Eduardo Chillida
 Eduardo Chillida


Quién no imagina a Eduardo Chillida de piedra o hierro, de madera aún? Y es el escultor un ser afable, de sonrisas, hondo de humor y ternura. Tiene una boca fina que se le tuerce al reír, y unos ojos que vuelan lejos y a veces se vuelven turbios.

Anda de cabeza. Con homenajes, declaraciones, polémicas, premios de los que ni había oído hablar: "Como si yo supiera de todo. ¡Yo no sé de nada!, pero me gustaría saber, entonces, ahí ando, rascando". De cabeza con Tindaya, la montaña mágica que quiere llenar de vacío en homenaje a Jorge Guillén (Lo profundo es el aire). En Fuerteventura, un espacio cerca del cielo, un cubo enorme (50 metros por 50 y por 50) barrido por la luz del sol y más tarde de la luna. Donde mucho antes los guanches aborígenes consultaban lo divino. Quiere abrir en la montaña un lugar para todos los hombres que son iguales.

Pero le precede a Chillida la discordia, empeñada en arrancarle su sueño grande. La montaña se le apareció, llevaba años buscándola, herida en su falda por siete canteras de piedra volcánica, la traquita; envuelta en contenciosos entre el Gobierno insular y propietarios mineros, entre el Cabildo y el pueblo, ecologistas y mineros.

Chillida les dijo: que la piedra se extraiga de dentro, y en su hueco yo ordeno el vacío, monumento a la concordia. Hay una coordinadora pequeña y organizada que dice que no se fía. El artista les pide que demuestren sus dudas: especulación del terreno en torno a la obra, carreteras como puñales, adosados sobre el basalto, turismo a mansalva, caciquismo... Si las demuestran, él va y se retira, sin sueño. "A ver qué demuestran".

Intz Enea es un ventanal sobre roca de mar. Es su casa, en la margen izquierda de la bahía, San Sebastián. Huele la casa a avena limpia. Salones grandes y sólidos que albergan a una familia de muchos. Dieciocho caben a la mesa, en dos bancadas rectas y lisas. No hay vacíos en casa de los Chillida, hay llenos de aire, de viento y de palabras: el artista y su entorno es un cúmulo de historias que contar. Alrededor trajinan las mujeres con la tarea que da la obra del escultor. Hijas, nueras, sobrinas, y al frente del barco, encaramada en la vigía de un puente de mando, Pilar. La conoció en la baranda de La Concha, la vio, tenían quince años, y dijo: "Mi mujer". Cuenta Pili que ya entonces, y han pasado 58 años, aunque Eduardo ni lo sepa, su novio nunca llevaba dinero en el bolsillo: "Me invitaba al cine, llegábamos a la taquilla y resulta que no podía pagar, no entendía qué era el dinero". Ahora Pili le mete siempre unas monedas en el salpicadero del coche, tapaditas con un cartón fino, "para los peajes, y para los que me venden papeles de ésos", explica luego él. Los nietos, tiene 23, están rechiflados, le llaman "el banco ambrosiano del aita".

Tiene Chillida otro lugar que marca el límite entre San Sebastián y Hernani. Un caserío del mil quinientos treinta y algo, rodeado de árboles ancianos y praderas plagadas de su escultura. Joaquincho, que fue leñador en Canadá, es el rey de Zabalaga.Quién no imagina a Eduardo Chillida de piedra o hierro, de madera aún? Y es el escultor un ser afable, de sonrisas, hondo de humor y ternura. Tiene una boca fina que se le tuerce al reír, y unos ojos que vuelan lejos y a veces se vuelven turbios. Restaura, cuida el verde y hoy recoge para el almuerzo las setas que han brotado confundidas de estación, después de una lluvia de 45 litros por metro cuadrado. Chillida conoció el casón derruido y le fue preguntando, "a ver, ¿tú qué quieres, tener tres pisos como antes? ¿que te entre la luz por arriba?". La casa iba respondiendo. Hace unos días estuvieron los del Guggenheim, que quieren llevarse algunas piezas, "ya veremos".

Eduardo Chillida, 73 años, guarda su hechura atlética, la de antes de romperse la rodilla, la de guardameta de la Real. Luego vinieron cinco operaciones, no pudo volver a correr, pasaba por ser el más valiente cuando todos corrían; ni pudo si quiera volver a la gradas porque no soporta el ruido del balón si no lo toca. Lo cuenta y se ríe. Ríe en cuanto puede. Cuenta mil anécdotas y desgrana preguntas infinitas.

Pregunta.-Estaría muy bien que fuera usted quien empezara, ya que su obra es siempre una pregunta.
Respuesta.-Preguntas. Las preguntas que yo hago son siempre las mismas. Mejor te cuento una anécdota. En el año 50 me caso, y nos vamos a París. Yo andaba absolutamente perdido en el tiempo: en un presente que no tiene medida, porque si la tuviera, la vida no podría seguir. Llevaba meses sin hacer nada, intenté volver a hacer lo que había hecho hasta entonces, piezas que salían directamente del mundo griego anterior a Fidias. Sabía que aquél no era mi lugar, pero lo intenté. No fui capaz, las había hecho cuando no sabía, pero entonces que ya sabía, no podía. Y antes, cuando dibujaba, me había pasado algo parecido, por eso empecé a dibujar con la mano izquierda, para dar tiempo a la sensibilidad y a la percepción de enviar órdenes correctas.

