Azores, ocultas por el océano

A 1.460 kilómetros de Lisboa y al doble de Nueva York, el archipiélago de las Azores, descubierto por los portugueses en el siglo XV, son nueve islas volcánicas, muy verdes, y fantasmales que, surgidas del fondo del mar, quedaron allí perdidas, flotando en la inmensidad del Atlántico, sometidas a extraordinarias fuerzas naturales. Un microcosmos en absoluto exótico pero sí muy diferente.

En la conjunción de tres fallas tectónicas, allí se duda de la bondad de la naturaleza. La tierra cuece y tiembla. El clima cambia en horas. Los árboles y las flores miden tres veces más que en el continente y los peces más emblemáticos son los grandes cetáceos. Supervivientes de una casta en extinción, los cazadores de ballenas son los protagonistas de la última gesta no tecnológica, del siglo XX.

Desde el aire, el océano tiene el color del plomo y las nubes corren a la velocidad del rayo. San Miguel es la isla más grande y su capital, Ponta Delgada, una pequeña ciudad con cierta densidad de casas palaciegas e iglesias de lava negra y cal.

Nada más aterrizar, una procesión interrumpe el tráfico. Delante del cura bajo palio, desfilan las niñas de primera comunión compitiendo con sus vestidos de organdí. Es el preámbulo. Todo el recorrido por las islas es una mezcla, a partes iguales, de lo conocido, pero que está en nuestro pasado, y lo raro, que aquí siempre es obra de la naturaleza. A fin de cuentas, la población, la lengua y la cultura del archipiélago son netamente portuguesas.

Huele a heno por los prados cercados de hortensias hasta llegar a un lugar de encantamiento, bullente de vida salvaje. La Laguna de Fuego, en el cráter de un volcán, hoya en la cumbre rellenada por la lluvia, es un espejo enorme de agua verde, inmóvil, con playas de arena de piedra pómez, bahías y ensenadas. Se levantan las nubes y el espejo azulea; bajan y se reflejan perfectamente. Se puede nadar en aquellas transparencias y pescar truchas, lucios y carpas. Pero habitualmente no hay nadie. Bordeada por un auténtico acantilado interior, barrancos cubiertos de clyptomerias, hay que bajar a pie para disfrutar de un silencio limpísimo y solitario, sólo interrumpido por los graznidos de gaviotas que andan apareándose.


Repartidas por las islas del archipiélago quedan sólo 260.000 personas. Y no se conoce una familia que no tenga algún pariente fuera


En Caldeira Velha, una cascada baja del monte. Chorros de agua que echa humo, sobre la piedra roja y el musgo, y remansa en una poza donde chapotea la gente. Baño termal en el bosque, a 37º C, entre acacias y hayas desconocidas y helechos que aquí son árboles. En el Valle de las Furnas, la tierra hierve. A la orilla de otra laguna, por donde pisas, a cada poco, hay agujeros como charcas donde cuece un barruque gris a borbotones. Allí se hace tradicionalmente el cocido, sumergen los pucheros y a las seis horas vuelven los hombres y los sacan a brazo del tirón: 20 kilos con una mano. Un festín suculento y una visión de otro mundo. Los turistas parecen espectros entre los vapores.

Furnas es un lugar balneario con un jardín romántico, fabuloso, iniciado por un potentado americano en el siglo XVIII. Doce hectáreas con miles de árboles de todo el mundo: palmeras neozelandesas y canarias donde habitan los murciélagos, bananeras de África del Sur, araucarias de Polinesia y un pino de Norfolk que mide 148 metros de altura y más de 5 de diámetro. Cisnes y nenúfares en el canal y, al borde de la piscina termal de color café con leche, metrossideros de Japón floridos de rojo y un pabellón decimonónico, balaustradas y vidrieras, convertido en un hotel más que exclusivo.

La isla de Pico es una belleza y una miniatura. De forma oblonga, su superficie está prácticamente ocupada por la montaña que le da nombre -2.531 metros, la cima más alta de todo Portugal- cuya forma característica actúa como señal desde lejísimos. En realidad es un volcán reciente, la última erupción ocurrió en 1718, cuya cumbre aún despide fumarolas. Acantilada y sin playas, arquitectura rural, negra, adornada de colores encendidos. Y en el mar, esculturas de lava.

En este pequeño mundo, casi intacto, se han cazado ballenas hasta 1984, ayer mismo. Una lucha titánica que tiene mucho en común con el toreo. Aquí, en parte, la cultura es todavía oral y cobra toda su épica en los relatos de los balleneros. José Silveira, Silvinho, está vivo milagrosamente: "Yo ya la había arponeado. El cachalote tendría ocho metros, para defenderse, embistió a la canoa con la cabeza y yo caí en su boca abierta. Quedé clavado en uno de sus dientes, colgando, con todo el cuerpo fuera. Veía que desde el barco gritaban horrorizados, pero en el agua no sientes dolor y no me di cuenta de nada hasta que me desprendí y vi el mar todo rojo de mi sangre". Aunque resulte increíble, volvió a la caza: "Durante tres años, pero un día fue mi hermano quien cayó y la ballena lo mató de un coletazo, instantáneamente". Se le nota enganchado y lleno de nostalgia, ¿volvería? Silvinho es un hombrón, un tipo duro. Enseña dos agujeros terribles en su costado y vacila: "A idade (la edad)... no", se le quiebra la voz imperceptiblemente y abrevia: "A morte do meu irmao (la muerte de mi hermano)".


