Angel o demonio


Ignacio López de Arriortúa


Ignacio López de Arriortúa había volado a Suiza para asistir a una de las habituales reuniones que los lunes se celebraban en la sede de Generals Motors Europa de Zurich. Sólo hacía seis meses que se había trasladado a la central de Detroit de la compañía norteamericana y ya se había convertido en el hombre clave del saneamiento de la empresa.

El año 1992 le había servido para sentar las bases de su éxito y en 1993 vendría la consagración. Pero ese día debía cambiar su vida. Antes de regresar a Estados Unidos alguien muy importante le esperaba en el Hotel Sheraton del aeropuerto de Francfort. Era Ferdinand Piëch, que acababa de ser designado presidente de Volkswagen y que había pensado en López de Arriortúa como la persona adecuada para ayudarle a sacar a la empresa de una situación más que difícil. Su método para racionalizar los sistemas de producción le había convertido en el hombre estrella de un sector industrial que mueve billones de pesetas cada año.La propuesta era una bomba: dejar General Motors y saltar a Volkswagen.

Entre esa reunión y su fichaje definitivo por la firma alemana en marzo del año siguiente se dieron muchas circunstancias para que el empresario vasco adoptara una decisión que, con el tiempo, ha dado pie a uno de los mayores escándalos de la industria automovilística y que ha terminado, de momento, con su dimisión de la vicepresidencia de Volkswagen. Tres años y medio de guerra entre Generals Motors y Volkswagen, la decisión de una juez de Detroit de admitir y agilizar la demanda del consorcio americano y la caída de las acciones de la empresa alemana forzaron finalmente la renuncia voluntaria de Arriortúa, con una indemnización que algunas fuentes han llegado a cifrar en 1.000 millones de pesetas. A cambio, Volkswagen espera pactar la paz con su competidor.

Prácticamente desconocido hasta hace cuatro años, la presencia de este vasco, nacido en un caserío situado junto a Etxano y Amorebieta, en los titulares de prensa ha sido continua desde entonces. Primero, con su llegada a Detroit como vicepresidente de compras el día 1 de mayo de 1992. A continuación, con su polémico salto a Volkswagen. Y, finalmente, por todos los procesos judiciales en los que se ha visto envuelto.

Iñaki, como todavía le llaman en Estados Unidos, nació el 18 de enero de 1941. El trabajo de su padre, encargado de una fábrica en Izar, le marcó desde pequeño, y se matriculó en la Escuela de Ingenieros Industriales de Bilbao cuando terminó el bachillerato. Siete años después, el 28 de junio de 1966, salió de la Universidad doctorado en Ingeniería Industrial. De carácter muy familiar, su sueño hubiera sido trabajar en la misma fábrica en que lo hacía su padre. Sin embargo, acabó entrando en Idom, una empresa de ingeniería que a las pocas semanas le destinó en Laminaciones Echevarri. Un año después le ofrecieron trasladarse a La Junquera y trabajar en la autopista que debería unir Francia con Gerona. No aceptó porque suponía dejar el caserío y su entorno. La tierra, que al final de su larga carrera volvería a aparecer con fuerza, le marcaba.

De este modo, comenzó a trabajar en Cenemesa, que tenía la planta a unos veinte kilómetros de su casa y que poco después sería adquirida por Westinghouse. Fue ahí donde comenzó a destacar como organizador del trabajo, teniendo en cuenta las habilidades de cada uno de los operarios que rápidamente se sintieron conquistados por él. Pero esta promiscuidad con los trabajadores no gustó demasiado a los directores de la empresa y López de Arriortúa decidió cambiar de aires.


Su éxito en Basauri le hizo ganar prestigio dentro de Firestone, que potenció su asistencia a seminarios internacionales. En uno de ellos, alguien de General Motors se fijó en él


Dejó Westinghouse y se casó con Margarita Urquiza, hija del alcalde de Busturia, a la que había conocido en la playa. La boda se celebró en noviembre de 1969 y, tras el viaje de novios, Iñaki entró a trabajar en Firestone, en el departamento de desarrollo. En 1972, con la llegada a la dirección general de la empresa de Agustín Tellería, tuvo su gran oportunidad. Tellería encargó al joven ingeniero López que pusiera en marcha el método de trabajo Bedaux, que permitía organizar la producción de una forma más rentable. No fue fácil. Los empleados no admitieron cronometrajes e hicieron huelga de brazos caídos. Sin embargo, convencido de sus ideas, Superlópez solucionó el problema con una rápida negociación directa con los líderes del todavía encubierto sindicato Comisiones Obreras. La popularidad que consiguió entre los trabajadores de Firestone hizo que fuera respetado incluso durante la dura huelga de 1975, que duró tres meses. Los piquetes siempre permitieron el paso de López a su despacho en la fábrica.

