Dalai Lama

 Dalai Lama


Tenzin Gyatso es un tibetano que camina ligeramente encorvado y saluda agachando la cabeza y reuniendo las palmas de las manos. Parece que recorre el mundo pidiendo perdón. Su mirada, sin embargo, es firme y directa. Las pupilas le brillan como si fuese un leopardo: parece que puede abrirlas y cerrarlas a voluntad.

En cuanto tiene ocasión aprovecha para sonreír como un chiquillo, y lucir una irregular fila de blanquísimos dientes. Tiene una sonrisa maliciosa, que destaca como un cometa en mitad de una cabeza pelada al uno. La piel, tostada por el sol y el aire de las montañas y llanuras de la vertiente norte del Himalaya, se le arruga en la frente cuando pronuncia la palabra "exilio". Sus modales son suaves, sus palabras precisas y su voz, sorprendentemente sanguínea y recia. No resulta sencillo hacerse a la idea de que este individuo de 62 años, de aspecto frágil y bonachón, sea un puñado de sal en la herida de la todopoderosa China. Su Santidad Tenzin Gyatso, decimocuarto Dalai Lama, es el máximo líder espiritual y político de seis millones de tibetanos. Premio Nobel de la Paz en 1989 por su protesta pacífica contra la invasión de su país, se ha convertido en abanderado de la tolerancia y la no violencia. El Gobierno chino dice que sólo es "un entrometido", y que "interfiere en los asuntos internos del pueblo chino". "Tíbet ha sido desde tiempos inmemoriales territorio de China", afirman los invasores, "y, por tanto, sus asuntos competen total y exclusivamente a este país".

Los seguidores del líder budista, por otro lado, aseguran que es la última reencarnación del espíritu de la compasión, un espejo de perfección, un maestro incomparable, el señor de la merced y de la penetrante visión, la joya que otorga todos los deseos...

Pregunta.-Los budistas dicen que usted es su Dalai Lama, es decir, un océano de sabiduría. Los chinos, sin embargo, le llaman "el lobo vestido de monje". ¿Quién es en realidad Tenzin Gyatso?
Respuesta.-Sólo soy un monje budista. Tibetano accidentalmente, por el lugar donde nací. Un monje budista que cree firmemente en la libertad y en la no violencia. Trato de ser realista y práctico, para ayudar a la construcción de un mundo más humano y mejor. Un lama es una persona sabia, estudiosa, buena y respetada. Mi primera motivación está dirigida hacia todos los seres vivientes, y en segundo lugar estoy dirigido a ayudar a los tibetanos. Uno de mis principales trabajos es educar a las nuevas generaciones, enseñándoles que el mundo es cada vez más pequeño y los problemas cada vez más globales; recordar a la gente que el amor y la comprensión son las fuerzas capaces de hacer mejores a los hombres.

P.-¿Exageran los que aseguran que usted es un dios viviente?
R.-¿Tengo aspecto de dios? ¿Podría usted comparar mi aspecto con el del dios occidental? (risas). Seguro que sí, que los que dicen eso exageran. Por lo menos si hablamos en términos de un dios occidental. Si hablamos en términos budistas, la cosa cambia: la mayoría de los tibetanos me considera la reencarnación del dios de la compasión. Pero no es comparable el dios todopoderoso de las religiones de Occidente a nuestro Buda.

Antes de cumplir tres años Tensin Gyatso fue sometido a numerosas pruebas, para ser finalmente reconocido como la reencarnación de Avalokiteshvara, el "señor que mira hacia abajo", el bodhisatva de la compasión infinita. Un bodhisatva es un ser que ha logrado total o parcialmente el estado de iluminación. "Recuerdo que, de pequeño, yo tenía muy mal carácter. Pero con los años, y gracias a un largo entrenamiento mental, he cambiado mucho. Creo...", dice ensayando una carcajada. "Siempre he buscado la paz interior, el encontrarme bien conmigo mismo. Y esa calma interior es útil para la salud física. A través de la meditación uno puede modelar su propia mente".

