eso escribió mucho e investigó más... Éste es Ricardo pintado por Julio, una caricatura del abuelo y el rincón donde mi hermano trabajaba, próximo a su cama".

"Julio padecía diabetes desde hacía años. Tuvo unos microinfartos cerebrales que le hicieron perder la cabeza y sufría con el cuerpo lleno de llagas. Fue durísimo. Su final doloroso se prolongó durante año y medio. Murió en agosto del 95".

Pero años antes, en 1971, Julio acometió una empresa importante. Cuando se retejó la casa, decidió rescatar el viejo desván en la tercera planta. Lo dividió en tres espacios y los tapizó de libros. Era la biblioteca que fue creando a lo largo de su vida.

"Habrá en Itzea entre 30.000 y 40.000 volúmenes, pero en este viejo desván tendremos unos 15.000 libros y folletos. Aquí instaló Julio su caballete, porque le gustaba pintar. Pero, sobre todo, el desván es un mundo de recuerdos. Cada objeto tiene su historia. Es el pasado de la familia... Lo más interesante de este lugar es el armario donde se guardan los manuscritos de Julio. En junio me llegó un original de mi hermano con un texto sobre Estrabón. Me lo enviaba un amigo cumpliendo los deseos de un compañero de Julio, Juan Astorga, a quien se lo había regalado y que acababa de morir".

El jardín de Itzea también se ha detenido en el tiempo: conserva el olor a magnolio y a hierba mojada, pero se ha hecho más frondoso. Y la cashota, construida como una islita por Ricardo en medio de un mar de vegetación y utilizada como taller, gallinero o pequeñísima casa de campo, según las épocas, fue rescatada por Julio para convertirla en un espacio para revistas. Y junto a las grecas brillantes y floridas que pintó Julio en sus paredes, Josefina, la mujer de Pío, ha instalado allí, como contrapunto de un ambiente decimonónico, su bicicleta estática.


Reportaje



Joaquín Cortés / Fernando Fernán-Gómez / Cuando la noche se movía / El pequeño rey león / Niños infelices / En casa de los Baroja / Los hombres de mi agenda, Carmen Rigalt/ La Mirada de Umbral/ Gentes/ El Tablón/ Almanaque/ Horóscopo/ Conócete/ Comer/ Cocina internacional/ Mesa y mantel/ Vino/ Restaurante/ Conéctate/ Aquellos años de..../

TOP LA REVISTA VOLVER