La excursión. Estos niños forman parte del grupo de escogidos, hijos de monárquicos, que estudiaron con el Príncipe de Asturias en el colegio habilitado en el palacio del Paseo de la Castellana, de la familia Falcó. Después se “creó” otro en la finca Las
 
 
Discretos. Carlos (a la izqda.) y Fernando (a la dcha.) han compartido el gusto por las mujeres bellas, pero también la discreción sobre sus conquistas.


Aristocracia / Los hermanos Falcó

Dos conquistadores muy nobles

Fernando y Carlos siempre desearon pasar desapercibidos, pero ni sus apellidos ni sus amores se lo han permitido. Lo último: la especial amistad del marqués de Cubas con la empresaria Esther Koplowitz. Sin embargo, los Falcó jamás han alardeado de sus conquistas ni de su amistad con el Rey, una relación que se gestó en la infancia.

por María Eugenia Yagüe

Los hermanos Fernando y Carlos Falcó tienen en común algo más que su apellido. Son monárquicos fieles, aunque nunca serviles. A los dos les gustan las mujeres; Fernando paseó por Madrid a princesas destronadas y estrellas de Hollywood y Carlos podría haber formado parte de la familia real británica. Ninguno de los dos ha hecho alardes de sus conquistas. Han sido elegantes y generosos cuando se les acabó el amor, y eso que la deslealtad y la traición jugaron un papel importante en el final de sus matrimonios. A pesar de todo, siempre han tenido palabras generosas hacia su adversario. Son dos caballeros de los que ya no quedan.

Fernando Falcó ha vuelto a salir de su discreta vida como presidente del Real Automóvil Club de España, cargo que ocupa desde i976. Se habla de su relación con Esther Koplowitz y en los tiempos que corren, cualquier otro le hubiera sacado buen provecho a tener una especial amistad con la empresaria más importante de España, pero al marqués de Cubas no hay quien le saque ni una palabra. “Jamás contaré nada de una mujer...”. Aunque hubo una excepción: cuando Isabel Preysler dejó a su hermano para irse con Miguel Boyer. El marqués de Cubas pensaba que Carlos era demasiado benévolo . “No creo que tenga que defenderla a capa y espada, a costa de su propia imagen. Le admiro por su elegancia ante el final de su matrimonio, pero no todo el mundo es tan buen perdedor”.

Los Falcó tienen por costumbre aceptar las decisiones ajenas y dejaron equivocarse a Carlos, aunque aquella boda colocó a la familia en las portadas de las revistas del corazón, algo que les producía horror. Los Montellano eran otra cosa. De don Manuel Falcó y Escandón –grande de España, extraordinariamente culto y apasionado de la Restauración–, su hijo Carlos heredó la biblioteca familiar, de incalculable valor. Su esposa Hilda Fernández de Córdova, descendiente del Gran Capitán, era una gran señora, aficionada a la caza, exigente consigo misma y comprensiva con los demás, todo un carácter.

En casa se respiraba cultura, buenas maneras y tolerancia. Los cuatro hijos (Carlos, marqués de Griñón y de Castel Moncayo; Fernando, marqués de Cubas; Felipe, que luego haría carrera militar; y Rocío, marquesa de Berantevilla) nunca decepcionaron a sus padres. Nacieron –como dicen los versos de Machado– en un patio de Sevilla, justamente en el Palacio de Las Dueñas, propiedad del duque de Alba, primo del duque de Montellano. El padre de Antonio Machado trabajaba para la casa de Alba en tareas administrativas y tenían un pequeño pabellón dentro de la finca, donde nació el poeta y vivía la familia. A los hermanos Falcó les encanta esta coincidencia. Carlos vino al mundo el 3 de febrero de i937 y Fernando, el ii de mayo de i939. Los Montellano huían de un Madrid hambriento, asediado por las tropas de Franco en el que las bombas caían incluso sobre el Palacio de Liria. De vuelta a Madrid se instalaron en el palacio del Paseo de la Castellana, rodeado de una hectárea de jardines, que durante la guerra había sido sede de la legación diplomática de Estados Unidos. En la actualidad es la sede de la Unión y el Fénix.

