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M A G A Z I N E 
152   Domingo 25 de agosto de 2002
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ENTREVISTA ANTONIO MERCERO
“Dirigiendo a los niños me sentía como un domador de circo. Con ellos hay que tener mucha paciencia si no te vuelves loco”

Vuelve al cine con la historia que fue “Los pelones” y ahora será “Planta cuarta”: un drama con humor sobre el cáncer que ataca a los niños, basado en la experiencia real de Albert Espinosa.

 
La cabina, (1972)
 
 
Farmacia de guardia, (1991/95)
 
 
La hora de los Valientes, (1998)
 

por Elena Pita. Fotografía de Chema Conesa


Antonio Mercero. Quiere que le llamen Antonio, Antxón y hasta Txomín, porque es vasco de Lasarte. Estudió Derecho en Valladolid. Los veranos volvía a su pueblo y montaba festivales, hacía parodias e imitaba a cualquiera. Ya no iba a ser notario, sino contador de historias.

Hay mucha integración entre la piel de Mercero y sus gafas, enormes, cuadradas. Porque a ver, tiene el cineasta un grano en la nariz, vertiente izquierda, que le para la caída de las lentes. Y su mujer que le ha pedido que se lo opere y él, que no, que cómo iba a frenar la caída, de las gafas, se entiende. Pero Mercero no quiere que le llamen Mercero. Y dígame, Mercero, “¿qué, Pita?”, me contesta. Quiere que le llamen Antonio, o Antxón, o hasta Txomín, porque es vasco de Lasarte, 1936. Huérfano de padre, asesinado éste en la primera embestida de la Guerra por comandos anarquistas que vaya a saber qué vieron de malo en aquel buen señor de boina calada, jefe de personal de la fábrica local de Michelín. Hijo único de su madre, que aprendió pronto a emocionarse. Iba pues el muchacho para notario porque así ella lo quería. Estudió Derecho en Valladolid y hete aquí que en la Meseta descubre su capacidad para la risa. Humor y emoción, el binomio es suyo: así resume el realizador la trayectoria de su obra y de su vida.

Íbamos por Valladolid. Allí, colegio mayor de Santa Cruz, conoció Antonio el teatro y el cine, estudió, leyó, interpretó; le llevaba de la mano el padre Martín Descalzo, agitador cultural del colegio, organizador de la Semana de Cine de la ciudad. Por los veranos volvía el chico a su pueblo de Lasarte y montaba festivales y se subía a una tarima y hacía sketchs y parodias e imitaba a cualquiera. Se descubrió para el público: hacía reír, era un showman. Ya no iba a ser notario, ya no. Supo de una escuela de cine que había en Madrid y dudó entre ser intérprete o realizador: le pudo la magia de contar historias. Y su madre, el grito en el cielo, que notario que notario. Y él, realizador. Y al final, pues venga, lo que él quisiera. Se vino para Madrid y a la primera lo consigue: le dan la Concha de Oro de San Sebastián por su ópera prima, que fue el cortometraje Lección de Arte, año 62. Pero su logro definitivo aún se haría esperar una década, que dio de lleno con el éxito de las teleseries (Crónicas de un pueblo, Verano azul, Farmacia de guardia...), que alternó con aciertos en el cine (La cabina, La guerra de papá, Espérame en el cielo, La hora de los valientes...).