Cuando cumplió cuatro años fue entronizado en Lhasa, capital de Tíbet, y dos años después se hizo monje y recibió una educación de gran nivel para dirigir el país y cumplir sus funciones religiosas. "Mi vida era muy rutinaria entonces", recuerda. "Estudiaba dos veces al día. Las clases eran de una hora, y el resto del tiempo lo pasaba jugando. A los trece años empecé a estudiar Filosofía, Definición y Debate. Y Caligrafía. Me acostumbré a la rutina. Pero de vez en cuando tenía vacaciones, muy agradables y felices. Recuerdo que mi madre, algunas veces, me traía un pan especial muy grueso y muy rico que hacía ella misma".


"Mao me impresionó. Parecía honesto, pero no cumplió ninguna de sus promesas"


En 1949 la rutina se quiebra: China invade Tíbet. Entre el cielo budista y la tierra comunista el joven Dalai Lama recuerda a sus seguidores que la religión que profesan es partidaria de la no violencia, y rechaza cualquier tipo de lucha armada. Plegarias contra fusiles en mitad del siglo XX. Pero no puede evitar que se forme una resistencia, y que las manifestaciones por la libertad sean reprimidas con dureza por el Ejército chino. Hoy se puede hablar de genocidio, con más de un millón de tibetanos muertos y decenas de miles de torturados, encarcelados, desaparecidos y exiliados. "Me reuní varias veces al comienzo de los años cincuenta con Mao Zedong, y me impresionó muchísimo. Parecía un hombre honesto", afirma. "En las largas negociaciones que tuvimos me prometió muchas cosas, pero no cumplió ninguna. Me dijo que habían entrado en Tíbet para ayudarnos a convertir el país en una nación moderna, y que dos décadas después, cuando hubieran finalizado el trabajo, se marcharían. Pero en todos estos años no han hecho nada por los tibetanos: han tratado de destrozar nuestra cultura, nuestra religión, y nos han convertido en uno de los lugares más pobres de Asia. Y no sólo no se han marchado, sino que han intentado establecerse mediante programas especiales, animando a la gente de su país a vivir aquí". En Tíbet, un país con seis millones de habitantes, se han asentado ocho millones de colonos chinos.

Un frío día de marzo de 1959 el último Dalai Lama tuvo que huir, acompañado por 100.00 tibetanos más, al otro lado del Himalaya. Desde entonces vive en el exilio, en la aldea india de Dharamsala.

P.-Usted ha manifestado que no volverá a su país hasta que no pueda garantizar la felicidad de todos los tibetanos. ¿Es imposible algún tipo de acuerdo, pacto o negociación con China?
R.-Es difícil, pero confío en encontrar una solución razonable para ambas partes. Estamos dispuestos a negociar cuando sea posible y sin condiciones previas. Nuestra voluntad es buena y, si es necesario, no reclamaremos la independencia completa de Tíbet. Nos conformaremos con una genuina autonomía política. Tras la muerte de Deng Xiaoping no hemos notado ningún cambio en la situación, seguramente debido a que tres años antes el poder chino no estaba en unas solas manos, sino en una nueva fórmula de liderazgo colectivo. Actualmente mantenemos abiertas algunas vías de diálogo, y puede que en un futuro podamos negociar. Tenemos que pensar que Tíbet es un país que carece de acceso al mar, con un desarrollo material y económico escaso. Esto significa que de alguna manera podemos beneficiarnos de la China más desarrollada. Y ellos también pueden beneficiarse de nosotros, de nuestra filosofía budista. Algo así como un intercambio en el que ellos aportarían lo material y nosotros lo espiritual. El objetivo chino lo dice: "Un país, dos sistemas". Por eso, si nos conceden una verdadera autonomía, se podría solucionar el problema. Necesitamos, eso sí, señales positivas por su parte".

P.-¿Cree usted de verdad que les sería posible convivir de forma pacífica con China?
R.-Sí. Ellos podrían manejar las relaciones exteriores, puesto que están mejor comunicados que nosotros. En nuestras manos debería quedar todo lo relacionado con la sociedad y la enseñanza. Es una apuesta mía por algo que llamo "camino de en medio", que se basa principalmente en los principios de no violencia, y que no es otra cosa que la posibilidad de alcanzar un autogobierno real y verdadero.