Su éxito en la reorganización del trabajo en Basauri le hizo ganar prestigio dentro de la organización mundial de Firestone, que potenció su asistencia a seminarios y conferencias. Debió de ser en una de estas reuniones cuando alguien de General Motors se fijó en él. En 1979 los dirigentes de la marca en España, que se disponían a poner en marcha la factoría de Figueruelas, le ofrecieron el puesto de director de Organización Industrial. Aunque el sueldo casi doblaba al que ganaba en Firestone Iñaki lo rechazó. Otra vez su apego a la tierra. No quería dejar Bilbao y mucho menos Amorebieta, donde se había comprado una nueva casa de la que se sentía orgulloso. Tampoco quería que sus tres hijas, Irene, Begoña y Maite, se criaran fuera del País Vasco. Pese a que el propio director general de Firestone, Agustín Tellería, aunque no deseaba perder a su colaborador, le recomendó honestamente que aceptara, él seguía firme en su negativa. Fue su padre, José López Aurrecoetxea, quien finalmente le empujó a aceptar la oferta que marcaría su vida. Empezó su ascenso dentro del gigante norteamericano.

El año 93 tenía que haber sido el de su consagración. A finales de diciembre de 1992, General Motors había hecho público el ahorro que la gestión de Superlópez había supuesto para la compañía en apenas seis meses de trabajo. Los suministradores norteamericanos, que, desde su llegada a Detroit seis meses antes habían mostrado una cierta oposición a sus métodos, comenzaban a aplaudirlos. Poco a poco, las empresas iban aceptando las mejoras en sus sistemas de producción que les proponían los hombres del equipo del ejecutivo vasco a cambio de contratos que les garantizaban el suministro en exclusiva de las piezas que produjeran durante toda la vida del vehículo.

Atrás quedó el estupor y las protestas que había generado el anuncio, cuando apenas llevaba un mes como vicepresidente mundial de Compras, de que todos los contratos de suministro que tenía General Motors quedaban en suspenso. En algunos casos suponía romper acuerdos con empresas que siempre habían trabajado para la compañía, incluso con empresas de la propia General Motors. Todo esto provocó críticas y amenazas que Jack Smith, el presidente ejecutivo de General Motors, frenó una tras otra.

La protección de Jack Smith cimentó la idea de que López de Arriortúa jamás podría dejar el grupo norteamericano. Desde su entrada, gracias al respaldo de Hans Huskes, primero director de Producción y posteriormente presidente de General Motors España, pudo poner en práctica sus métodos, que posteriormente fueron adoptados por General Motors Europa en todas sus factorías y que terminarían por convertir a esta filial en la empresa fabricante de automóviles más eficiente del mundo.

Fue en esa época cuando conoció a Jack Smith, que había sido nombrado presidente de General Motors Europa. Hombre con fama de buen gestor, estaba intentando poner en orden la filial europea que, por entonces, generaba grandes pérdidas. Él fue quién le hizo escalar posiciones. Primero, hasta la dirección general de compras de Adam Opel AG y, posteriormente, hasta la vicepresidencia europea del área. Y cuando, en marzo de 1992, fue elevado a la presidencia ejecutiva de General Motors tras la revolución de los directores generales, le llamó rápidamente a Detroit, para que desde allí impusiera su sistema de trabajo y sacara a la central norteamericana del caos. Sin embargo, a finales de 1992, mientras todo parecía rodar perfectamente para López de Arriortúa en General Motors, él ya había tenido su primer contacto con Ferdinand Piëch, que acababa de ser designado sucesor a la presidencia de Volkswagen.