Estamos bajo el Puente de los Franceses, que nada tiene que ver con la guerra de los franceses, nos cuenta, sino con los ingenieros franceses que construyeron esta elevación sobre el río, por donde los trenes del Norte entran en Madrid, por donde a él le traía el expreso de Guipuzcoa. En la piscina del Lago suena Strangers in the nigth entre estridencias infantiles y el restallar del calor sobre el asfalto de la M-30. Este es su barrio, junto al Manzanares, el río de Madrid que realmente no cruza Madrid sino que hay que ir, asomarse y verlo. Aquí vive Mercero desde el 72, o sea desde La cabina, ¿recuerdan tan bien como yo la angustia de aquel señor (José Luis López Vázquez) encerrado y mudo entre paredes de cristal? Aquí viven también cuatro de sus seis hijos y sus correspondientes nietos, que ya van para i0. Ahí llega María con sus dos niños, que el mayor quiere enseñarle al abuelo sus gafas de sol oscuras con muñequitos a color. Miguel y Juan, que hoy comen con la abuela. El director nos ha citado en la terraza de un bar (a Dios gracias corre una leve brisa) junto a la clínica Moncloa, donde estos días hace rehabilitación: todo queda en el barrio, que es como su casa. “Buenos días Antonio”, le saludan. Se ha caído con sus 95 kilos de peso en una caída tonta como todas las caídas, que dan vergüenza, y se ha fastidiado rodilla y hombro izquierdos. Así que ahora anda las mañanas tirando de poleas, subiendo saquitos de arena y dándole a una rueda como un timón. Antonio Mercero, jugoso como un oso, lleva una melena blanquísima cortada cuadrada sobre los hombros, cuadrada como sus gafas. Se atusa el flequillo en un aire, como echándolo hacia atrás, coqueto, juvenil, showman, Mercero.



P. ¿Se puede afrontar la muerte con humor?

R.Hombre, es difícil, se puede relativizar a través del humor, pero yo pienso en mí y me resulta difícil plantearme la muerte con humor.

P. No sólo la muerte, sino el tándem cáncer/humor, ¿no es algo insólito?

R. Sí, es difícil superar el cáncer con humor. La gente lo supera poniendo mucha energía para luchar contra la enfermedad. Eso se ve en la película y eso fue lo que me gustó y me pareció insólito de la obra, que aun contando semejante drama, tenía mucho humor. Los chavales tienen i4 años, tienen ganas de vivir y pasarlo bien, y el hospital se convierte para ellos en una especie de patio de recreo. No es que yo me ría del cáncer, sino que se ríe el espectador de las cosas que hacen estos chavales, que están continuamente transgrediendo las normas del hospital, supongo que por olvidarse del problema y porque su energía sigue funcionando. Me gustó ese juego de humor y sufrimiento, que estaba en el texto, muy bien contado, porque son las experiencias personales de Albert, que estuvo entre los i4 y los i8 con problemas de cáncer: el 80% del guión es lo que él vivió.

P. ¿Qué sentirán al ver la película los padres que hayan pasado o estén pasando por este trance?

R. Pues verán que está planteada con mucho amor: está hecha con ternura, con emoción. No es una película triunfalista, porque aún no puede serlo, y porque médicamente está hecha con mucho rigor, pero sí es optimista, esperanzadora. Aporta una sensación de serenidad y dignidad ante la muerte, en la lucha por la superviviencia.

P. ¿Está de acuerdo conmigo en que la sociedad occidental ha perdido su capacidad de enfrentarse con la muerte?, ¿será que lo material nos aferra a la vida más que lo espiritual?

R. Sí, tienes razón, quizá el sentido religioso ayuda mucho a morir con dignidad. Y además, el hedonismo que transmite la sociedad de consumo nos ha hecho ir olvidando el sentido de la muerte como tránsito o como parte de la vida. El resultado es que se tiene más miedo, porque además vemos tanta muerte en la televisión, en su forma más terrible y trágica.

P. Hablemos de niños, ¿le parece? ¿Su afición por las películas con niños le viene de su propia familia numerosa (seis hijos, nueve nietos)?

R. No lo sé, pero creo que cuando cuentas historias de la sociedad, joder, es que siempre hay niños. Mira cuantos niños pequeños hay en esta terraza. Yo fui hijo único y noté mucho la ausencia de hermanos, sobre todo a la larga, yo no tuve esa fraternidad que veo en mis hijos. Tal vez sea eso.