P.-Para usted, ¿conocer algo es sólo el punto de partida de un desconocimiento mayor?
R.-Yo me coloco en un territorio donde todo es desconocido, cosas de los hombres que no entendemos y que yo trato de entender. Luego lo que uno aprende con el arte no se puede enseñar. Lo que se puede enseñar no vale gran cosa, lo que vale es lo que tú tienes que aprender. Si uno no tiene preguntas, mal asunto.

P.-Preguntas y polémicas, uno tiene la impresión de que a usted siempre le rodeara la polémica, ¿no le agota?
R.-Sí, es muy desagradable. Como ésta de Tindaya, tanto lío, cuando yo sólo quiero hacer algo para los hombres, un gran espacio donde nos sintamos más pequeños de los que nos creemos y más iguales los unos a los otros, un lugar de tolerancia, maravilloso. Los ecologistas que se oponen no han visto el proyecto, y además lo reconocen.


"EN EL PAIS VASCO, UNOS Y OTROS NO HAN TENIDO LA DIGNIDAD POR ENCIMA DEL MIEDO"


P.-Usted iba por ahí buscando una montaña para llenarla de vacío, una utopía, ¿cuántos años la buscó?
R.-No muchos, no sé cuántos porque nunca miro para atrás, hará... voy a preguntar (pregunta a las mujeres): desde el 92. Pero antes, desde que estuve de profesor en Harvard en los setenta, y me hice amigo de Guillén, vengo haciendo homenajes a su palabra: Lo profundo es el aire. Lo hago oradando la piedra, metiéndome en granitos sin tocarlos por fuera, interrogando al espacio y a la materia, ¿no será que son lo mismo?

P.-El caso es que preguntando llegó a Tindaya. Dicen que a usted le llamó una comisión arqueológica para restaurar los daños producidos por unas canteras.
R.-No, no, no, a mí no me llamó nadie, qué va. Hay una cantidad de mentiras... Mira, todo esto empieza de una manera muy sencilla: yo me suelo despertar de madrugada y se me ocurren cosas especiales; y a oscuras, pienso. Yo había estado visitando montañas con el ingeniero Fernández Ordóñez, en Sicilia, en Finlandia. Nos avisaban, íbamos, y no encontrábamos lo que queríamos. Entonces un día él me llamó y me contó que en Fuerteventura había una montaña preciosa con unas canteras que habían parado porque estaban deshaciéndola por fuera. Y yo, a oscuras, muy relajado, pensé: a éstos que sacan la piedra no se les ocurre que están metiendo el espacio; pues que sigan sacando la piedra y yo me quedo con el espacio, para ofrecérselo a los hombres, no quiero más, no quiero ni una perra.

P.-Y fue a verla, y debió sentir que aquello era la horma perfecta: Tindaya, un lugar cargado de fuerza religiosa.
R.-Cuando la vi no tuve duda. Y entonces oí hablar de las huellas, que no se podían dañar. Imagínate, subí y allí encontré aquellos podomorfos dejados por los guanches, y resulta que eran idénticos a mi firma con unos dedos añadidos. Son cosas raras, ¿eh? Estaban totalmente desprotegidos, cualquiera podía destrozarlos: un podomorfo y al lado un corazón, Marichu quiere a Joaquín. La montaña es mágica en sí, llama a cualquiera, pero no para hacer un bar, ¿verdad?, ni una cantera abierta. Mi proyecto respeta todos los restos que allí hay. Y yo hago una apuesta, reto a los ecologistas a que presenten por escrito sus contras.


"TODOS SOMOS HOMBRES INCLUSO ESOS ANIMALES QUE MATAN"


P.-Si la coordinadora Montaña Tindaya le demuestra la especulación y la supuesta corrupción generada en torno a su proyecto, ¿de verdad se retirará?
R.-La pelota está en su tejado. Ellos dicen que el Gobierno canario está fomentando la construcción de urbanizaciones y hoteles y bares allí delante, sobre aquellos acantilados de basalto. Yo les dije que si eso era así, yo no hago mi obra, pero que esto me lo tienen que demostrar por escrito. Cómo voy a hacer la obra si montan una fiesta alrededor, eso rompería todo lo que yo había imaginado, dejaría de tener sentido: aquello tiene que ser un lugar tranquilo, tal y como lo entendieron los guanches, tiene que recuperar el sentido que tuvo. La gente desconoce todo lo que se ha publicado a favor del proyecto, tengo hasta el artículo de un arquitecto que dice que Tindaya sería un ejemplo para todas las canteras del mundo.