En contra de las rancias costumbres de la aristocracia conservadora, Carlos entró en el Liceo Francés a los nueve años. Su presentación en sociedad se produjo poco después, en la boda de su prima Cayetana con Luis Martínez de Irujo. Sus compañeros de clase le consideraban reflexivo, racional y sin dobleces. Por el contrario, Fernando era muy extrovertido, rápido, divertido y con un sentido del humor muy español, mientras el de Griñón era un humor británico, sutil y en el fondo muy ingenioso.

Los veranos en Estoril –en un hotel cercano a Villa Giralda, donde Don Juan de Borbón vivía exiliado con su mujer y sus hijos– marcaron la infancia de los Falcó, que pasaban el día jugando con los infantes de España. Frente a la opinión de otros aristócratas, el duque de Montellano era partidario de que Don Juanito, como llamaban a Juan Carlos de Borbón cuando era niño, estudiara el bachillerato en España, en el país que era el suyo y del que todos ellos esperaban que un día llegaría a ser Rey.

REAL AMISTAD
La generosidad de los Montellano con la causa del Conde de Barcelona era tan sincera que el duque puso a disposición de Don Juanito el palacio de la Castellana, mientras ellos se trasladaban a un piso en la calle Ventura de la Vega. En el palacio se habilitó un colegio que Don Juanito compartía con algunos niños: José Luis Leal, que luego fue ministro de Adolfo Suárez; Jaime Carvajal y Urquijo, marqués de Isasi, casado con Isabel Hoyos, sobrina de la duquesa de Alba; Juan Güell; y Fernando Falcó, de nueve años, futuro marqués de Cubas, entre otros. Esa amistad entre Don Juan Carlos y Fernando ha permanecido en el tiempo, pero Cubas jamás ha hecho alardes de ella, nunca ha tenido vocación de cortesano. Por su parte, Carlos no olvidará su paso por el internado navarro de Lecaroz, un colegio espartano donde los alumnos se duchaban con agua helada a las seis de la mañana, oían misa a diario, los domingos dos, y donde su talante liberal y respetuoso tenía que soportar la humillación de recibir la correspondencia abierta.

Contra la tradición familiar, Carlos no quiso seguir la carrera militar y se empeñó en estudiar ingeniería agrónoma en Lovaina (Bélgica). A los i7 años había heredado de su abuelo, el duque de Arión, una espléndida finca en Casa de Vacas (Toledo), que soñaba en convertir en una empresa agrícola moderna y rentable. En Lovaina confirmó su talante europeo y cosmopolita. Los estudiantes discutían de política, organizaban debates, hablaban de Jean Paul Sartre, prohibido en España. Un día se escapó a Bruselas para ver un striptease, eso también era Europa. Pero cada vez que volvía a España se daba cuenta de lo poco que le unía al señorito español, ése que ni trabajaba ni cultivaba sus tierras ni leía más que las críticas taurinas.

Fernando se tomó la vida con otra filosofía. Era un apasionado de los coches, de conducir. Estudió Derecho con buenas notas –en casa de los Montellano no se permitían veleidades con los estudios–, y además de dedicarse a los negocios, se ocupaba también de llevar el patrimonio familiar. La muerte de Felipe –el hermano mayor, de 33 años, militar y casado– en un accidente cuando se dirigía con Carlos al volante a un rally de coches conmocionó la vida familiar. Fernando dejó de competir en carreras de automóviles para siempre.

En los años 60 no había señora importante que visitara España que no apareciera del brazo del marqués de Cubas. Desde Ava Gardner, Odile Rodin, la viuda de Porfirio Rubirosa, a Soraya, la emperatriz iraní repudiada por el sha de Persia. “Es injusto que se me haya conocido más por mi faceta lúdica. Me gustan las señoras, puede ser un defecto o una cualidad, pero he trabajado toda mi vida”, asegura el marqués de Cubas.

El 2 de junio de i982, al donjuán le cortaban la coleta. Cubas tenía 43 años cuando se casó con Marta Chávarri, de 2i, hija de un diplomático y bisnieta del conde de Romanones. Un año después nació su hijo Álvaro, pero en i989 la aventura de Marta Chávarri con el empresario Alberto Cortina acabó con el matrimonio. Duro castigo para un playboy tardío.