P. Pues será el primero. Y, ¿por qué tuvo usted tantos hijos, porque Dios se los dio?

R. Pues porque quise, supongo que por lo mismo que te estoy diciendo: porque yo no tuve hermanos y quería que ellos sí los tuvieran.

P. Pues menos mal que le ocurrió hace tiempo, porque ahora se quedaría con las ganas, con esta política social que tenemos en cuanto a ayudas a la familia.

R. Es cierto, la vivienda, la guardería, los colegios, el trabajo: todo es muy difícil, a esta sociedad no se le ayuda a tener hijos.

P. Paradójico, ¿no le parece?, con un Gobierno que defiende la familia como baluarte.

R. Sí, porque en otros países la madre recibe ayuda nada más nacer el hijo. Si quieren que aumente la natalidad, habría que apoyar a la gente de una forma eficaz. Yo por ejemplo estudié con becas.

P. Porque fue usted huérfano de guerra, ¿no es así? ¿Cómo murió su padre?

R. Pues en el 36, en agosto, nada más empezar la contienda. Lo fusilaron los anarquistas, porque cuando estalló el conflicto, los anarquistas campaban mucho a su aire y se dedicaban a ajusticiar a la gente relacionada con el capital. Mi padre era jefe de personal de la fábrica de Michelín de Lasarte, que era un cargo importante y muy vinculado a la empresa, y supongo que por eso se lo cepillaron, porque era un factor social. Aunque en realidad no lo sé, porque no lo conocí.

P. ¿Su madre estaba aún embarazada?

R. No, yo ya tenía seis meses. Ella tenía 26 años. La recuerdo siempre vestida de luto, un luto de unos i8 años, allá en Lasarte. Y yo creo que ella lo llevaba como acusación hacia quienes se lo habían arrebatado: era un enfrentamiento, un luto contestatario contra quienes no le ayudaron. Mi padre era del PNV o por ahí, como todo el mundo en Lasarte entonces, pero no de este PNV. Pero curiosamente, en mi película anterior, La hora de los Valientes, el héroe de la película es un anarquista: aquello pasó y ya está, fue doloroso sobre todo para mi madre, porque yo fui dándome cuenta poco a poco de la importancia de no tener padre ni hermanos: hacia los cuatro años empecé a preguntarme por qué mis primos tenían aita y yo no.

P. Supongo que a su madre el suceso sí le marcaría la afinidad política, ¿y a usted?

R. A ella sí, lo vivió con un dolor muy continuado. A mí me ha hecho pensar mucho, pero ya ves, si hago que el héroe sea un anarquista, es porque no tengo odios contra nadie. Con toda esta historia de mi infancia, yo podía haberme convertido en un chaval triste; pero no, era alegre, extrovertido, me gustaba el humor, cantaba en el coro... Cuando pude darme cuenta de lo que suponía la muerte de mi padre, ya había madurado.

P. Volviendo a su cine, ¿dirigir a un niño es más difícil que dirigir a un adulto?

R. Sí, pero sobre todo es distinto. A un actor le hablas racionalmente, mientras que con un niño tienes que jugar, porque a veces ni siquiera saben leer ni escribir, como el protagonista de La guerra de papá, así que cómo van a aprenderse un guión. En aquel caso, con Lolo García, nos hicimos muy amigos antes de empezar la película, íbamos al parque de atracciones con su madre, para que el niño me cogiera cariño. Luego yo iba al rodaje con los bolsillos llenos de caramelos y con cuentos que les cogía a mis hijos, y jugaba con él: mira, si dices esto bien, te doy un cuento. ¿Sí? Sí (y va poniendo distintas voces en directo). Y él era listo, y como aquello era un juego, lo hacía muy bien, no perdía espontaneidad: yo me sentía como una especie de domador en el circo. Y ahora con Cuarta planta se han dado escenas similares, con mucha ternura, por ejemplo la de un chaval que le pregunta a Juanjo Ballesta (El bola), ¿por qué no tienes pierna?