Piëch, hasta entonces presidente de Audi, una de las marcas del grupo alemán, se había encontrado con una situación desesperada. La pesadez de las estructuras del grupo en Alemania era tal que sería imposible evitar las pérdidas. Bien relacionado con las industrias del sector, fue Hans Merkle, el presidente del Consejo de Administración de Bosch, quien le propuso tener un encuentro con López de Arriortúa. La primera entrevista se celebró en el Hotel Sheraton del aeropuerto de Francfort, aprovechando uno de los habituales viajes que Iñaki hacía a Europa para asistir a las reuniones de General Motors.

Aunque aquella entrevista cambiaría su vida, Iñaki no se hubiera ido de General Motors si no hubieran concurrido tres circunstancias. La primera era que Margari, su mujer, que se había adaptado perfectamente a la vida en Alemania, no conseguía amoldarse a la vida en Bloomfield Hill, el barrio residencial de Detroit en donde viven todos los magnates del sector. Su familia sufrió un cierto vacío después de la decisión de Arriortúa de dejar en suspenso los contratos de suministro. Incluso llegó a recibir amenazas telefónicas. Un día, sus dos perros amanecieron degollados.

El segundo detonante del abandono fue de orden interno. En la cúpula de General Motors alguien comenzó a moverse para intentar controlar el creciente poder que iba adquiriendo el ejecutivo vasco. Aunque en un organigrama de la compañía publicado por el semanario Automotive News, Superlópez figuraba en el puesto setenta del escalafón, en realidad disponía de más capacidad ejecutiva que la mayoría de los vicepresidentes que le precedían. Sobre todo, porque dependía directamente de Jack Smith, el gran jefe. William Hoghlund, el vicepresidente financiero, había intentado que dependiera de él. Una rápida llamada a Smith solucionó el problema, pero a Iñaki le quedó un sentimiento de amargura.

La tercera circunstancia que propició su marcha fue la famosa planta de Amorebieta. Un sueño en el que López de Arriortúa había empeñado su prestigio. Basándose en las promesas que le fueron hechas por Jack Smith, Iñaki llegó a adquirir un compromiso personal muy serio con empresas, instituciones bancarias y personalidades del País Vasco con el objetivo de romper la tendencia de huida de empresas de su tierra y montar allí la fábrica de automóviles más avanzada del mundo. Y se sintió traicionado cuando supo que esa planta nunca se construiría en su pueblo.

Amigo personal de Xabier Arzalluz, Arriortúa había conocido a José Alberto Pradera, diputado general de Álava, siendo todavía vicepresidente de General Motors Europa y se sintió involucrado por la preocupación que éste le manifestó en cuanto al futuro industrial del País Vasco. Por eso, cuando López comenzó a tener perfilado su proyecto sobre un nuevo modelo de fábrica de automóviles, pensó que quizá podría establecer la planta piloto en el País Vasco y más concretamente en Amorebieta, en donde el gobierno vasco disponía ya de unos terrenos que podrían serle útiles.

Comentó la idea a Pradera quien, en pocos meses, puso en marcha un proyecto de financiación en el que colaboraban el Banco Bilbao Vizcaya , la Caja de Ahorros de Vizcaya, el Grupo Mondragón, Iberdrola, y algunas empresas más. Todo esto ocurría durante 1991, año en que la propuesta fue presentada a General Motors.

Hasta la llegada de Iñaki a Detroit no se conoció la existencia del proyecto. Pero entonces, la cúpula directiva prácticamente había tomado ya la decisión de que no sería el País Vasco el escenario de la factoría en el caso de que se construyera. Aunque eso no lo sabía todavía Arriortúa. La primera indiscreción sobre la cancelación del proyecto español la cometió Bill Hoghlund durante la recepción de General Motors en el Salón del Automóvil de Detroit. Allí, el responsable de finanzas de la compañía americana aseguró que se había cancelado el proyecto. Iñaki pidió explicaciones y Jack Smith, para no dejarle en mal lugar, aceptó firmar una carta en la que se decía que la fábrica había quedado congelada pero no cancelada, a la espera de tiempos mejores.


Al saber que General Motors no construiría una fábrica modelo en su pueblo, Amorebieta, llamó furioso a Volkswagen para aceptar su oferta de trabajo. Así empezó la guerra.