La prensa de sociedad de la época relacionó a la multimillonaria Cristina Onassis con Fernando Falcó, pero en realidad la hija del magnate griego, Aristóteles Onassis, estaba loca por su hermano Carlos, a quien había conocido en una cacería en España. Ha sido el secreto mejor guardado de la familia. Cristina se sentía muy sola tras la muerte de su único hermano. Su padre se había casado con Jackie Kennedy, así que decidió venir a España a buscar consuelo en el marqués de Griñón. Instalada en el Ritz, empezó a llamar a todo el mundo para encontrarle. Cuando le dijeron que estaba cazando por algunos pueblos de Toledo, a Cristina sólo se le ocurrió coger un taxi y empezar la búsqueda. Con tan mala suerte que el taxi se estropeó en medio de una carretera secundaria y sin tráfico.

La mujer más rica del mundo se plantó en medio de la calzada y le pidió a un camionero que la llevara a buscar al marqués. Así llegó a la finca La Palomilla; todo el mundo se quedó con la boca abierta al verla bajar de la cabina de un camión. Cristina pasó el verano en Casa de Vacas, y Carlos fue muy cariñoso con ella. Pero se marchó cuando se dio cuenta que no habría nada más. La pobre niña rica no tuvo éxito con el caballero español.

Griñón tampoco se entusiasmó con otros grandes partidos, todas dispuestas a casarse con él. Desde Pilar Weiler, hija del fundador de Air France, uno de los hombres más ricos de Francia, a la princesa Alejandra de Kent, prima de la reina de Inglaterra. En cambio le impresionaron la belleza moderna, la personalidad y el carácter de Jeannine Girod, miembro de una importante familia suiza instalada en España. Se casaron en i963, después de un noviazgo corto, quizá demasiado. Él tenía 26 años, Jeannine, 20. Se fueron a California, donde Carlos estudió las técnicas más modernas para llegar a cultivar cepas francesas en su finca toledana de Malpica, una locura para algunos, que hoy reconocen su esfuerzo y su tesón para llegar a tener una bodega de gran prestigio, que exporta al mundo entero.

MATRIMONIOS
En California vivieron su mejor época, entre hippies y pacifistas, flores y la música de Bob Dylan. Allí nació Fernando, el hijo mayor, pero cuando regresaron a España para vivir en Casa de Vacas, el matrimonio ya tenía fecha de caducidad. Ramón Mendoza se llevó a Jeannine Girod y Carlos luchó para quedarse con los niños. En i97i obtuvo la nulidad y durante i0 años vivió para sus hijos, las mujeres fueron algo secundario. Hasta que en una proyección privada de Fiebre del sábado noche, conoció a Isabel Preysler que oficialmente seguía siendo la mujer de Julio Iglesias. Un mes después le pedía que se casara con él, aunque los Falcó pensaban que aquello no podía durar, aterrados por la nueva imagen que iba adquiriendo Carlos, portada habitual de la prensa del corazón.

El 23 de marzo de i980 se casaban en Casa de Vacas. Tamara nacía un año después. No fue suficiente, ella se aburría en el campo, y a él le aburría la banalidad, pero ante los rumores de sus diferencias, el marqués lo negaba todo y hablaba con admiración y respeto de su mujer. Incluso cuando la relación de Isabel con Miguel Boyer, vecino de ellos en la colonia de El Viso, era un secreto a voces, Carlos optó por el silencio. El día que Carlos dejó por fin la casa familiar de Arga i, Boyer, ministro de Economía del gobierno socialista, entraba para quedarse para siempre. “Boyer se bebió su whisky, se fumó sus puros y le quitó a su mujer”, cuenta un amigo del marqués de Griñón. “Pero él nunca tuvo una mala palabra para ellos”, añade con ironía.

Fátima de la Cierva, bisnieta del duque del Infantado, apareció en la vida de Griñón en el momento oportuno. Tenía 34 años, 22 menos que Carlos, cuando se casaron en el consulado español de Bayona (i993), pero era una mujer serena, colaboradora activa de oenegés, viajera, con una gran cultura y alérgica a llamar la atención o salir en la prensa. Tienen dos hijos, Duarte y Aldara, y viven en El Rincón, otra finca más cerca de Madrid que Casa de Vacas. La tercera marquesa de Griñón es la compañera ideal para un hombre de vuelta de todo, que sigue conservando su fe en la Humanidad y mantiene intacta una escala de valores, como el honor y el respeto al prójimo. Nobleza obliga.

   
   

 

   

 

   
   
MAGAZINE
TOP