P. ¿Se sintieron cómodos en su papel de enfermos?

R. Cuando los llamé no sabían de qué iba la cosa. Fui haciendo pruebas y al final les tuve que decir, mira, tenéis que cortaros el pelo, y ellos, ¿por qué? (voz de adolescente). Pero lo asimilaron muy bien, no se asustaron, aprendieron a andar en silla de ruedas con toda naturalidad, no hemos necesitado ni un extra, los chavales aprenden todo rapidísimo.

P. Pero usted también es una persona de mucha paciencia, ¿verdad?

R. Sí, para dirigir niños hay que tener mucha paciencia, si no, te vuelves loco. También con los de i4 tienes que adaptarte a su mundo y charlar con ellos, y tal tal (voces).

P. Tengo entendido que usted llora bastante, ¿con qué cosas llora?

R. Hombre, no digas eso: ¡que lloro bastante! Todo porque aparecí una vez en televisión en una entrega de premios llorando, porque le habían dado el premio a Adriana Ozores, y desde entonces tengo una fama de llorón...

P. ¿Y el sentimiento del amor le da pudor?, ¿por qué no aparece en sus películas?

R. Más que el amor, es el sexo. Las escenas eróticas no me salen bien, no sé hacerlas. En cambio el amor, sí.

P. ¿Pero usted es una persona pudorosa con el sexo?

R. No, no; el sexo lo llevo bien, a mi aire. Es sólo en las películas, como alguna vez lo he intentado y no me ha salido bien, pues nunca he hecho grandes historias de amor, ni eróticas.

P. ¿Y en su vida normal, cuando habla con sus amigos, por ejemplo, evita los asuntos de sexo?

R. No hombre, no, coño, si quieres hablamos ahora mismo. No soy un puritano, hasta con mis hijos hablo de cosas erótico-festivas. ¿Acaso crees que soy una especie de sacristán, es eso lo que estás pensando? ¡Joder, cuando uno tiene seis hijos!

P. Hace un rato dijo que estaba enamorado de su película, cosa bastante normal porque es usted muy entusiasta de lo que hace, ¿no es así?

R. A los directores siempre les gusta su película. Es mucho trabajo como para que al final no te guste, pero eso mismo te vincula profundamente y pierdes objetividad. Aunque yo creo que con ésta me pasa más que con otras, quizá porque la escritura del guión fue muy intensa y porque el tema es muy delicado. Me he metido mucho y me siento más vinculado que otras veces.

P. Antonio, sabido es que en ocasiones ha dejado a la audiencia de alguna serie colgada en su mejor momento, porque ha optado por el riesgo, por empezar con algo nuevo. ¿Se arriesgaría con un argumento sobre su País Vasco?

R. Lo intenté, con un guión mío que se llama Está lloviendo y te quiero, que cuenta de algún modo mi infancia y mi adolescencia en el País Vasco, y que toca la problemática vasca. Pero intenté hacerlo en Euskadi y no me dieron las ayudas necesarias, así que se quedó abandonado. Claro que me atrevería, pero tendría que irme a vivir allí, porque el tema de Euskadi hay que vivirlo de cerca: desde la perspectiva de Madrid cambian mucho las cosas.

P. ¿La televisión le ha hecho de oro?

R. Me ha permitido vivir con dignidad, y me ha dado cierta independencia para poder elegir lo que quiero hacer, aunque esto me haya llegado un poco tarde.

P. O sea que ya no hace televisión alimenticia.

R. No, ya no: hago lo que me gusta.

P. Hay una cosa que no me encaja: dice que no hace más televisión porque en general, la programación no corresponde a su sensibilidad, sin embargo sus series están entre las de mayor audiencia, o sea que efectivamente representan la sensibilidad televisiva, ¿no?

R. No, yo no hago más televisión porque los proyectos que me ofrecen normalmente no me gustan, y punto. A mí la programación de televisión me gusta porque elijo sólo los programas que quiero ver, como la serie Cuéntame.