P.-Si le parece, vamos a dejar el vacío para que hable de su otra gran obsesión, la medida, que al parecer le surgió desde el interior de una portería de fútbol, ¿se ven muchas cosas desde la meta?
R.-La portería es el lugar tridimensional del campo, es donde ocurren todos los fenómenos complejos del fútbol, cosas que tienen que ver con la geometría: por ejemplo, todas las salidas del portero en busca del que viene son para hacer más pequeña la portería; o lo del penalti, yo tenía la astucia de colocarme desplazado del centro y paraba penaltis por eso. Hay mucha gente que no sabe que a mí quisieron ficharme el Barcelona y el Madrid, ya lesionado, ¿eh?, con cinco operaciones en la rodilla, pero mi padre se opuso. Tuve suerte, si no, ahora sería entrenador por ahí.

P.-Abandonó el fútbol y más tarde la carrera de Arquitectura, porque sabía que era escultor. ¿Cómo se sabe eso?
R.-No tenía pruebas, pero lo sabía. Tenía algunos problemas con el ángulo recto, prefiero el ángulo de los griegos, que es el que hace el hombre con su sombra: es mucho más tolerante. De hecho, la Arquitectura ahora se rebela contra el ángulo recto. Yo, con mucho respeto, notaba que aquél no era mi sitio.

P.-Dígame Chillida, ¿y qué dijo su padre, militar con Franco, cuando supo que su hijo quería dedicarse al arte?
R.-A él le gustaba mucho el arte.Dibujaba muy bien, y era un hombre muy culto. Nos hacía un juego: nos pedía que saliéramos de la sala y él cambiaba alguna cosa de lugar y había que adivinar qué era, y los tres hermanos allí por el suelo, como sabuesos. Esto desarrollaba nuestra percepción. Otra cosa muy importante que nos enseñó es que "el hombre tiene que tener el nivel de la dignidad siempre por encima del miedo". Como si fuera un termómetro, para ser honrado y poder decir lo que piensa.

P.-"Soy consciente de que no sé exhaustivamente nada". ¿Qué le da más miedo, Chillida, su ignorancia o la de otros?
R.-La ignorancia me da pena, la mía y la de otros, pero son cosas que cada uno tiene que resolver a su manera.


"ME QUISIERON FICHAR DE PORTERO EL BARÇA Y EL MADRID"


P.-Me refiero a esa ignorancia que se convierte en intolerancia.
R.-Eso es lo que nunca puede ser. Todos somos hombres, incluso esos animales que matan, pero hay que tener mucha sensibilidad para aguantar. Yo soy bastante inocente, me puse en el caso, me parecía imposible hacer algo tan repugnante. Ellos lo hicieron. Todos hemos estado gritando, pero lo que no podemos es caer ahora en lo de antes. Yo creo que esto se puede arreglar.

P.-Decir en el País Vasco, como usted dice, que "la Tierra ha de ser un gran pueblo", ¿es jugársela?
R.-Pues yo no lo sé, pero lo digo muchas veces. Uno primero es hombre y luego vasco, o siberiano, o lo que sea.

P.-¿Qué ha hecho más daño en el País Vasco, el fanatismo de unos pocos o la ambigüedad de muchos?
R.-Sobre todo ha hecho daño que unos y otros no han tenido el nivel de la dignidad por encima del miedo.

P.-O sea, la cobardía. ¿Es fundamental que la gente se haya quitado el esparadrapo de la boca, como han dicho?
R.-Sí, claro, pero hay que quitárselo hasta cierto punto. Lo que no se puede hacer ahora es ir a por ellos, porque esto encendería a los jóvenes, que son más capaces de tonterías, de un lado y de otro.

P.-¿Cree de verdad que hay un antes y un después de Miguel Ángel Blanco?
R.-Es muy posible y muy deseable que esto sea ya el final de todo eso.

P.-Chillida es una persona profundamente enraizada en la tierra...
R.-Todos queremos mucho a nuestra tierra, pero esto no puede impedir que te sientas parte del universo, comparable a cualquier otro pueblo o raza.

P.-Usted que tanto le debe a la luz oscura del Cantábrico, ¿sería capaz de esculpir a la luz blanca mediterránea?
R.-Yo visité Grecia y sentí que todo aquello lo había creado la luz, y caí como un imbécil. Después de haber asumido que yo no soy de esa luz, sí, soy capaz.

P.-¿Cómo sería su homenaje al tiempo?
R.-Es muy difícil meter el tiempo en un libro, pero he hecho un libro homenaje a Bach y cuando pasas las páginas tienes la sensación de que el tiempo está funcionando. Bach y la mar son mis maestros, nunca diferentes, pero nunca siempre iguales.

P.-¿El tiempo es la esencia trágica del hombre?
R.-Sí, pero no sólo el tiempo, el espacio también. Es que el espacio y el tiempo son tan próximos, que a veces no se sabe cuál es su diferencia.

P.-Un ser esencialmente filosófico como usted normalmente empieza dudando de Dios, ¿a usted de dónde le viene la fe?
R.-Tuve un momento así, de duda, pero se me pasó pronto, afortunadamente.

P.-Podría contar cómo lo resolvió...
R.-Con un axioma. De la muerte la razón me dice, definitiva; de la razón, la razón me dice, limitada. La razón no llega a saber si la muerte es o no definitiva.



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