Desde ese momento y hasta el ocho de marzo no hubo más novedades sobre la planta de Amorebieta. Ese día, ante su asombro, en la reunión de estrategias futuras de la compañía, Lou Hughes, con el que nunca tuvo una buena relación y que había asumido la presidencia de General Motors Europa, anunció que la fábrica que había ideado el español se localizaría en un país de la Europa del Este. Al saber que no habría fábrica para su pueblo y sus amigos, que le habían nombrado Cónsul Honorario en junio de 1992, furioso, llamó a Ferdinand Piëch para explicarle que estaba decidido a dar el salto.

El día 10 de marzo voló a Detroit. Nada más llegar se entrevistó con Jack Smith para comunicarle su decisión de marcharse. Pero el presidente de General Motors no estaba dispuesto a dejar escapar fácilmente a su colaborador. El viernes día 12 visitó a los López en su casa acompañado de Rick Wagoneer y de Harry Pearce; los tres principales ejecutivos de la compañía eran defensores del español. Le dijeron que ellos se encargarían de deshacer el contrato con Volkswagen y Smith le ofreció la vicepresidencia de Operaciones en América del Norte, lo que implícitamente significaba convertirle en el número dos de la compañía.

No consiguieron hacerle cambiar de opinión. Al día siguiente Jack Smith volvió a la carga, acompañado por su mujer. López terminó por ceder y llamó a Piëch para pedirle disculpas. Éste le ofreció aplazar un año su incorporación a Volkswagen. Iñaki aceptó.

El lunes siguiente volvió a su despacho dispuesto a seguir en General Motors. Revisó el discurso en el que anunciaría a la prensa su continuidad y recibió a Harry Pearce, quien le anunció que su nombramiento acababa de ser aprobado. Pero a continuación cometió el error que convirtió al ejecutivo español en un hombre de Volkswagen. Le presentó a la firma un contrato por cinco años. Iñaki se negó a firmarlo y, en ese momento decidió volver a su casa, coger a su familia y volar a Alemania.

Mientras viajaba hacia Francfort, Francisco García, que le acaba de suceder como responsable de compras de General Motors, entregaba a Harry Pearce una carta de dimisión dirigida a Jack Smith. Al día siguiente, Lou Hughes pedía a Pearce que registraran el despacho de López de Arriortúa para verificar si estaba toda la documentación confidencial que, por su cargo, manejaba. Echaron documentos en falta. Sus más directos colaboradores decidieron pasarse también a Volkswagen. Y estos, a su vez, contactaron con otros ejecutivos de General Motors para ofrecerles que les siguieran en el cambio.

Todo esto hizo temblar a los dirigentes de General Motors que terminaron presentando una solicitud de amparo ante la Justicia alemana. Siguió una nueva demanda por espionaje industrial ante la fiscalía de Darmstadt, después de que Harry Pearce solicitara por escrito a Arriortúa que él y sus colaboradores devolvieran los documentos que tuvieran en su poder. Empezaba la guerra.

Desde entonces, López ha vivido bajo la presión de los Tribunales que en sus primeras decisiones le fueron favorables. General Motors, en vista de la lentitud de la Justicia en Alemania, decidió llevar su demanda ante el Tribunal de Distrito de Detroit, que ha mostrado mucha más diligencia y ha conseguido asustar al consejo de administración de Volkswagen. Su presidente, Klaus Liesen, quiso pactar una salida que acabó forzando la dimisión del español.

Después de tres largos años de batalla, acaparando titulares de la prensa, Iñaki López de Arriortúa se ha convertido en la pieza de la discordia. Ángel o demonio, sus métodos de trabajo han revolucionado el sector del automóvil, donde nadie discute su eficacia.

La batalla legal de General Motors contra él y contra Volkswagen concede a sus ideas el valor que realmente tienen. Los dos gigantes del automóvil aplican sus métodos y su modelo de fábrica está en marcha, aunque nunca haya conseguido llevarla a cabo en Amorebieta, junto a su casa. Ahora, con una cadena de procesos legales sobre su espalda, Superlópez está montando una empresa de asesoramiento. Y anuncia su vuelta con las mismas ideas.


ASI ES LA FABRICA IDEAL DE ARRIORTUA



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