P. Que parece mismamente de Mercero, con perdón.

R. Sí, es verdad, incluso me han felicitado por ella, qué curioso. Será porque hay niños, familia... (casualidades de la vida, por ahí viene su hija María con los niños Miguel y Juan, que se acercan a saludar al abuelo).

P. Antonio, ¿ayuda a afrontar la despedida saber que alguien prolongará tu propia existencia, me refiero a su hijo Antonio Mercero , guionista metido ya en asuntos de televisión?

R. Hombre, tengo no sólo uno sino dos hijos metidos en esto. Uno, Antonio, que es guionista, y otro, Iñaqui, que es realizador, ha hecho ya alguna serie. Y bueno, pues sí, estoy muy contento de tener dos hijos que continúan con lo mío, me da mucha alegría esto de la saga, y una cierta esperanza.


 
 
 
Cuatro fantasías


1 Verano. El verano nacido de mis sueños juveniles fue el “Verano Azul”. El de mis sueños actuales es el “Verano Verde”, o sea vivir una temporada en plena naturaleza, bajo los robles y las hayas del País Vasco.

2 Sueño. Es un mismo sueño en distintos escenarios y consiste en que me cuesta muchísimo llegar al lugar donde quiero ir; siempre surgen problemas que me van interrumpiendo. No sé cómo es este lugar adonde quiero llegar, sólo sé que allí hay algo bueno.

3 Huida. Nunca he sabido a dónde huir, porque como en mis sueños nunca llego a donde quiero... Por tanto mi huida verdadera sería volver a mis orígenes, a mi pueblo, Lasarte, y pasar unos hermosos días en paz y en libertad.

4 Utopía. ¿Que qué haría con el dinero de los más ricos del mundo? Pues por un lado, pasármelo bien con los míos y por otro intentar fundar instituciones que ayudaran a ser felices a los demás, a vivir. Tendría mi propia fundación, porque en mi familia somos muchos.
 
 
 La mirada
 
Su vida a través de las películas


Desde que empezó a trabajar, su verdadero éxito tardó 10 años en llegar. Fue en 1972, en televisión, con la serie “Crónicas de un pueblo”. A partir de entonces, sus aciertos televisivos, que serán muchos, alternan con mejor y peor suerte en la gran pantalla. Hoy por hoy, Mercero hace cine y sólo la televisión que le gusta.

2. “Crónicas de un pueblo”, (1972). Teleserie basada en las historias cotidianas de un pueblo ficticio de Castilla. Fue un rotundo éxito de pantalla pese a su profunda carga ideológica, arriesgada para su época.

3. “La cabina”, (1972). Película protagonizada por José Luis López Vázquez, con guión de José Luis Garci. Recibió entre otros muchos premios, un Emmy y el Premio Nacional, ambos en el 73.

4. “La guerra de papá”, (1977). Largometraje basado en la novela de Miguel Delibes “El príncipe destronado” y protagonizada por el niño Lolo García y los actores Héctor Alterio y Verónica Forqué.

5. “Verano azul”, (1979/80). Teleserie de enorme difusión internacional y multipremiada. Protagonizada por Antonio Ferrandis en el célebre papel de Chanquete, en compañía de una pandilla de niños.

6. “Espérame en el cielo”, (1987). Comedia basada en un guión de Mercero en el que se cuentan las peripecias de un paisano que guarda un extraño parecido con el general Franco. Protagonizada por José Soriano, Sazatornil y Chus Lampreave.

7. “Farmacia de guardia”, (1991/95). Es la serie de mayor audiencia en la historia de la televisión española: 160 capítulos. Ha recibido cuatro TP de Oro en años consecutivos. Protagonizada por Concha Cuetos y Carlos Larrañaga, premiados también ambos con el TP de Oro.

8. “La hora de los Valientes”, (1998). Es la última película estrenada del director. Comedia protagonizada por Gabino Diego y ambientada en la Guerra Civil española.
 
 
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