Cesaria Evora, el canto de Cabo Verde

Todo viene del mar, y luego el mar parte las vidas y sólo a veces las devuelve. Trae riqueza y deja saudade. Del mar viene también la música de Cize, la reina de la morna: "Mi canción es alegre y rica, y es triste y saudosa".

Cabo Verde es un archipiélago de suelo árido y volcánico, y a quien camina sus islas, los pies se le desuellan. Lleva Cesaria Evora las plantas de los pies abiertas, "pisadas", como ella dice, cincuenta y cinco años caminando descalza, del puerto de Mindelo a otros puertos. Llega lenta como una barcaza, con un disco nuevo, Cabo Verde : catorce canciones y mucha memoria que recorren las nueve islas de su país, a 300 millas de tierra firme, océano Atlántico, noroeste de Senegal, un millón cuarenta mil almas, setecientos mil caboverdianos en la emigración, nueve dialectos créoles que quedaron del portugués azotado por los vientos, confundido con el canto de los pájaros. Fue colonia portuguesa, independiente en 1975, país agrario y pesquero, castigado por el tiempo y la sequía.

Trae Cesaria Evora el olor de Cabo Verde en su piel oscura y en sus ropas sueltas, y se sienta a contar. Empieza el relato en la colonia de Portugal, muchos barcos cruzaban sus aguas, "los caboverdianos aprendimos a tener fe en el mar. Mindelo es una bahía grande, llegaban barcos y la gente se echaba a los botes, porque los barcos siempre traían cosas, y negociantes y gentes de comercio: la vida era muy movida". Cesaria tenía dieciséis años y un hombre tocaba su violín, ella en un rincón empezó a cantar aquella música, bajito, bajito, y el hombre se quedó mirando y le dijo: "Canta más alto, Cize". El hombre se llamaba Iduardo. Fue así como empezó, a cantar en los bares y en los barcos y a llamarse Cize: "A los portugueses les gustaba mucho mi voz, y los marinos me llevaban a los barcos, eran barcos de guerra, pero en las tabernas no había sólo portugueses, había marineros de todas las razas y países. Se sentaban en las mesas a beber y me llamaban para que yo cantase, lo hacía de pie, allí quedaba con mis sentimientos delante de ellos. Luego me daban monedas".


"Los caboverdianos aprendimos a tener fe en el mar, los barcos siempre traían algo, la gente se echaba a los botes"


Pero un día las cosas cambiaron mucho, "dejamos de ser una colonia, ahora somos un pueblo independiente y sin recursos, sólo nos quedó la fuerza de voluntad". Llegó la sequía a los bares, a los puertos, a la tierra de las islas, "cuando yo era niña, cuando crecí, en Cabo Verde había mucha lluvia, y ahora la tierra está seca. Nosotros respetamos la naturaleza, no sé por qué ahora no llueve, Dios es quien lo sabe, yo no puedo hablar de esas cosas. El hombre no es dueño de su destino, el Apocalipsis está escrito y con certeza llegará pronto".

Después de la independencia, vino el éxodo, los niños nacieron con la saudade dentro, el sentimiento nostálgico hacia los que mueren y hacia los que parten, "los niños saben que sus padres marchan para trabajar, que luego marcharán sus hermanos, que ellos tendrán que marchar también". Cuando a Cesaria le llegó su hora, la del éxodo, le cogió cansada y con los pies ya doloridos, veintiún años caminando, cantando de pie y el sentimiento al frente. No quiso saber de peleas ni de mundos ni de separaciones ni políticas, se encerró en su casa, reposó diez años, nada oyó de las luchas en Mindelo, el puerto más batallador de todo el archipiélago, y un día, pasados diez años, volvió a cantar en un rincón: "El reposo me había hecho mucho bien, así que unos músicos me escucharon y me llevaron con ellos a grabar un disco a Lisboa, fue en el 85. En aquellos años de emigración, los caboverdianos habían abierto muchas puertas por el mundo". Volvió y cantó con fuerza en las nueve islas que ahora recorre su séptimo disco, y dos años más tarde, de nuevo en la metrópoli lisboeta, la llevaron a París: "Dije que sí, que quería ir a Francia, y allí me acogieron muy bien, primero los emigrantes, y después de Miss Perfumado, cuarto disco, con las cosas que decían los periódicos, empecé a tener mucho público francés, y belga y alemán y de todo el mundo".