Todo el recorrido por las islas es una mezcla, a partes iguales, de lo conocido y lo raro, que aquí siempre es obra de la naturaleza


Esa forma de vivir, esencia de la isla durante dos siglos, se ha banalizado en una miniaventura a la que acuden los turistas impregnados de ecologismo sacralizante. Despega la zodiac, botando por el océano, con un grupo de germanos políglotas y venerantes. Avistamos al fin como dos islas pardas flotantes que lanzan agua como un géiser. "Oh, cachalote, cachalote", exclaman en francés y señalan como si hubiera que ser un lince para ver a aquellas dos moles.

Los seguimos un tiempo infinito, ellos nadan tan panchos resoplando, pero los turistas no se cansan a pesar de que ya han alcanzado el éxtasis, cuando levantan las colas en esa imagen tan típica para la foto. Al fin se sumergen y aparecen los delfines en manada. "Oh, golfinho", gritan ahora en portugués y así otro par de horas en las que da tiempo a hacer repaso de una vida entera, mientras dos de ellos se bañan, impávidos, como si lo visto fueran boquerones.

Encrucijada de rutas oceánicas, Faial es la isla más híbrida pero también la más cosmopolita. En el Peter's Café Sport, un bar mítico, recalan navegantes de medio mundo y pescadores que buscan sus trofeos entre atunes y tiburones. Allí se cambian mensajes, todo tipo de moneda y se beben gin tonics. En el acantilado, sobre una cala idílica, el vigía avista ballenas y avisa por el walkie. A la antigua usanza, se lanza un cohete que se escucha en toda la isla -del cráter que la domina, de 1.450 metros de diámetro, revestido de cedros y de musgo chorreante, al desierto de Capelinhos, un cabo surgido de las cenizas de la última erupción en 1957- y un enjambre de yates sale del puerto deportivo a toda máquina.

Terceira fue la tercera en descubrirse y la última en caer bajo el Imperio cuando ya todo el resto de Portugal era español. Desde la sierra del Cume, media isla se ve como una retícula de prados cuajados de vacas. Trajín de pesca y mariscos excelentes en São Mateus. Por todas partes, ermitas blancas pintadas de mil colores donde se vuelca la devoción popular al Espíritu Santo, mezcla de paganismo y fervor católico, que forma parte de su idiosincrasia. A pleno sol, bañistas en Praia da Vitória, única playa de arena, océano en calma. Y gente cálida en la ciudad fría: Angra do Heroísmo, la más antigua del archipiélago, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Ordenada según el modelo racional del Renacimiento, todas sus calles, rectilíneas, desembocan en la hermosa bahía en cuyo fondo, dicen, duermen muchos galeones españoles y goletas de piratas. De bella traza y con aire entre colonial y centroeuropeo, con catedral, palacios y conventos, carece, no obstante, de esos rincones pintorescos que tienen todas las urbes antiguas y, de noche, queda como petrificada. Un terremoto la destruyó en 1980. Reconstruida minuciosamente recuperó su apariencia pero no la misma vida.


En las azores siempre se ha trabajado doble, en el mar y en el campo


En las Azores siempre se ha trabajado doble, en el mar y en el campo, para alcanzar la subsistencia y, antes, sólo cada mes o más, llegaba un barco del continente. Hasta hace poco la vida ha sido dura en las Azores. Se nota en todo, pero una cifra basta: un millón de nacidos en las islas viven emigrados, principalmente en EEUU y Canadá, formando auténticas colonias donde mantienen su moral tradicional y sus costumbres. Repartidas por las 9 islas quedan sólo 260.000 personas y no se conoce una familia que no tenga algún pariente fuera.

Después de la Revolución de los Claveles, el nivel económico ha mejorado mucho, en buena medida gracias al empleo en la burocracia que ha generado la administración autónoma y por las subvenciones que prodiga la Unión Europea a esta región ultraperiférica.Un microcosmos de aldea, a punto de perder la virginidad, en un mundo global uniformado. El que quiera conocerlo en su etapa de turismo incipiente, que acelere.


 Azores, ocultas por el océano

Turismo de Portugal. Tfno: (91) 522 93 54 y fax: (91) 522 23 82.

CóMO IR.

Desde Lisboa, TAP vuela a todas las islas, excepto Corvo. Hay vuelos diarios interislas y conexión por barco (media hora) entre Pico y Faial y entre Flores y Corvo.