"Con China nuestra voluntad es buena. Nos conformamos con una genuina autonomía"


P.-Occidente ha reaccionado de inmediato ante otras invasiones, como la de Kuwait. Pero durante demasiado tiempo se ha mostrado indiferente con Tíbet...
R.-China es un país grande y poderoso. Ocupa un puesto privilegiado en la ONU, y su economía está a punto de florecer. Y tiene grandes amigos entre los países occidentales. Vivimos en un mundo de intereses, y los tibetanos somos un pueblo pequeño y humilde que no tiene demasiados valores materiales que ofrecer a las demás naciones. Parece que importa poco que China invada un pueblo o deje sistemáticamente de respetar los derechos humanos. Piense que en una escala de valores política, la propia política estaría situada por delante de los hombres.

P.-El acuerdo político y económico con China puede llegar algún día. Pero, ¿lograrán los tibetanos recuperar totalmente su cultura y olvidar lo sucedido? China, lejos de fortalecer Tíbet, lo ha convertido en un erial: un niño de cada seis muere antes de cumplir cinco años, el analfabetismo alcanza al 70% de la población, la expectativa de vida no llega a los 40 años, ha prohibido el estudio de su propia lengua y ha destruido 6.000 templos.
R.-Debemos perdonar si queremos vivir en paz. Nuestra causa es justa, pero el pasado es sólo pasado. El tiempo colocará las cosas en su lugar. No tiene sentido vivir pensando en el pasado.

P.-Como tampoco lo tiene utilizar la violencia...
R.-Efectivamente. El budismo justifica la utilización de la violencia en ocasiones muy determinadas, pero nunca es recomendable. Son ocasiones tan complejas, y los resultados son tan peligrosos, que es mejor olvidarse. La violencia acarrea resultados impredecibles. Y sólo genera más violencia. La felicidad nace en la compasión y el amor a los demás, y la violencia nos aleja de ella.

P.-El budismo está de moda. Actores muy populares como Richard Gere se declaran budistas, el cine toca habitualmente el tema, los políticos quieren fotografiarse a su lado...
R.-Siempre me siento agradecido cuando hay gente, sea o no famosa, que tiene interés por nuestra lucha y por nuestra cultura. A principios de siglo Tíbet mantenía muy pocos contactos con otros pueblos, y el tiempo nos iba dejando atrás. Ahora parece que mucha gente se interesa por nosotros, y también por nuestra religión. En principio pienso que es mejor que cada individuo permanezca fiel a su cultura y a su propia religión. Pero no debemos olvidar que se puede aprender siempre de otras religiones. Y que Buda, cuando enseñó, incorporó en sus enseñanzas prácticas no budistas de épocas anteriores.

P.-Buda dijo en una ocasión: "El que pregunta se confunde, el que responde se confunde".
R.-(Carcajada). En el budismo todo suele depender del punto de vista y del enfoque, por lo tanto es peligroso hacer declaraciones definitivas. La gente me pregunta: ¿Puede el budismo ofrecer refugio, en este tiempo convulso que vivimos, a todo el mundo? Yo sólo puedo decir que depende de su actitud, de sus necesidades y de su capacidad de disciplina y estudio. Y que la cultura de Tíbet tiene un potencial aplicable no sólo a las relaciones entre personas, sino también en las relaciones con los animales, con el medio ambiente, y con nosotros mismos.



La locura nacional: Madrid-Barça/ Relato: La liga de papá/ Entrevista con Dalai Lama/ Thor, el último aventurero del siglo/ Relevo en La Moncloa/ Moda: Amaya Arzuaga/ Vanidades/ Lo mejor de la semana/ Gastronomía/ Viaje: Valencia/ Parada y fonda/ Internet/ Sexo/ Lo que hay que saber/ La mirada de Francisco Umbral/ Dos X Uno/ La columna de David Trueba/ Cartas/ Bonos-Regalo/ Horóscopo/


TOP LA REVISTA  VOLVER