"No hay nada que llevarse, sólo hay volcanes, nos dejan vivir en calma"


Hace cinco años que también la mujer de Cabo Verde emigra, el trabajo ya no es cosa de los hombres. Y algunos vuelven, y llevan riqueza al país, como antes la llevara el mar, "no todo es la miseria que se pinta", dice Cesaria, "hay gente con dinero, comerciantes, emigrantes que vuelven en agosto, cuando vienen también los turistas".

También ella vuelve, la Vieja grog, con su ford azul que se trajo de París, con conductor, porque le cuesta caminar y quiere viajar y llevar a la familia, cuatro generaciones en el ford. Cesaria es como el aguardiente viejo y bueno, el aguardiente que en su tierra se hace del grog, la Vieja grog le llaman, porque ayuda como puede a los que visitan su casa, les da dinero o comida o ropa o a ver qué piden, en su casa que es "como un teatro", cuatro generaciones juntas, los que quedaron en la tierra. Ahora el violinista Iduardo vive en Holanda.

Cabo Verde es una tierra seca y de una paz rara, "el África con recursos está en guerra, siempre en conflicto. En mi país no hay nada que llevarse, no hay minas, no hay recursos, sólo hay volcanes, nos dejan vivir en calma".

Nueve años lleva la dama de los pies desnudos en esta brincadeira, jugando el mundo adelante, de África a Europa y de Europa a América Norte y Sur. Siete discos y muchos pares de zapatos. Viaja siempre con un par de chinelas, marrones y negras, que las va reponiendo, y luego en su casa de Mindelo tiene zapatos cerrados, "los tengo y no los uso, no me gusta calzarme, en Cabo Verde la gente lleva los pies desnudos". Tiene también una casa para sus noches de soledad, tiene madre y hermanos por el mundo entero y tres hijos que le han dado nietos. "Mis hijos nacieron de tres padres diferentes, no fueron los hombres de mi vida, fueron hijos del azar que me dejó tres veces embarazada. Yo nunca quise tener un hombre en serio, viví siempre con mi madre, porque me gusta".

La madre de Cesaria es cocinera ilustre, conocida en la isla por sus banquetes, ella cocinando y el marido haciendo música: "Así se entiende la fiesta en Cabo Verde, uno cocina e invita a la gente, los sienta en las mesas, les da de comer y les canta". El padre de Cesaria era músico y poeta, tocaba el violín y el cavaquinho y escribía sus líricas. Cuando ella tenía diez años, la internaron en un orfelinato del Corazón de Jesús, de monjas españolas y portuguesas que le enseñaron a leer y escribir, a coser y a rezar. Y después de tres años la niña Cesaria se fue, "le dije a la superiora que o me sacaban de allí o me fugaba". Las monjas le enseñaron lo que no le enseñó la vida.


"Cuando yo crecí había mucha lluvia en la isla, ahora la tierra está seca, que le pregunten a Dios"


Viene hoy de Évora, de cantar al pueblo portugués de su nombre, con mucho humor. Viene contando mil cuentos, de su tierra de poetas, los que escribieron las letras que ella canta y que ya están muertos. Habla de volcanes y de lluvias, mientras come, llegó desfallecida de hambre a presentar su Cabo Verde en Sevilla. Hasta la taberna sevillana trae recuerdos de sus días en la isla, "no son recuerdos alegres ni tristes", son tristes y alegres como su música, dicen que la morna pone luz a las cosas tristes de la vida. "Me gusta volver a los lugares donde antes cantaba, a veces vuelvo". Al escenario sube una mesa, ahora es ella quien se sienta, "pero el sentimiento es el mismo, con dinero o sin dinero, está al frente y desnudo". Y hasta hace poco se sentaba y bebía, grog o coñac, "pero hace dos años decidí que no quería beber más, ya había perdido muchas noches de mi vida". Ahora sólo fuma, y mientras come, en la taberna sevillana, de la sopa al café fuma cinco pitillos, SG de Portugal. Quiere comer sopa y gallina y como no hay gallina pide carne con hueso y le sirven chuletas de cordero y pide arroz y el arroz se lo ponen en la sopa y la comida no le sabe a nada y le traen tabasco, manteca, mojo y sal, y ella condimenta, "me gustan las cosas fuertes". Olores de Cabo Verde. Viene arrastrando los pies, que le duelen. Ayer en Lisboa un médico caboverdiano se ofreció para curarla, quince días sin caminar y sin ver, también quiere enderezarle esa "bolita negra", la pupila del ojo derecho que le cae hacia un lado y Cesaria no ve bien: "Voy a pensar en ello".

Dejó los hombres, dejó el alcohol y dejará el éxito, "en unos tres años, estoy cansada y vieja". La reina de los pies desnudos quiere que el mar la devuelva a su tierra.


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