COMER

Un lujo de pescados y marisco, pan y quesos. Buena carne. A no perderse el cavaco, aún mejor que la langosta, y cracas, como percebes mínimos que hay que extraer con un alambre y el cocido de las Furnas. Té y piña natural de San Miguel. Vino de Pico, que bebían los zares. El precio medio de los restaurantes oscila entre 1.500 y 4.000 pesetas.

Faial: O Barao, A Árvore, Capote, Canto da Doca (también pub), Peter's Café Sport (pub y snack emblemático), todos en Horta.

San Miguel: London, Alcides, Talismán y Mimo en Ponta Delgada, copas en John's Pub; Marisqueira Regional en Lagoa; Terra Nostra en Furnas. Gilberto, taberna tradicional en Relva; Monte Verde en Ribeira Grande; Gazcidla en Mosteiros. Pico: Hotel do Pico y Pizzeria Popular (a pesar del nombre, su fuerte es el pescado) en Madalena.

Abrigo: lingüiça con ñames, en Cachorro.

L'Escale de l'Atlantic: cocina francesa, en Piedade.

Terceira: Marcelino's: filet mignon y carnes flambeadas, en Angra. Beira Mar, Adega São Mateus y Quinta do Martelo en São Mateus.

Ponta Negra: tapas, en Porto Martins. Copas en Beco das Alcaçarias en Angra y O Negrito en São Mateus.

DORMIR.

El desayuno siempre está incluido.

San Miguel: en Ponta Delgada. Açores Atlantico: bueno y convencional. Habitación doble: 17.300 pesetas. San Pedro: estilo georgiano colonial. Hab. doble: 15.000 pesetas. Talismán: modernista y singular, con encanto. Hab. doble: 12.600 pesetas. Senhora da Rosa: en las afueras, acogedor, con muebles antiguos. Hab. doble: 13.800 pesetas. Nossa Senhora do Carmo: en el campo, turismo rural con carácter. Hab. doble: 14.200 pesetas. Furnas. Hotel Terra Nostra: confortable con bonita piscina cubierta. Hab. doble: 14.000 pesetas. Casa do Parque: exclusivo, sólo dos suites en una mansión. Hab. doble: 33.000 pesetas. Ambos en el jardín botánico, con piscina termal. Maia. Solar de Lalem: una quinta deliciosa con una cocina antigua fantástica, buena comida y piscina. Hab. doble: 8.700 y 11.000 pesetas. Santo Antonio: Casa do Monte: casa solariega con caballos, bicis y burros para los niños gratis y atención muy personalizada. Hab. doble: 10.000 pesetas.

Faial: en Horta. Estalagem Santa Cruz: parador en un fuerte del siglo XVI, sobre el puerto. Hab. doble: 13.800 pesetas. Hotel Fayal: con piscina y bungalós. Hab. doble: 14.800 pesetas. Castelo Branco. Quinta das Buganvillas: turismo rural estupendo. Hab. doble: 11.000 pesetas.

Pico: en Madalena. Hotel Pico: funcional con piscina y gimnasio. Hab. doble: 11.000 pesetas. Piedade. L'Escale de l´Atlantic: albergue rural sin lujo, personalidad y ambiente atractivo. Habitación doble 9.000 pesetas. Lajes. Aldeia da Fonte: turismo rural de apartamentos, cocina china. Hab. doble: 11.000 pesetas.

Terceira: en Angra. Beira Mar: moderno, al borde de la bahía. Hab. doble: 12.500 pesetas. Vinha Brava. Nasce-Água: casona del XIX, lujosa, con jardín y piscina. Hab. doble: 16.300 pesetas. São Carlos. Quinta de San Carlos: quinta histórica a 5 minutos de la ciudad, alta decoración, gran parque y piscina. Habitación doble 16.300 pesetas. São Mateus. Quinta do Martelo: casa de labor y centro etnográfico, magnífico, para perderse. Hab. doble: 11.700 pesetas y 15.000 si incluye coche, algo muy caro en Azores. Pousada de Juventude: albergue nuevo y bien acondicionado al borde del mar. 1.700 pesetas persona/día.

ACTIVIDADES

Pesca de altura, regatas de canoas balleneras y todo tipo de deportes náuticos. Observación de ballenas y delfines (último refugio de cetáceos del Atlántico norte, con más de 20 especies) en Lajes (Pico). Espaço Talassa: 4 horas en zodiac 7.500 pesetas/persona. Tfno 67 20 10 y fax 67 26 17; en Horta (Faial) Peter's Café Sport: en barco semi-rígido. Tfno 22327 y fax 31287. Visita a la fábrica de ballenas de São Roque (Pico) muy interesante y al Museo de los Balleneros de Lajes (Pico). En Terceira: touradas á corda, festejo tradicional a modo de encierros descafeinados. Además golf, caballos...

* Precios en temporada alta (junio a septiembre).

Fotografías



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